Ya pasó hace más de 20 años. Tras la forzada dimisión de Garaikoetxea, el PSE y el PNV suscribieron un pacto de legislatura. La nueva generación ha redescubierto las ventajas del acuerdo entre las dos grandes sensibilidades del país. No sabemos si se repetirá la escisión guipuzcoana, encabezada ahora por Egibar, pero habrá pacto, hasta que alguien vuelva a oír voces.
Si hubiera que explicar conceptualmente la ruptura que propuso el diputado general de Vizcaya en su discurso de la Fundación Sabino Arana, podríamos decir que el miércoles fue la vez primera que un dirigente relevante del nacionalismo vasco rompía radicalmente con Lizarra. Si se hiciera en términos personales, podría decirse que una parte significativa del PNV ha empezado a dar la espalda al lehendakari.
Ahora, que de casi todo hace 20 años, cantaba Serrat hace 20 años, una nueva generación de jelkides ha empezado a pilotar al PNV hacia posiciones clásicas para repetir un proceso que tiene algo de déjà vu, de experiencia ya vivida.
Hace veinte años largos de aquel Debate de Política General (septiembre de 1987) en el que Ardanza, que anteayer bendecía con su presencia en primera fila las palabras de José Luis Bilbao, formuló la famosa cuestión de los fines y los medios que separaban al nacionalismo democrático del que no lo era. Aquella afirmación sentó las bases para la firma del Pacto de Ajuria Enea tres meses después, el 12 de enero de 1988.
La esencia de aquel acuerdo fue el cambio de frontera. La raya divisoria entre los vascos ya no separaba a nacionalistas y no nacionalistas, sino a demócratas y partidarios de la violencia. Justo el criterio que se enterró en Lizarra. Veinte años y seis meses después, Bilbao desprecia explícitamente la acumulación de fuerzas nacionalistas, recurriendo a una expresión gemela a la de Ardanza: «Yo no comparto con ellos (ETA, Batasuna y el complejo entramado que recibe el nombre de izquierda abertzale) ni los medios ni los fines. Mi Euskadi no es la suya».
El tripartito era, al fin y al cabo, un subproducto de Lizarra. Madrazo ya no da más de sí como coartada de transversalidad, adorno fútil de un Gobierno nacionalista con un proyecto nacionalista. Fue útil mientras duró. Ibarretxe no habría podido mantener tanto tiempo su Gobierno sin el apoyo de los tres escaños de Ezker Batua. Sus únicas posibilidades reales de gobernar habrían sido un impensable pacto con Batasuna o con los socialistas; en la práctica, una sola. Expuso Bilbao que el futuro pasa por un gran entendimiento con los socialistas y aquí le hizo Urkullu una matización menor: acuerdos políticos sí, pero para gobernar juntos habrá que esperar a los resultados electorales.
Pues claro. Ya pasó hace algo más de 20 años. Tras la forzada dimisión de Garaikoetxea el 20 de diciembre de 1984, el PSE y el PNV suscribieron un pacto de legislatura, que duró hasta la ruptura del grupo parlamentario del PNV y las elecciones anticipadas de 1986. Formaron gobierno de coalición hace 21 años y fue una experiencia interesante durante la legislatura que duró. Después pasó lo de siempre: las voces ancestrales y la vieja que pasaba llorando llamaban al nacionalismo y el PNV no pudo resistir la tentación y formó un tripartito nacionalista con EA y Euskadiko Ezkerra. Tras la experiencia fallida (ocho meses) volvió al hogar conyugal en septiembre de 1991. La cabra, dicho sea sin ánimo de señalar, tiene querencias montunas y volvió a las andadas en Lizarra, siete años más tarde.
La nueva generación ha redescubierto las ventajas del acuerdo entre las dos grandes sensibilidades del país y el hombre que vinculó su nombre al Plan Ibarretxe ve declinar su estrella. No sabemos si se repetirá la escisión guipuzcoana de hace 20 años, encabezada ahora por Egibar, pero habrá pacto PNV-PSE, hasta que alguien vuelva a oír voces. La vida es un eterno retorno.
Santiago González, EL MUNDO, 25/4/2008