Veinte años sin Euskadiko Ezkerra

EL CORREO 13/06/13
· GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA, HISTORIADOR

· En las elecciones generales de junio de 1993 se enfrentaron en las urnas las dos formaciones herederas de EE. La parte más nacionalista había formado Euskal Ezkerra, que se alió con Eusko Alkartasuna. El sector más socialista de Jon Larrínaga se había integrado en el PSE-PSOE para dar lugar al actual PSE-EE. La coalición EA-EuE obtuvo peores cifras que las de EA en solitario, por lo que la entente no tardó en romperse. En cambio, el PSE-EE de Ramón Jáuregui consiguió 293.000 sufragios. Se trataba de un hito histórico: no solo había conservado un tercio de los votos de EE, sino que, además, se convertía en la primera fuerza del País Vasco, amenazando la hegemonía del PNV (287.000 votos). Se trató de un espejismo. En las autonómicas de 1994 el PNV obtuvo 304.000 papeletas y el PSE-EE 174.000. Pese a que aquel fiasco respondía al desprestigio del Gobierno González, algunos socialistas culparon a la convergencia. El legado de los ‘euskadikos’ se diluyó mientras el sueño de un PSE-EE vasquista como alternativa de gobierno fue postergado durante casi una década. Pero esa es otra historia.

La que nos ocupa tiene sus orígenes en 1974, año de la división de ETA. Por un lado surgió ETA militar, banda que hasta 2010 se ha dedicado a atacar a la democracia combinando una triple estrategia: la sangre de sus atentados terroristas, los votos de su brazo electoral (Herri Batasuna) y las manifestaciones de sus simpatizantes. Por otro lado quedó ETA político-militar, cuyo intento de combinar ‘lucha de masas’ y ‘lucha armada’ fracasó gracias a la actuación de ‘Lobo’, topo del Seced. La crisis subsiguiente de los polimilis fue aprovechada por Eduardo Moreno Bergaretxe (‘Pertur’), quien propuso una renovación estratégica: ETApm había de pasar a la retaguardia cediendo el protagonismo a la vanguardia dirigente: EIA, Euskal Iraultzarako Alderdia (Partido para la Revolución Vasca). A pesar de su desaparición en julio de 1976 y de las presiones de ETAm, el plan de ‘Pertur’ siguió su curso. Así, EIA se coaligó con el Movimiento Comunista y formó las candidaturas de EE, que participaron en las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 obteniendo 64.000 sufragios y dos parlamentarios.

A partir de entonces, no sin pasos atrás, contradicciones y escisiones, EIA experimentó una transición dentro de la Transición. La evolución de los ‘euskadikos’, en la que tuvieron un papel destacado Mario Onaindia y Juan Mari Bandrés, les llevó del marxismo-leninismo a la socialdemocracia, de la complicidad con el terrorismo etarra al compromiso con la paz y del independentismo al autonomismo. En resumen, de ver la «democracia burguesa» como una herramienta para tomar el poder a concebir la democracia parlamentaria como «medio, método y fin». En 1982 la formación se fusionó con el Partido Comunista de Roberto Lertxundi. Había nacido Euskadiko Ezkerra. Por descontado, ETAm y HB tacharon aquel viaje de traición a la patria.

Mientras duró, la ‘aventura cuerda’ de los ‘euskadikos’ fue sugerente por varios motivos. Primero, gozaron de un alto grado de democracia interna. Segundo, EE tuvo un llamativo desinterés por el poder político, prefiriendo ejercer de ‘Pepito Grillo’. Sintomáticamente, su entrada en el Gobierno vasco, a principios de los noventa fue lo que propició su autodestrucción. Tercero, fue el partido que con más firmeza y sinceridad defendió el Estatuto de Gernika, que entendía no solo como marco de convivencia entre los vascos, sino también como engarce de Euskadi en el seno de España. Esa fue la esencia de su nacionalismo heterodoxo (no aranista, integrador, progresista y autonomista), que culminó en 1988 cuando EE aprobó con un «sí inequívoco» la Constitución. Cuarto, hay un éxito por el que los ‘euskadikos’ merecen ser recordados: la disolución de un sector de ETApm. Gracias a los acuerdos de Onaindia y el ministro del Interior de UCD Juan José Rosón, los ‘séptimos’ se reinsertaron en la vida civil tras renunciar a la violencia. Quinto, EE dio otro paso trascendental por aquel camino cuando muchos de sus afiliados se adhirieron a movimientos pacifistas como Gesto por la Paz mientras que en 1988 Kepa Aulestia y el lehendakari Ardanza apadrinaban el Pacto de Ajuria Enea.

Ahora bien, las luces de EE no pueden borrar sus sombras, que las tuvo. Como poco, hay que destacar tres. Por una parte, hasta 1981 EIA mantuvo una relación de interdependencia con ETApm. Por otra, los esfuerzos de los ‘euskadikos’ no pudieron evitar que una facción de los polimilis, los ‘octavos’, continuara con la violencia terrorista. Algunos de ellos, como ‘Thierry’ y Arnaldo Otegi, reforzaron las filas de ETAm en 1984. Por último, no conviene olvidar que alguien pagó el precio del proceso de reinserción de los ‘séptimos’: las entonces silenciosas víctimas del terrorismo.

EE, que siempre tuvo más simpatizantes que votantes, fracasó en las urnas. Quizá su discurso ético, cívico y racional no tenía cabida en la crispada política vasca, en la que tan comunes eran el victimismo y la demagogia. Tampoco fue capaz de mantener su cohesión interna. La convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas en una misma formación resultó imposible. El cisma de los ‘euskadikos’ fue, en cierto modo, un precedente de lo que ocurrió con la política vasca en 1998, cuando se pusieron en marcha el Pacto de Estella y el frentismo abertzale.

El proyecto heterodoxo de EE naufragó, pero aquella travesía no fue en balde. Los ‘euskadikos’ no consiguieron cambiar el rumbo del País Vasco, pero se cambiaron a sí mismos. Abandonaron una religión política del odio, aprendieron el valor de la democracia y se transformaron en ciudadanos en el más amplio sentido del término. No es poco. Otros han tardado treinta años y cientos de muertos en comenzar a planteárselo siquiera.

Gaizka Fernández Soldevilla es autor de ‘Héroes, heterodoxos y traidores. Historia de Euskadiko Ezkerra (1974-1994)’. Ed. Tecnos.

EL CORREO 13/06/13
· GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA, HISTORIADOR