ABC 20/10/15
EDITORIAL
· Es digno de elogio que la exdirectora del colegio que se negó a abrir para celebrar la consulta farsa del 9-N se haya rebelado contra la dictadura del temor que pretende imponer Mas
LA declaración judicial de Dolores Agenjo, exdirectora del instituto Pedraforca de Hospitalet de Llobregat, fue ayer una muestra de valentía con la que rompió la ley del silencio que el secesionismo catalán lleva años imponiendo a todo aquel que se opone a la causa de la independencia. Agenjo fue la única responsable de un colegio «electoral» que en la jornada de la consulta-farsa del pasado 9-N se negó a abrir las instalaciones para colocar urnas. Por suerte, la cobardía y la indolencia frente a las presiones del soberanismo ya no son una opción para muchos miles de catalanes. Los magistrados del Tribunal Superior de Justicia tienen sobre su mesa un testimonio contundente y varios correos electrónicos que demuestran cómo fue la presión de la Generalitat para obligar a abrir los colegios, cómo se produjo el amedrentamiento de quienes se oponían, y cómo hubo amenazas veladas a quienes, como ella, se negaron a entregar las llaves del centro para participar en una pantomima. «Fueron instrucciones. Querían que fuéramos voluntarios a la fuerza», explica sin complejos.
El cinismo de los responsables de la Generalitat no puede ser mayor. Artur Mas se declaró responsable «político», pero no tuvo el arrojo de autoinculparse en el banquillo declarándose responsable penal. Es un matiz muy relevante. Asumió ante las cámaras de televisión la organización de la consulta, pero no reconoció ante el juez la autoría de los delitos que se le imputan. Es el doble lenguaje de quienes a la hora de la verdad han culpado a los voluntarios de la ejecución de aquella consulta. Su estrategia se basa en el engaño a ocho millones de catalanes, a los que utiliza como excusa para sus desmanes políticos y sus ilegalidades. Mas ha convertido a las instituciones en un instrumento de manipulación de la opinión pública, y en una herramienta para generar miedo entre los discrepantes, que además han demostrado en las urnas legítimas ser más que los independentistas.
El de Agenjo es un testimonio contra el acoso a quienes exigen respeto para el castellano en las aulas o los comercios. Fue un ejercicio de civismo frente a los que usan el poder para marginar a empresarios si no comulgan con el régimen rupturista, o frente a los que emplean los medios de comunicación públicos como arma arrojadiza para señalar a los críticos. Nunca la Generalitat quiso reclamar por escrito a Agenjo la entrega de llaves para abrir el colegio, lo que acredita su plena consciencia de desobediencia al TC, del uso de dinero público con fines espurios y, sobre todo, del propósito de no dejar huellas probatorias. Si nadie tuvo conciencia de ilicitud alguna, ¿por qué no hubo una sola orden escrita? Es digno de elogio que Agenjo se haya rebelado contra la dictadura del temor que impone Mas. Los catalanes no merecen ser víctimas de un síndrome de Estocolmo.