Vencedores y vencidos

Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 21/4/12

(Presentación por Fabián Rodríguez)

El periodismo. Viejo oficio. No tanto como el que lleva la reputación de ser el más antiguo, aunque haya profesionales del ramo que se esfuercen y afanen por asimilarse a él. Con excepciones, claro, como la de Santiago González, en cuya labor he procurado rastrear algunos precedentes, para una mejor comprensión de la persona.

“Vencedores y Vencidos” es el título de su conferencia, elección nada al azar, más aún teniendo en cuenta la conocida cinefilia de Santiago González, parafraseando a la excelente película de Stanley Kramer de 1961 que no se titulaba exactamente así. Su título original era “Juicio en Nuremberg”, pero dada la época en España se le cambió el título por el de “Vencedores o vencidos”. Observen la sutil diferencia entre conjunciones. El título español de la película utiliza la disyuntiva “o”, como dando a entender que en Nuremberg hubo cosas turbias en los juicios y que todo habría sido distinto si los vencedores hubiesen sido los que fueron vencidos. La profilaxis de la sintaxis, sobre la que seguro nos hablará Santiago, en el espíritu de Gonzalo de Berceo en los alejandrinos iniciales de “La vida de Santo Domingo de Silos”:

Quiero fer una prosa en román paladino

En cual suele el pueblo fablar con su vecino,

Ca non só tan letrado por fer otro latino,

bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

En román paladino tiene Santiago González la sana costumbre de hablar y escribir. Y lo hace con esmero, sin descuidar gramática, para que como a Berceo se le entienda todo, huyendo de las tácticas de hojarasca expresiva que tanto se estilan por estos pagos y que lo mismo valen para un roto que para un pespunte y que pueden interpretarse, a conveniencia, tanto como un “ECHA EL FRENO, QUE NOS LA DAMOS”, como un más perentorio “¡ARRANCA CARLOS, POR DIOS!”.

Santiago González, repito, es periodista. Pero no de la estirpe de Chuck Tatum, el ambicioso reportero de “El Gran Carnaval” de Billy Wilder, al que su periódico le envía a un remoto lugar para cubrir la noticia de una cacería de serpientes. Con decepcionado enfurruñamiento se dirige a su triste destino, acompañado de un joven fotógrafo, Herbie, al que le ofrece, durante el viaje, una clase magistral de periodismo:

Herbie: ¿Sabes? Este podría ser un buen reportaje, Chuck, no creas… Es un espectáculo. Miles de serpientes entre las matas y la gente ahumándolas y matándolas…

Chuck: ¡No me digas…! Miles de serpientes entre las matas. Me bastan cincuenta, pero sueltas en Alburquerque. Como el leopardo aquél, en Oklahoma. La ciudad presa del pánico, las calles vacías, las casas cerradas y los niños evacuados. Todo el mundo armado. Cincuenta asesinos sueltos, ¡cincuenta! Una por una las van eliminando. Cazan a diez, veinte… Tienen ya cuarenta, cuarenta y cinco, ¡cuarenta y nueve…! ¿Dónde está la última serpiente? ¿En una guardería? ¿En una iglesia? ¿En un ascensor? ¡¿Dónde?!

Herbie: Me rindo… ¿Dónde?

Chuck: En el cajón de mi escritorio, amigo. Escondida y nadie lo sabe. ¿Ves? La noticia se alarga tres días más y luego cuando estoy bien preparado sacamos el gran extra: “El Sun-Bulletin captura la última serpiente”.

A Santiago le veo más, en un determinado matiz, como a otro periodista de ficción, Addisson Dewitt, el crítico teatral de “Eva al desnudo”, de Joseph Leo Mankiewicz.

En una secuencia donde están las gentes del teatro celebrando una fiesta en casa de Margo Channing (Bette Davis), la eminente actriz que empieza a encarar (mal) su declive, aparece Dewitt (George Sanders), que no había sido invitado, acompañado de una chica despampanante, Miss Caswell (Marilyn Monroe), que quiere abrirse paso en el mundo del cine.

Addisson la presenta así:

–¿Recuerdas a la señorita Caswell? Es actriz. Se graduó en la escuela de Arte Dramático de Copacabana.

Dewitt le señala a la guapa Miss Casswell dónde se ubica exactamente un productor y la lanza sobre él para quitársela un rato de encima y que deje de darle la brasa. Las cosas no salen como esperaba la bella en su mariposeo y en un momento dado hace un comentario absolutamente disparatado pero, eso sí, con mucha convicción. El crítico sentencia, con tranquila flema:

–Es un punto de vista. Un tanto idiota, pero un punto de vista.

