JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 05/11/14
· La guerra del 36 fue civil también en Euskadi y quienes en muchos pueblos prepararon las listas para liquidar a nacionalistas, republicanos, socialistas y comunistas fueron vascos de pura cepa.
Los medios de comunicación han dado cuenta recientemente de una sentencia judicial por la que se exigía la retirada de una placa que daba nombre a una calle de Bilbao. Dicho nombre era el de Rafael Sánchez Mazas. La sentencia se basaba en el cumplimiento de la ley de Memoria Histórica, una ley que obliga a retirar elementos simbólicos que puedan herir la sensibilidad de las víctimas de los vencedores de la Guerra Civil y del franquismo. Teniendo en cuenta que Sánchez Mazas fue uno de los teóricos de la Falange, la Justicia ha entendido que era obligado retirar la placa que daba ese nombre a una calle de Bilbao.
La ley de Memoria Histórica no puede deshacer la historia. Retirar la placa que lleva un nombre no significa que la persona de ese nombre deje de existir, ni que no haya habido una historia en la que esa persona, Sánchez Mazas, haya participado. Esto sería imposible. Sólo los niños creen que lo que no se ve no existe, que si algo se esconde ha dejado de existir. Lo que la Memoria Histórica pretende es que no se hiera la sensibilidad de quienes fueron víctimas de lo que defendía la Falange y ayudó a llevar a cabo. Lo que la ley de Memoria Histórica pretende evitar es un uso conmemorativo de la memoria por el que se ensalzan ideas y personas que contribuyeron o pudieron contribuir a la creación de víctimas.
Pero ése es sólo uno de los usos de la memoria. Hay otro uso de la memoria que tiene otras pretensiones. No pocas veces, por ejemplo, se han cambiado nombres de poblaciones en Euskadi para ocultar la existencia de determinada historia. Nombres que no provenían de ningún desmán fascista o autoritario o dictatorial, sino que recogían lisa y llanamente el devenir de la historia, sus raíces, con todo su significado. Pongamos por caso el nombre de Villafranca de Oria. Concedamos que en lugar de la referencia al río Oria, en cuyas orillas se asienta este municipio guipuzcoano, sea mejor llamarlo de Ordizia. Pero pasar a denominar al municipio solamente Ordizia eliminando el término de Villafranca lo que hace es ocultar la historia de ese municipio que se desarrolla por el interés común al rey de Castilla y a los habitantes del municipio: el interés de promover el comercio y producir tasas, pasando por ello a ser villa franca –interés del monarca castellano–, e interés de contar con la protección real para defenderse de los parientes mayores –interés de la villa.
Si se recuerda además que el nacimiento de las Juntas Generales de Guipúzcoa se debe a la unión de algunas villas guipuzcoanas para mejor defender sus derechos e intereses contra los parientes mayores, se entenderá que eliminar la referencia al término Villafranca no sólo oculta la historia pasada del municipio, también oculta el inicio de la institución foral en Guipúzcoa, y además, daño no tan colateral probablemente, se oculta la participación ya en tiempos remotos del rey de Castilla en el devenir del territorio histórico y de sus villas.
Si en lugar de evitar el carácter conmemorativo acrítico de nombrar una calle de Bilbao ‘Sánchez Mazas’, lo que se busca es ocultar la existencia de un miembro bilbaíno fundador de la Falange española, ya se está tratando de manipular la historia en el sentido de que en la historia vasca no ha podido existir lo que alguna ideología dice que no ha debido existir. Sería un esfuerzo por tergiversar la historia, un intento de seguir machacando la idea de que en la historia vasca no ha habido presencia española, que en la historia vasca sólo han existido los defensores de lo propio, de lo diferencial, de lo opuesto a España. Y se trata de transmitir la idea de que la historia vasca sólo es concebible y presentable desde la perspectiva de la visión que de ella tienen los nacionalistas: una historia en la que sólo ha habido guerras entre vascos y españoles, una historia en la que Euskadi ha luchado siempre contra España, siendo además los vascos los defensores de la libertad y los españoles los representantes de la tiranía, de la dictadura, del fascismo.
Pero la existencia de Sánchez Mazas, la existencia de quien pusiera música a su letra del Cara al Sol, la existencia del primer alcalde tras la caída de Bilbao, la existencia de ministros vascos en los gobiernos de Franco, y la existencia de todos los que siendo vascos lucharon como carlistas, como monárquicos y como falangistas con las tropas nacionales desmiente la visión nacionalista de la historia. Porque la Guerra Civil del 36 también lo fue civil en Euskadi, como lo fueron civiles las guerras carlistas, y quienes en muchos pueblos de Euskadi prepararon las listas para liquidar a nacionalistas, republicanos, socialistas y comunistas fueron vascos de pura cepa.
Si el uso conmemorativo de la memoria significa una relación acrítica con el pasado, un uso manipulador y desfigurador de la memoria significa un atentado contra la libertad actual. Porque la libertad de Euskadi, una libertad que no se puede entender y que no significa nada si los ciudadanos vascos, cada uno de ellos, no son libres en sus derechos ciudadanos, no se puede construir sobre una historia falsificada, sobre una historia tergiversada.
Queda un tercer uso de la memoria que es el que surge precisamente del debate que nace a raíz de decisiones judiciales como la que comentamos. Está bien retirar la placa que nombra a Sánchez Mazas, y está bien cambiar de nombre a esa calle. Pero sería un error garrafal y atentatorio contra el futuro en libertad de los vascos pretender que en Euskadi no hubo falangistas, que en Euskadi era imposible alguien como Sánchez Mazas, cuando la historia enseña todo lo contrario. Mientras no asumamos la historia en toda su realidad, el futuro que nos espera será cojo, tuerto y, en el mejor de los casos, medio libre.
Dicho de otra manera: si no somos capaces de asumir nuestro pasado en su totalidad, el futuro que nos espera no puede ser más que voluntariamente empequeñecido, y no por obra de otros.
JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 05/11/14