Fue la primera escena de una jornada trágica para los socialistas franceses, al borde de la implosión, y para el propio Valls: desde las filas de Macron lo humillaron diciéndole que enviara un currículum como cualquier otro aspirante, y que ya verían. La deserción de Valls, primer ministro hasta diciembre y líder del ala más centrista del partido, provocó un escándalo entre los dirigentes del partido, reunidos en La Mutualité parisina para pactar un programa de cara a las elecciones legislativas.
Una cosa era pedir el voto para Macron ya en la primera vuelta, otra distinta era dar por muerto al partido y largarse con un portazo. Lo que se decía de Valls en los corrillos resulta irreproducible: insultos realmente duros. Tampoco se salvaba François Hollande: uno de sus ex consejeros, Bernard Poignant, reveló que el presidente socialista no votó al candidato socialista, Benoït Hamon, sino a Macron, en ambas vueltas.
La reunión programática se convirtió en un coro de quejas y lamentos. A juzgar por el tono de las invectivas, el Partido Socialista está roto y cuesta imaginar cómo podrá recomponerse. El fallido candidato a la Presidencia, Hamon, que obtuvo un resultado catastrófico (7% de los votos), era uno de los ofendidos.
Los ejes de su programa, el subsidio para todos los ciudadanos y el cierre de las centrales nucleares, fueron descartados y sustituidos por enunciados vagos: «Seremos la izquierda constructiva y vigilante». Sus seguidores admitían sentirse más cercanos a Jean-Luc Mélenchon y su movimiento, Francia Insumisa, que a su propio partido.
El secretario general, Jean-Christophe Cambadélis, tuvo que adentrarse en el ámbito de la oratoria surrealista para aparentar que el Partido Socialista seguía funcionando: «Hoy es una jornada feliz para nosotros, hemos trazado las líneas programáticas y estamos reagrupándonos», proclamó. La única reagrupación visible era el odio a Valls. Lo demás, caos. Hasta el punto de que uno de los candidatos a las parlamentarias de junio, Gilles Savary, reconoció que haría la campaña a disgusto: «Habría preferido ser candidato de ¡En Marcha!», se sinceró. No dio el salto de un partido a otro porque las reglas de admisión en las filas macronianas resultaban «demasiado estrictas».
Ese era el problema de Manuel Valls, que se lanzó a la piscina sin asegurarse de que hubiera agua. Tras su solemne declaración fúnebre acerca del PS y su anuncio de que se convertiría en candidato de ¡En Marcha!, se estrelló contra una piscina vacía. Los portavoces de Macron le respondieron que las normas eran las mismas para todos y que, por tanto, debía enviar un currículum, junto a una exposición de sus motivos para desear ser candidato, y rellenar un cuestionario electrónico. Horas después del bofetón, la gente de ¡En Marcha! se apiadó un poco y dijo que el currículum no hacía falta porque ya le conocían.
Anoche no estaba claro si Manuel Valls sería admitido en las filas de Macron. Él se esforzaba por atraer a sus partidarios hacia una deserción colectiva. Celebró con ellos un almuerzo y luego una reunión en la Asamblea Nacional, pero no logró convencerles. Ya habían tenido ocasión de comprobar, en la piel de Valls, que Emmanuel Macron no siente demasiado interés por convertir su movimiento en tierra de asilo para los socialistas que huyan del naufragio.
En la sede socialista, muchos reclamaban la expulsión de Valls. Cambadélis intentó contemporizar. Dijo que no se podía privar a nadie de su militancia sin seguir los procedimientos reglamentarios. Sí precisó que en caso de acudir finalmente a las elecciones en las filas de Macron, se pediría a Valls y a quienes le acompañaran que devolvieran el carné del partido.
La situación del PS parece crítica. El partido que ha mantenido durante los últimos cinco años la mayoría en el Parlamento aspira ahora, en sus cálculos más optimistas, a ganar unos 60 escaños de un total de 577. «Serán menos, podemos quedarnos en 20», comentó una diputada que veía el futuro inmediato «con mucho pesimismo». «El riesgo de escisión, unos con Macron, otros con Mélenchon, es evidente», añadió.
También parece crítica la situación de Manuel Valls. En su circunscripción de Évry ahora dominan los partidarios de Mélenchon y de Macron y él, considerado un «traidor», no está en condiciones de ganar. Necesita que Macron le conceda un puesto en su lista de candidatos y le envíe a una circunscripción favorable. De lo contrario, tendrá que irse a su casa. Las listas de ¡La República en Marcha! se cierran mañana jueves: a Valls le quedan dos días para conseguir que Macron, su viejo enemigo en el Gobierno, le salve la vida.