Estoy completamente seguro de que Santiago encuentra, diariamente, numerosos ejemplos que merecerían dictámenes así, pero nuestro amigo domina mejor la amable ironía que la cruel causticidad y sería difícil cazarle en una sentencia de ese jaez, aún en caladeros tan feraces como proporcionan los políticos y la prensa.

Pero dejémonos de personajes de ficción, por representativos que puedan ser, para fijarnos ahora en maestros reales del columnismo, por ejemplo el gran humorista que fue Evaristo Acevedo (Ya saben, el que llevaba en “La Codorniz” la sección de “La comisaría de papel”, comentando los disparates de la prensa hispana), de quien Santiago, por algunos comentarios, análisis y deconstrucciones que le he leído, bien puede considerársele como digno heredero del madrileño que a veces firmaba como “Evaristóteles”.

Veamos uno de sus ejemplos, entre miles:

Haciéndose eco de un escrito de Eloy Miguel Álvarez Prieto, columnista del diario “Proa”, de León, publicado el 14 de diciembre de 1955, escribía Acevedo a guisa de introducción:

Se trata de un artículo de exaltación patriótica, titulado «Arte español en Francia». En él, se afirma:

“Los españoles en la simpatía hecha sonrisa de María Navarro adivinamos a España. En nuestra sangre sentimos el galopar de la furia española, y aplaudimos y gritamos y pateábamos de entusiasmo”

Seguía Acevedo:

¿Ocurre algo a consecuencia de estos aplausos, de estos gritos, de estos pateos? Sí. Don Eloy Miguel lo reseña:

“A una francesita a la que molestaba nuestro desbordante entusiasmo, se lo explicamos así: «Señorita, los españoles somos así, duros como piedras y blandos como una caricia. Sabemos danzar, reír y llorar al compás de unas castañuelas y sabemos también luchar, matar y morir al sordo son de un tambor que preludia victorias. Sabemos, ¡oh, mademoiselle!, morder con la suavidad de un beso… y besar con la crueldad de un mordisco. España y los españoles somos así».”

Remataba Acevedo:

Bonito, ¿no?

Termino con los paralelismos, porque no estoy aquí para presentar a colegas de Santiago, sino a Santiago mismo, pero no resisto la tentación de hacerlo con el maestro de columnistas que fue el americano Art Buchwald, algunos de cuyos artículos fueron publicados en España en la recordada revista “Triunfo”, que aguantó hasta 1982.

Buchwald, en su libro recopilatorio “Nunca bailé en la Casa Blanca”, escribe esta nota introductoria:

“Este libro está dedicado con atraso a Richard M. Nixon, el trigésimo séptimo Presidente de los Estados Unidos, quien me proporcionó muchas más historias que cualquier hombre que jamás haya vivido en la Casa Blanca.

Gracias a Watergate y sus pormenores, tuve dos años gloriosos de material, años que ya no volverán más. Desde un punto de vista humorístico, el señor Nixon fue un Presidente perfecto.”

Antonio Machado, en su poema “El mañana efímero” escribía:

La España de charanga y pandereta,

cerrado y sacristía,

devota de Frascuelo y de María,

de espíritu burlón y alma inquieta,

ha de tener su mármol y su día,

su infalible mañana y su poeta.

Bueno, el “infalible mañana” de España anda un poco en la cuerda floja, aunque el país tenga sus mármoles y sus días y, aunque cada vez más escasos, sus poetas.

Pero Art Buchwald tuvo a su presidente, Santiago González al suyo junto a una pléyade de políticos por los que el americano habría pagado con oro de Fort Knox. Y Santiago sabe sacarles a todos el máximo partido en sus columnas, en sus libros y en su blog, una de las mejores bitácoras que se mantienen en Internet, imprescindible para hacerse una idea cabal de los despropósitos cotidianos de los que somos testigos, como decía un amigo mío, “con los ojos boquiabiertos”.

Porque Santiago explica las cosas que da gusto, sin confundir la gimnasia con la magnesia ni tomar el rábano por el culo de las témporas, o algo así, para distinguir con claridad las pertenencias y las impertinencias y que estas últimas no se hagan pasar por pertinentes continentes, camuflando sus incontinencias.

