TONIA ETXARRI-El CORREO

A la comunidad autónoma vasca que ha permanecido durante la dura pandemia cobijada bajo el paraguas de la estabilidad y la legalidad, le espera un otoño de alto voltaje. La vuelta de tuerca que está dando la izquierda abertzale en la presión al lehendakari para que empiece ya a seguir la estela de los secesionistas catalanes, va a poner a prueba el pulso entre el PNV y el mundo de EH Bildu. No es casualidad que horas después de que Iñigo Urkullu se hubiera pronunciado con una dureza inusual contra los homenajes a los ex presos de ETA (le pareció repulsiva la defensa de los ‘ongi etorri’ por parte de Sortu) el sindicato ELA le emplazara a que apueste ya por la vía unilateral.

Una descarada injerencia sindical en la política (de la mano de EH Bildu) para poner al líder nacionalista en el carril de la Euskadi independiente. Tal cual. Un emplazamiento que pretende romper el aura de responsabilidad y diálogo transversal en el que se había envuelto el lehendakari.

Urkullu se había empeñado en trazar una línea diferencial con la Generalitat catalana, dando prioridad al respeto a la legalidad sin renunciar a sus principios. Porque la apuesta por la ruptura, el vaciamiento del Estado y la independencia ya hemos visto a donde está llevando a la sociedad catalana. Pero la segunda fuerza electoral del País Vasco, la misma que sigue justificando la trayectoria terrorista de ETA, ha decidido apretar el acelerador. Quiere aprovechar lo que le queda de legislatura a Pedro Sánchez porque está persuadida de que no van a tener mejor gobierno que el actual para satisfacer sus exigencias. Urkullu prefiere negociar con Sánchez más parcelas de autogobierno en cuanto se complete la transferencia de Prisiones. Pero EH Bildu está en otra liga. El grupo de Otegi ha visto el trato que Sánchez ha dispensado en Cataluña. Y no quiere quedarse atrás en su afán por desconectarse del Estado español.

De momento la izquierda abertzale sigue alimentando el activismo orientado al progresivo desmantelamiento del Estado. Las campañas persistentes contra la Guardia Civil, aunque van perdiendo afluencia, no persiguen otro objetivo (además de alimentar la incitación al odio) que el de anular la presencia de cualquier símbolo o institución que represente al Estado en zonas que consideran de su propiedad. Se volvió a celebrar la manifestación en Alsasua contra las fuerzas policiales que consideran «opresoras» y, por supuesto, extranjeras a las que el terrorismo golpeó con saña durante tantos años. Una manifestación controlada porque se trataba de compaginar los pactos que tienen con Sánchez en el Congreso y en el Gobierno de Navarra con su plan de acoso a los funcionarios policiales, ante el silencio del ministro Grande-Marlaska.

Pero su proyecto de desconexión del Estado no acaba de calar en la sociedad vasca. El rechazo a la independencia llegó el pasado mes de junio a su tope con un 41%, según los datos del Sociómetro. Los vascos se miran en el espejo catalán y se declaran cada vez menos independentistas. Otra cosa son los comportamientos electorales. El PNV y Bildu siguen llevándose más del 66% de los votos. Claro que en las últimas elecciones más de la mitad de los vascos prefirieron no ir a votar. El lehendakari no quiere saber nada de violentar la ley para separarse de España. Ni siquiera quiere separarse de España, aunque los discursos de su partido invoquen el eufemismo de un derecho de autodeterminación que no tendría cabida en la Unión Europea. En pleno pulso con EH Bildu, tendrá que jugar sus cartas.