Agustín Valladolid-Vozpópuli
- La presidenta de la Comisión Europea no solo nos ha traído el primer talón. También ha venido a leernos la cartilla antes de pedir a los halcones más paciencia con España
La política exterior tiene consecuencias en la política interior. La mala política exterior también. Malas. Hay un alto grado de sincronía entre los doctos en la materia: desde que España recuperó la democracia, este es probablemente el período más funesto de nuestra política exterior. Ni una sola iniciativa relevante, ninguna espinosa crisis internacional en cuya solución España haya jugado, al menos, un papel secundario.
Desconfianza creciente en nuestro país. El choque con Marruecos dejó a España tocada; la fugaz perfomance montada a costa de Joe Biden en los pasillos de la OTAN ha ido más allá de lo que en diplomacia se entiende por ridículo. Pero si patético fue el paseíllo, mucho más lo fue la explicación posterior. La escenografía de las relaciones internacionales también en manos de este vendedor ambulante llamado Iván Redondo. Este chico está en todo. Vio el hueco de cinco minutos que le habían dejado a Biden sus asesores para ir al baño y el chamarilero se lanzó en picado. Por no hablar del desastroso viaje a Argentina (ver postdata).
Hoy la gran preocupación en Bruselas no es Grecia, ni mucho menos Portugal; la que inquieta es España. Casi nadie se fía de España. O mejor dicho, casi nadie se fía de Sánchez
Ahora nos intentan vender como gran éxito otra visita fugaz, la de Ursula von der Leyen, elegante portadora de la buena nueva de un aprobado a los planes patrios de reconstrucción, sin entrar en detalles, y de un cheque por valor de 9.000 millones de euros, la primera entrega del maná europeo. A lo que el Gobierno no dará mucha importancia es a la letra pequeña, a las condiciones del ECOFIN, a los condicionantes, a las reformas y ajustes que habrá que abordar para seguir recibiendo los fondos, a las exigencias de los acreedores. Ojo al periplo de la presidenta de la Comisión Europea: ayer España y Portugal; hoy Grecia y a continuación Dinamarca; mañana Luxemburgo. Von der Leyen ha venido a leernos la cartilla antes de pedir paciencia a los halcones.
De los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España [Spain]) se ha caído Italia. Un milagro llamado Draghi. Después de muchos años Italia vuelve transmitir confianza. Los demás, las consonantes, entre poca y ninguna. Y dirán misa, repicarán las campanas de Moncloa, abrirán los medios amigos (¡qué insuperable incoherencia!) a cinco columnas con la buena nueva, pero hoy la gran preocupación en Bruselas no es Grecia, ni mucho menos Portugal; la que inquieta es España. Duele decirlo, pero casi nadie se fía de España. O mejor dicho, casi nadie se fía de Pedro Sánchez.
Embajadores inquietos
Los informes que Jens Kisling (embajador de Dinamarca) envía al Palacio de Christiansborg apenas guardan parecido con las newsletters de Moncloa. Tampoco los de Wolfgang Dold (embajador de Alemania) o Jan Versteeg (Holanda). Y así hasta veintiséis. Las señales que desde Madrid emiten los máximos representantes diplomáticos de los países europeos no son precisamente de tranquilidad. Una de las artes principales de la diplomacia es la discreción. Nada dirán en público, incluso habrá quien diga lo contrario, pero la preocupación es máxima.
Lo que los Kisling, Dold y Versteeg trasladan a sus ministerios no es precisamente el argumentario monclovita. Lo que reciben la primera ministra danesa, la socialdemócrata Mette Frederiksen, Angela Merkel o Mark Rutte son inquietantes mensajes que podrían resumirse en este: “El primer problema de la economía española es la política”. Las dudas vienen de lejos, pero se han agravado. Con una deuda desbocada, un déficit insostenible y el 20% de las empresas en riesgo de quiebra, el Gobierno de Sánchez quiere seguir disparando con pólvora ajena. No bastan los 120.000 millones de euros que nos enchufó en 2020 el Banco Central Europeo. Con eso no tenemos ni para empezar. Titular: “España gasta ya en sueldos públicos 140.000 millones, tanto como los fondos UE”. En Copenhague, Berlín y Ámsterdam no dan crédito, dicho sea en sentido figurado.
El mensaje que la diplomacia europea acreditada en Madrid traslada a sus gobiernos se puede resumir en esta frase: ’El primer problema de la economía española es la política’
Los informes que las embajadas europeas envían puntualmente a sus ministros son confidenciales, pero no hace falta hacerse un Villarejo para saber lo que dicen. Basta con leer los informes del Banco de España, de Funcas, del Círculo de Empresarios o los de cada vez un mayor número de expertos realmente independientes. Un ejemplo: en el último número de Papeles de Economía Española, revista de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), cuyo director general es Carlos Ocaña, secretario de Estado de Hacienda y Presupuestos con Rodríguez Zapatero, o sea, un facha peligroso, se afirma que España padece “insuficiencias en la infraestructura institucional vigente” que lastran la evolución de la economía. Y lo peor es que tal afirmación es solo el preámbulo de lo que viene después.
“Surge la inquietante pregunta de si la deficiente calidad de los equilibrios institucionales será en los años próximos un vehículo para el desaprovechamiento de una oportunidad histórica”, se lee en el análisis que la prestigiosa publicación realiza sobre los Fondos del proyecto Next Generation. Hay más: “En el caso de España, la experiencia acumulada sugiere una falta de preparación para gestionar adecuadamente esos fondos”. Y más aún: “La ausencia de unas adecuadas «capacidades del Estado» puede ser en este caso un factor letal de retraso frente al cambio que viene en la economía Internacional”.
Parecidas desconfianzas, aunque forzosamente más matizadas, son las que viene trasladando a sus interlocutores el gobernador del Banco de España. Pero hay quienes con mucha más libertad expositiva de la que goza Hernández de Cos hablan abiertamente de un manifiesto déficit de gestión, del elevado riesgo de fracaso de un plan diseñado no tanto para el reparto eficaz de los fondos, el papel lo aguanta todo, como pensado para ganar las próximas elecciones generales. Un plan que deposita en la Presidencia del Gobierno el control de cada céntimo de euro y que hace descansar el grueso de la gestión en una Administración General del Estado “envejecida, desmotivada y vicarial por la intensa penetración de la política”.
Eso es lo que de verdad preocupa en Europa: que el activismo se imponga a la gestión, que la política se confirme como el principal obstáculo para modernizar la economía, que España pierda la que puede ser su última opción en décadas de engancharse al tren vertiginoso que lleva al futuro y darles una oportunidad a las nuevas generaciones. Porque si se pierde este tren, ya solo quedará una salida: el rescate. Apúntenlo, porque aún no se ve, pero en eso también hay mucha más coincidencia de la que a simple vista parece.
La postdata: chasco, que no churrasco, en Argentina
Los empresarios que acompañaron a Sánchez en su viaje dislocado a la Argentina sin agenda, cabreados; ni una entrevista al presidente en un medio relevante, y eso que el nuestro era el primer mandatario de un país “respetable” que aterrizaba en Buenos Aires desde diciembre de 2019, fecha en la que asumió el poder el kirchnerismo. Resumen de la visita a cargo de un cualificado observador local: “Aquí el poder real lo tiene Cristina Kirchner, que solo acepta los consejos, contactos y propuestas de su amigo Pablo Iglesias. Alberto Fernández no puede siquiera cambiar a un subsecretario sin su autorización. Por lo tanto, si Sánchez no se reunió con ella es como si no hubiera venido al país. Peor, ella le hizo el desplante para dejar bien claro quién manda aquí”.