Esto que acabo de decir y que parece un trabalenguas, pero que si se fijan un poco más lo es, lo dijo mucho mejor nuestra querida Pilar Ruiz Albisu cuando expresó aquella lúcida impresión que tuvo, como un Satori de conciencia moral, denunciando el “llamar a las cosas por los nombres que no son”.

Con la sintaxis diáfana, con le mot juste, sin caer jamás en la neolengua o el patablar orwellianos, Santiago González está empeñado en abrirnos una ventana por donde contemplar los paisajes tal como son, sin camuflajes ni trampantojos, sin fondos pintados ni fachadas de cartón piedra. Sin tramoya, vamos…

Recurro, otra vez y finalmente, a Machado en su “Retrato personal” cuando escribía eso de “debéisme cuanto he escrito”. Creo en la verdad de esas palabras, por lo que también creo que le debemos mucho a Santiago. Por una serie de encadenamientos mnemotécnicos evoco primero a su santo patrón, que es el nuestro, de quien se dice que su cuerpo llegó a las costas atlánticas en una barca de piedra, lo que me lleva a recordar al poemario de Celso Emilio Ferreiro, “Longa noite de pedra”, de afortunado y profético título que me sugiere otra “larga noche de piedra” que se cierne sobre nosotros, inusitado regreso a la Caverna de Platón que quiere hacer pasarse por un adosado o un chalet en la sierra. Tenemos, para nuestra salud, gente como Santi González que con su palabra escrita ayuda a poner una candela, algo de luz para mejorar la presbicia social que padecemos.

 

 

Vencedores y vencidos

Hay veces que uno acepta una invitación a dar una conferencia por mera vanidad, para que alguien como Fabián Rodríguez diga estas cosas tan amables sobre ti. Así pues, gracias Fabián, Gracias a Covite por invitarme, y gracias a ustedes por estar ahí en un doble sentido: en tanto que asistentes a esta charla, como si no hubiera actividades de mayor interés para un viernes por la tarde y también por estar ahí en un  sentido metafórico: por el espacio moral que ocupan.

Así pues, cuando me llamó Juncal en nombre de Covite para proponerme este encuentro  dije que sí, como era obligado, y la actualidad de aquellos días me trajo a la cabeza un par de ideas. La noticia más de actualidad en relación con el asunto era una entrevista  que el 19 de febrero había publicado el diario  ‘Gara’ con el lehendakari Patxi López.

Dijo muchas cosas notables, cosa que suele ocurrir cada vez que le entrevistan en el diario de la izquierda abertzale. Se manifestó a favor de la excarcelación de Otegi y no supo responder a la opción binaria que le planteó el entrevistador al preguntarle si ‘Argala’ era un terrorista o una víctima del terrorismo. Estas son la pregunta y la respuesta:

P.-¿”Argala” qué es, un terrorista o una víctima muerta en atentado?

R.-Pues también puede ser considerada una victi… yo no hago equidistancia entre las víctimas, ¿eh?, pero cuando se asesina a alguien también es una víctima, porque en un sistema democrático quien tiene que actuar es siempre la Justicia.

He aquí una primera cuestión de interés envuelta en una falacia extraordinaria. Lamenté al leerlo que nuestro lehendakari no hubiera tenido la claridad de conceptos o la rapidez de reflejos  necesarias para responder lo único que la razón le habría debido aconsejar como respuesta: “Argala fue un terrorista que murió víctima de un atentado terrorista”. También aprovechó la ocasión para pedir una vez más la libertad de Arnaldo Otregi, aunque no es tampoco ésta la cuestión que más me interesó, sino otra opinión suya relacionada con la otra idea que me vino a la cabeza.

Recordemos que el Acuerdo de Gernika firmado el 25 de setiembre de 2010 por la izquierda abertzale, Aralar, EA, AB, Alternatiba, es decir, por Batasuna y algunos tontos más o menos útiles, establece la necesidad de “una solución democrática, que se base en el respeto a todos los derechos de todas las personas y en el respeto al derecho a decidir de la sociedad vasca”. El mismo texto establece que tampoco debe haber “vencedores y vencidos, porque una paz justa hace a todos vencedores, frente al conflicto armado, la imposición y la discriminación”.

Ahora vamos al asunto más relevante en mi opinión de aquella entrevista en Gara. Patxi López expuso la necesidad de un relato que avanzara con la verdad y definiera quién era el asesino y quién la víctima. Noble propósito, aunque no sé se el enunciado tiene que ver con la práctica que se sigue. Oigan la pregunta del periodista y la respuesta del lehendakari:

P.-¿Estamos en condiciones de hacer ese relato?

