Nacho Cardero-El Confidencial
- El discurso con el que el presidente del Gobierno quiere recuperar nervio político e impulso en las encuestas está subido de revoluciones, amén de tener un marcado tono ideológico
Primero fueron «los cenáculos de Madrid, de la típica villa de Madrid, de los señores con puro que se juntan y dicen: vamos a contar que Sánchez se quiere ir», soltaba el presidente en la entrevista de Ferreras (30 de junio de 2022); acto seguido fueron los dardos a Ana Botín e Ignacio Sánchez Galán, ejecutivos del Ibex «que si protestan, es que vamos en la buena dirección» (29 de julio), y finalmente, este fin de semana en Sevilla, las acusaciones contra las grandes empresas energéticas que llevan «de la mano al PP y a la derecha mediática, y que obedecen a una serie de intereses particulares y minoritarios muy poderosos» (3 de septiembre).
No lo oculta ni pretende. El discurso con el que el presidente del Gobierno quiere recuperar nervio político e impulso en las encuestas está subido de revoluciones, amén de tener un marcado tono ideológico. Es ese Pedro Sánchez tan del gusto de Iván Redondo, «un Maverick, un ‘outsider’ frente al sistema y no una reedición de ningún otro presidente», un líder más rojo que caoba, el azote de los empresarios. «¡Que Sánchez sea Sánchez!», reclama el antiguo Rasputín de la Moncloa.
La música se pudo escuchar en el debate sobre el estado de la nación, en el anuncio de los impuestos a la banca y energéticas y en varias intervenciones previamente seleccionadas con las que pretendía poner las bases de su plan para luego, tras el paréntesis veraniego, volver a la batalla.
Este fin semana dio algunas pinceladas en el barrio sevillano de Pino Montano, inicio de la campaña bautizada como ‘El Gobierno de la gente’, cuyo nombre supone toda una declaración de intenciones. A este encuentro le seguirá otro este lunes con 50 ciudadanos en la Moncloa, y finalmente, el martes, tendrá lugar el debate con Feijóo en el Senado con el objetivo socialista de pinchar la burbuja del líder del PP, tal y como explicaba Esteban Hernández en su crónica del sábado. Aunque la campaña de acoso y derribo resulta un tanto burda, lo cierto es que al gallego se le va a hacer largo el año y pico que queda para las generales
El hundimiento socialista en las elecciones andaluzas y las posibles réplicas en los próximos comicios han obligado al Ejecutivo a acelerar el paso. El póquer que ha tomado el relevo de Redondo para la estrategia gubernamental está compuesto por el propio Pedro Sánchez, Félix Bolaños, Óscar López y Francesc Vallès, que han plasmado su estrategia en un documento de 28 páginas.
Dicho documento busca dar respuesta a las preguntas un tanto triviales que vienen atenazando a la Moncloa en los últimos meses: ¿por qué las encuestas no reflejan el buen hacer de Sánchez en el ámbito internacional, véanse la cumbre de la OTAN o el idilio que mantiene con Von der Leyen y Scholz, ni tampoco recogen las medidas para paliar los efectos de la guerra de Ucrania en las economías familiares? ¿Por qué le abuchean allí adonde va?
Las respuestas se encuentran no tanto en su acción de gobierno, donde ha cosechado importantes éxitos diplomáticos, sino en la falta de credibilidad que arrastra. Ha sido tanto un ir y venir, que el español medio ya no sabe con qué Sánchez quedarse.
Con este nuevo giro en el discurso, la Moncloa aspira a rehabilitar la imagen del presidente y alcanzar el empate técnico con el PP antes de que concluya el año. Que haya luego posibilidad de gobernar no dependerá tanto de ellos como de la suerte que le depare a Yolanda Díaz su nuevo proyecto, Sumar. A día de hoy, las perspectivas no resultan halagüeñas.
El problema de esta estrategia es que el discurso anti-Ibex, que le sirvió para hacerse con los mandos del Partido Socialista, y luego alcanzar el poder con unos aliados un tanto sospechosos, no marida bien con su actual papel, predominantemente institucional, de presidente del Gobierno.
Otro problema añadido que a nadie escapa es que a esta hoja de ruta le puede suceder lo mismo que a la anterior de Redondo, que devino fracaso porque ni hubo locos años veinte del consumo ni los fondos europeos supusieron el revulsivo económico que se nos vendió. Más bien al contrario: la inflación ha terminado por hacernos a todos un poco más pobres.
Al final, por muchas ideas rimbombantes que nos saquemos del magín, el futuro del Gobierno dependerá en gran medida de algo tan incierto como es el horizonte económico. Hoy, como ayer, el Ejecutivo se muestra optimista. Considera que la inflación ha tocado techo, que muy probablemente haya otro manguerazo europeo y que las subidas de tipos, que hacen añicos las finanzas de los países más endeudados como España, acabarán más pronto que tarde.
Sin querer echar las campanas al vuelo, que luego nos caen en la coronilla, la verdad es que los cálculos de la Moncloa coinciden con los de servicios de estudios nada sospechosos de estar politizados. Dichos expertos estiman que España tendrá un crecimiento plano en el tercer trimestre de 2022, que bien podría entrar en negativo en el cuarto debido a la debilidad del consumo por la inflación, pero que el próximo año todo cambiará. Lo hará a mediados de 2023, justo cuando los partidos empiecen a tomar carrerilla para las generales.
Como contaba Javier Caraballo, en el PSOE creen que el sanchismo no ha muerto. Aseguran que ha regresado más fuerte que nunca y que habrá partido hasta el final.