Juan Carlos Girauta-ABC
Las chanzas solo cesaron cuando me declaré vegano con jamón y solomillo de ternera
La fuerte querencia del Gobierno por las políticas identitarias explica casi todo su discurso y tiñe su actividad. Aunque un Gobierno se ocupe de mil asuntos, nada en el nuestro llama tanto la atención como las normas, campañas y actos ligados a lo identitario. Tómese el concepto en su más amplio sentido, el que le dan influyentes teóricos en las universidades occidentales. La querencia identitaria nos deja un gobierno Iglesias-Sánchez. Se invierte la jerarquía porque el primero sabe bien adónde va, en tanto que el segundo, el presidente, solo despliega su sentido de la flotación; a su corcho mental le basta con someterse a la naturaleza.
Para captar «lo identitario» haga el lector una lista mental y vaya ampliándola: están las viejas identidades nacionales, algunas literalmente resucitadas, que fuerzan los Presupuestos (guita) y los presupuestos (suposiciones); está la creciente lista de identidades sexuales a la carta. La inflación de siglas ha impuesto un signo de suma. El pionero MELH, Movimiento Español de Liberación Homosexual, resultaría hoy del todo incorrecto por la mitad de sus siglas. Al Front d’Alliberament Gai de Catalunya, se le acusaría de parcialísimo. Tras la G vino la L. Luego la T, la B, la I y el signo +. Asexuales, grisexuales y cualesquiera otras identidades se amontonan ahí para no desafiar a la mnemotecnia con LGBTTTIQA (de momento). Se ha asentado la idea del género como construcción social. Sugerir que existen dos sexos biológicos tiene un coste, como saben Steven Pinker, J. K. Rowling o Lidia Falcón.
La ideología ha devenido una identidad. Otra, claro está, es la racial. Con un matiz crucial: en la nueva izquierda no solo el género se elige a la carta. Un americano descendiente de europeos cuya estirpe no haya conocido el mestizaje puede sentirse oprimido con gran soltura y equipararse al indio, sin reparar en que fue su familia la que se marchó a conquistar o a medrar, hechos de los que culpa a los descendientes de quienes se quedaron.
La clase social es otra identidad, algo que le viene muy bien a los marxistas. Ser vegano es una identidad. Etcétera. Hace decenios que se especula, en las más acreditadas universidades, sobre la interseccionalidad, modelo teórico que, con el tiempo y el empuje final del caso Floyd, ha llegado a las masas. En base al mismo, uno debería tomar conciencia de las relaciones de dominación que mantienen sus diferentes identidades acumuladas e «interseccionadas». Por ejemplo, yo tendría dentro a un catalán oprimido por otro yo español. Y como español de Cataluña puedo haber sido oprimido por mi catalán interior. No sé cómo relacionar todo esto con una identidad que mantuve tres meses: la de vegano con jamón. ¡Cómo fui vejado por las bromas de mis amigos! Las chanzas solo cesaron cuando, audaz, me declaré vegano con jamón y solomillo de ternera. Simplemente no toleraron esa identidad. Exijo reparación.