R.-Lo que no estamos en condiciones es de dejar de hacerlo. Si no, estaríamos definiendo una sociedad inmoral. ¿Alguien se puede imaginar, salvando todas las distancias, que después de la Alemania de Hitler se dijera que como aquí cada uno tiene su relato o su parte ¿dejamos de hacer el relato de lo que significó el nazismo y el genocidio? Para mi, la sociedad que hiciera eso sería inmoral.

Cierto; yo estoy rotundamente de acuerdo con el lehendakari: Es imposible  construir un relato que no parta de la derrota del terrorismo.  Y sería inmoral, y aquí llegamos a la explicación del título de esta charla que ha explicado Fabián en términos irreprochables. Efectivamente, Stanley Kramer dirigió en 1961 una película sobre uno de los juicios de Nüremberg; más concretamente, el proceso a los altos magistrados que fueron cómplices del nazismo en la aplicación de leyes injustas e inmorales.

El título original, ‘Juicio en Nüremberg’, no debía de sonar muy bien en los oídos del régimen franquista en general y de los censores en particular. Esto era así muy probablemente porque Nüremberg fue la ciudad en que los vencedores de la segunda guerra mundial ajustaron las cuentas a los vencidos. Y lo hicieron allí precisamente porque era la ciudad emblemática del nazismo, el sitio donde celebraban sus congresos y donde Leni Riefensthal rodaba sus documentales propagandísticos.

El problema del título en castellano, lo ha dicho mi sagaz presentador es la confusión de la copulativa con la disyuntiva. ‘O’ por ‘y’. La cuestión no es en absoluto baladí. Confundir una conjunción con otra le ha costado al juez Garzón una condena por prevaricación y la expulsión de la carrera judicial. Donde el art. 51.2 de la Ley General Penitenciaria dice que no se podrán interceptar las comunicaciones de los internos con sus abogados “salvo por orden judicial y en los casos de terrorismo”, Garzón quiso entender ‘o’ y claro, ahí vino el lío.

Puede que tenga razón Fabián, que ‘o’ diera significar que los papeles de unos y otros eran intercambiables. En mi opinión se trataba de dar a entender que si bien los nazis que se sentaban en el banquillo habían sido derrotados militarmente, quizá en el plano moral la cuestión era mucho más discutible.

Pero allí quedaba claro quienes habían sido los vencedores, quienes los vencidos y que los papeles de unos y otros no eran intercambiables en modo alguno… A mí me gustaría que la respuesta de Patxi López que acabo de leerles tuviera un mínimo correlato con los hechos, precisamente por esa razón, para que el relato fuese nítido, claro, inconfundible.

Veamos qué tiene que ver la paz que se proclama con sus exigencias de legalización para el partido más claramente heredero de Batasuna, Sortu, sus empujones al Tribunal Supremo en ese sentido, las peticiones de libertad para Otegi y las visitas al dirigente Batasuno de Eguiguren y el obispo Uriarte.

Ya que Patxi López ponía el ejemplo de la Alemania nazi, déjenme aportar dos notas que ayuden a comprender lo inadecuado de la invocación. También la 2ª Guerra Mundial terminó con una negociación. Se llamó ‘capitulación sin condiciones’. La paz era un gran objetivo para una Europa exhausta, qué duda cabe, pero sólo si iba precedida por la derrota del nazismo. El general en jefe de las tropas estadounidenses en Europa, Ike Eisenhower se negó a ver al general Jodl hasta que éste hubo firmado la rendición incondicional. Entonces entró en la sala y sin preámbulos, sin un ‘good morning’ o un ‘guten morgen’; sin siquiera un triste y coloquial ‘kaixo!’, preguntó: “¿Han entendido ustedes los términos de su rendición incondicional y están dispuestos a cumplirlos?” Jodl se levantó, se cuadró y asintió con la cabeza. Eso fue todo.

Muy poco tiempo después, a finales de julio de 1945 se celebró la Conferencia de Potsdam, cerca de Berlín y allí se aprobó la política de desnazificación cuyos objetivos de acabar con el partido nazi, sus instituciones, organizaciones, leyes, y cualquier rastro de su influencia en la vida pública alemana habían sido aprobados unos meses antes en la conferencia de Yalta.

Más allá de la escasa pertinencia de la comparación por la extraordinaria diferencia de grado en la magnitud de la tragedia que el nazismo supuso no sólo para Alemania, ni siquiera para Europa, sino para la humanidad. Volvamos ahora a la pregunta retórica del lehendakari. ¿Cree él que en Potsdam había alguien que propugnaba la legalización de alguna marca blanca del Partido Nacional Socialista para que los derrotados pudieran presentarse a las elecciones?

ETA y todo su entorno quieren difuminar la cuestión en torno a la disyuntiva. Pero dejando eso al margen, hace falta ser muy, muy optimista para considerar que la situación de la cuestión en torno al terrorismo guarde siquiera un remoto parecido, una levísima analogía con el tratamiento que las democracias aplicaron al vencido régimen nazi, que puede sintetizarse en esas dos palabras: Nüremberg y desnazificación. Vencedores y vencidos, la copulativa, no la disyuntiva. Salvando todas las distancias, como dice el lehendakari, pero también salvando todas las actitudes.

Recordemos que el negacionismo, la negación del holocausto, es un delito penado con cárcel en Alemania y otros ocho países de la Unión Europea. En España lo era hasta 2007, año en que el Tribunal Constitucional despenalizó esta actitud, distinguiendo entre la justificación del genocidio y la negación de la ‘Shoa’. Alemania no ha renunciado  a que el negacionismo sea delito en todos los países de la UE.

¿Por qué, entonces, el lehendakari invoca como ejemplo la Alemania después de Hitler? Traten de imaginar a un gobernante alemán de los años 50 abogando por la excarcelación de cualquier dirigente nazi o pidiendo la flexibilización del régimen carcelario para los nazis condenados por los tribunales de Justicia.

Entre vencedores y vencidos no debe caber la disyuntiva ni la ambigüedad en la que están empecinadas las almas bellas. Tampoco debe haberlas entre las víctimas y los asesinos. El entrevistador de Gara que pregunta al lehendakari trata de encorsetar a Argala ‘¿Es una víctima o un victimario? Ahí es donde el lehendakari debió esforzarse un poco más para responder, como hemos dicho “fue un terrorista que acabó siendo víctima de otros terroristas”.

¿Qué es una víctima, qué es lo que la define como tal? El lenguaje al uso siempre me ha sorprendido por su tendencia al pleonasmo cada vez que he leído la expresión ‘víctimas inocentes’, un pleonasmo, una redundancia que leemos en los periódicos y oímos en los discursos como la cosa más natural del mundo. Cambiemos uno de los elementos de la expresión. ¿Tendría sentido decir ‘víctimas culpables’ o ‘asesinos inocentes’?

No descuidemos la posibilidad. Hace cosa de diez años, el vicario de la diócesis de San Sebastián, José Antonio Pagola presentó en rueda de prensa un libro para dejar clara la posición de los obispos vascos sobre la violencia. No hace falta un esfuerzo intelectual muy grande para llegar a pensar que nuestros prelados tienen ante la violencia idéntica actitud a la que mantenía hacia el pecado cierto párroco en el chiste del aldeano lacónico: no son partidarios.

Explicaba el monseñor que en las palabras de los obispos “hay siempre una condena puntual a todos los atentados injustos.” Uno de los periodistas pensó que aquello era mera redundancia, y preguntó al vicario si en su opinión había atentados justos. El interpelado respondió que sí, naturalmente, por ejemplo, cuando la policía, “en el ejercicio legítimo de su poder, detiene a una persona”.

Este es uno de los problemas del relato, que las palabras no sirven para expresar los conceptos y los conceptos no son más que carcasas que no contienen pensamiento, sino en el mejor de los casos meros juegos intrascendentes de palabras. Es evidente que Las Fuerzas de Seguridad no pueden cometer atentados justos como no puede haber delitos legales, ni círculos cuadrados o pecados virtuosos. Lo que hacen al detener a un ciudadano en el ejercicio legítimo de su poder es aplicar la ley, por mucho que no lo entendiera monseñor Pagola.

Las víctimas, para serlo, no requieren especiales condiciones de idoneidad. Recuerdo que hace años, Natividad Rodríguez, la viuda de Fernando Buesa, expresó esto de manera muy precisa: “Mi marido no dio la vida por nada. Se la quitaron”.

A las víctimas las define su ser. Y el odio de sus asesinos, que ni siquiera tiene por qué ser personal. De hecho casi nunca lo es. ETA ha asesinado a 858 personas, las ha convertido en víctimas, porque eran miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, o de la Policía Autonómica, o del Ejército, por ser funcionarios de Prisiones o concejales de partidos no nacionalistas. La sangre de las víctimas es un elemento litúrgico de la violencia terrorista, la comunión de los más fanáticos en la misa negra de la independencia de Euskadi.

También debió comprender el lehendakari que el problema de ese relato que él cree necesario no es que la parte de la sociedad vasca que cree en la democracia proclame a coro que ETA está derrotada. Hace falta que la banda terrorista lo asuma y lo haga explícito. Como el general Jodl ante Eisenhower en la anécdota que contaba hace un momento.

La indefinición está presente en la autosatisfacción con la que se proclama que ETA ha sido derrotada…. No es que sea radicalmente incierta. Es verdad que su estructura  operativa ha sido debilitada extraordinariamente y que ese es un proceso que comenzó hace poco más o menos una década. Está a punto de salir a la calle el último libro de Florencio Domínguez, ‘La agonía de ETA’ que deja bastante claro este asunto. Florencio sostiene que durante la tregua de Lizarra, declarada en septiembre de 1998 y rota en noviembre de 1999, ETA se rearma con ayuda de IRA, lo que fue clave para la gran ofensiva terrorista que comienza en enero de 2000 y se mantiene a lo largo de 2000 y 2001, pero a costa de un gran esfuerzo que es frenado en 2002 por las FFSSEE. En este año comienza la derrota operativa y el declinar de la organización, que se ve incapaz de sostener el ritmo y el número de atentados, que ve como las detenciones aumentan, disminuye la moral de sus activistas y cunde la paranoia por la creencia de que están infiltrados por la policía.

Estos son hechos, pero  la derrota, la existencia de vencedores y vencidos pasa por que los vencidos asuman su derrota, y no podemos desconocer que la banda terrorista ha mantenido en todo momento su voluntad de perpetuarse sin renunciar a sus aspiraciones de negociar con el Estado, al mismo tiempo que sigue en la tarea de fortalecer políticamente a lo que ahora se llama la “izquierda abertzale” legalizada y acrecida en los últimos tiempos.

Tal como recuerda Rogelio Alonso en un reciente artículo, “El Estado contra ETA: “Entre la derrota policial y la victoria política”:

La “superación de la confrontación armada” y el “cese definitivo de su actividad armada” aparecían condicionados a la satisfacción de determinadas demandas que dicho “proceso de diálogo” debería garantizar. Es decir, ETA desea negociar la situación de sus presos, pero también quiere mantener su presencia para tutelar la negociación entre sus representantes políticos y el Estado sobre sus objetivos tradicionales: territorialidad y autodeterminación.”

Este es el asunto. Desde el 19 de abril de 1995,-ayer se cumplieron 17 años,-en que ETA hizo pública su “Alternativa democrática para Euskal Herria”, no hay un solo documento de ETA de carácter doctrinal (y a veces, meramente reivindicativo) que no contenga esa doble reclamación: autodeterminación y territorialidad.

El terreno en el que define Rogelio el estado de la cuestión es el apropiado: ¿Es compatible la derrota policial del terrorismo con su victoria política? Pues sí, lo es y basta con que nos hagamos los distraídos para que la cosa vaya a más.

Es posible leer en estos tiempos esforzadas reflexiones sobre el gran momento que viven la democracia y la libertad desde que ETA no mata. Me apresuraré a decir mi propia perogrullada: yo también prefiero que ETA no asesine a que lo haga, faltaría más. Pero no podría darme por satisfecho con ello si no concurrieran junto a esa circunstancia necesaria algunas otras que juntas integran la condición suficiente. A saber: disolución de la banda terrorista y entrega de las armas. Condena del pasado de la organización y muy específicamente de los 858 asesinatos perpetrados en sus 53 años de existencia. Cualquier medida a favor de los terroristas presos debería pasar por el reconocimiento de la culpa, reparación de daños y colaboración con las Fuerzas de Seguridad para prevenir posibles atentados en el futuro y esclarecer los 314 asesinatos del pasado que permanecen en la impunidad.

El Código Penal en su artículo 90.1 también exige la petición expresa de perdón a las víctimas de sus delitos. A mí me parece bien que se considere eso como un indicio más de un pronóstico favorable de reinserción, pèro creo que no hay que sacralizar el perdón. En ningún caso la petición debe implicar ninguna obligación de respuesta favorable para las víctimas. Pongamos un ejemplo: En 1983, el Papa Juan Pablo II visitó al terrorista turco Alí Agca en la cárcel en la que cumplía condena por el atentado cometido contra el Pontífice dos años antes. Lo perdonó, pero no hizo la menor petición de que le fuera acortada ni siquiera un año la pena que se le impuso en la sentencia.

Hagan el ejercicio especulativo de ponerse a argumentar frente a alguien de la izquierda abertzale sobre la necesidad de que condenen el pasado de ETA, su práctica, sus asesinatos, la extorsión, los daños, el menoscabo de la libertad durante tantos años. Piensen, por ejemplo: es un requisito de la convivencia, ¡qué menos!

Observen la expresión de incredulidad de su hipotético antagonista. Y traten de hacer algo que siempre es interesante desde el punto de vista intelectual: meterse bajo su piel y tratar de razonar como él lo haría.

“Pero, hombre”, diría en primer lugar. “No nos echamos al monte para esto. Después de tanto trabajo y sufrimiento, no nos van a pedir que nos vayamos de vacío”.

Habría más argumentos de peso: Durante mucho tiempo luchamos solos, mientras el PNV aceptaba la reforma y la vía estatutaria que nosotros denunciamos desde el momento cero en solitario: el mismo referéndum del Estatuto. Y ahora, cuando hasta el primer lehendakari de la estrategia fallida está con nosotros en Bildu y Amaiur,-pobre Garaikoetxea,-cuando el PNV se ha dado cuenta de su error y ha denunciado el Estatuto para pasarse al campo del soberanismo; cuando el resultado de nuestra estrategia está a la vista en más de mil municipios vascos y navarros, incluyendo esta soberbia ciudad de San Sebastián y la Diputación Foral de Gipuzkoa que también están en nuestras manos. ¿Pretenden que nos demos golpes de pecho y reconozcamos algún error?

Nunca, ni ellos ni nosotros, habíamos imaginado que en 2012 iban a tener tanto poder en sus manos. Es muy difícil, por no decir imposible, que nadie condene el camino que le ha llevado al éxito. “¿Cómo hemos llegado a esto?” se preguntaban hace unos años dos grandes periodistas, José Luis Barbería y Patxo Unzueta en el título de un libro, cuando ‘esto’ estaba muy lejos de ser el ‘esto’ que tenemos ahora.

Bueno, pues a ‘esto’ de ahora hemos llegado anteponiendo nuestro miedo a nuestras ganas de libertad y esto ha sido posible asesinato a asesinato que han ido infiltrando en la sociedad vasca el miedo y el desistimiento y las ganas de mirar a la pared.

¿Cómo pretendemos que condenen los crímenes si están en la base de su poder político?

El terrorismo no es una psicopatía que lleve a sus adeptos a asesinar a sus semejantes porque encuentren en ello un placer de cualquier tipo. Lo hacen para conseguir el poder, porque son totalitarios. La sangre, la vida humana, son para ellos algo meramente instrumental para alcanzar ese objetivo. Son pues, perfectamente congruentes la derrota militar y la victoria política, no sólo en términos electorales.

Lo de Aiete ha sido un extraordinario escaparate internacional para ETA, en el que obtuvo la máxima resonancia internacional y un efecto especular muy favorable a sus propósitos a los ojos de su público. Como escribía mi viejo amigo Rafa Aguirre, en un artículo que se me escapó en su día, pero que ha sido citado por Rogelio Alonso, esta colosal operación propagandística no era explicable sin la connivencia, al menos, del Gobierno español, que deseaba apuntarse el tanto del fin de ETA:

“No se acabó con ETA, se acabó con su violencia, pero pagando un precio político al nacionalismo vasco más radical” que también se tradujo en un notable incremento del apoyo electoral y de su respetabilidad.

A esta respetabilidad han contribuido no poco el lehendakari y su partido, así como el nacionalismo no violento. Sus emplazamientos al TS y TC para la legalización de Sortu, Bildu y Amaiur han contribuido lo suyo a desculpabilizar al votante de las dos coaliciones citadas y algo tendrá que ver en su éxito en las urnas.

También han conseguido que la Ley de Partidos haya sido derogada en la práctica. El 14 de noviembre de 2004, fecha en la que se puso en marcha el ‘proceso de paz de Zapatero’, Arnaldo Otegi comenzó su intervención con estas palabras: “Hoy, un portavoz ilegal, de un partido ilegal, celebra un acto ilegal”. Era asombrosamente exacto. Y lo hacía con varias complicidades: la del alcalde de San Sebastián que cedía un espacio municipal para perpetrar dicha ilegalidad, de la delegación del Gobierno y de la Fiscalía por no proceder en consecuencia.

Unos meses más tarde, tras las elecciones autonómicas de 2005, que permitieron a Batasuna presentarse bajo el disfraz de EHAK y obtener nueve representantes en el Parlamento vasco, Arnaldo Otegi dijo: “Hemos superado la estrategia de la ilegalización”. Volvía a ser un juicio exacto que al día de hoy sigue teniendo validez.

Hoy, no son sólo los nacionalistas quienes se manifiestan contra la estrategia de ilegalización, ni los socialistas. Es que hasta el PP se revuelve airado cuando un partido tan pequeño como UPyD propone ilegalizar Bildu y Amaiur. Hoy, periodistas y medios de comunicación inequívocamente constitucionalistas escriben como si tal cosa que “el tiempo (o el ciclo) de la ilegalización ha pasado”, enterrando tácitamente la Ley de Partidos.

El 20 de octubre 2011 ETA anuncia el “cese definitivo de sus actividades armadas”, además de dirigir “un llamamiento a los Gobiernos de España y Francia para abrir un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada”.

Este es un asunto ya recurrente en relación con el terrorismo: las palabras nunca quieren decir lo que aparentan. El cese definitivo y unilateral de las acciones terroristas adoptado por la banda no quiere decir lo que cualquiera puede interpretar de las propias palabras con que se formula. Es unilateral y es definitivo, pero eso no está reñido con que obligue a lo otra parte y que esté sujeto a determinadas condiciones, sin las cuales no habrá paz.

El juego de sobreentendidos no es nuevo, como vamos a ver enseguida, pero sí es muy notable que lo practiquen, no sólo los terroristas, sus cómplices y los comisionistas, sino también partidos que han estado inequívocamente contra el terrorismo y que han pagado su tributo de sangre en las vidas de afiliados suyos.

Quiero dejar bien claro que no tengo ningún dato para afirmar que ahora se esté en un proceso como el que se siguió en el año 2006 tras la tregua de ETA (alto el fuego permanente se llamó en aquella ocasión). No entiendan, en consecuencia, que quiero imputar al Gobierno operaciones oscuras, aunque sí señalaré lo que me parecen errores en el tratamiento del problema terrorista.

Si echamos la vista atrás para examinar cualquiera de los procesos negociadores que han llevado a cabo los Gobiernos de la democracia con el terrorismo etarra, observaremos algunos rasgos comunes a todos ellos.

El primero es que todas las negociaciones entre el Gobierno, cualquiera de ellos y ETA han estado animados por la misma lógica en ambas partes. El Gobierno procuraba asestar el mayor número de golpes policiales a la banda para ofrecer después la posibilidad de un ‘diálogo’, se decía, tratando de establecer sutiles diferencias entre este concepto, el de diálogo, y el de negociación.

Por parte de la organización terrorista la estrategia era simétrica. Se trataba de proceder a la mayor acumulación de fuerzas posible, delicado eufemismo con el que se quería decir el mayor número de asesinatos para convencer al Gobierno de la necesidad de negociar.

Ha habido procesos que han arrancado en posición de debilidad de la banda, ejemplo palmario de los cuales fue el llamado ‘proceso de paz’ de Zapatero. Ha habido otros que han arrancado después de asesinatos múltiples de ETA, ejemplo las conversaciones de Argel, emprendidas a lo largo de varios años para celebrarse en enero de 1989. Es preciso recordar que el 19 de junio de 1987 se produjo la matanza de Hipercor. En agosto, los policías Ballesteros y Martínez Torres viajaban a Argel para entrevistarse con Antton. En septiembre viaja a la capital argelina un interlocutor político: el delegado del Gobierno en el País Vasco, Julen Elgorriaga.

El 11 de diciembre del mismo año se produjo el atentado de la Casa-Cuartel de Zaragoza con el balance de 11 personas muertas, cinco de ellas niños. Menos de dos meses después, el 20 de febrero se materializaba un encuentro entre Julen Elgorriaga, y Antton Etxebeste para seguir profundizando en el diálogo. El primero pide una tregua indefinida, ETA se niega y cuatro días después secuestra a Emiliano Revilla. Desde entonces hasta el 22 de diciembre de 1988, ETA asesina a 19 personas. Revilla es puesto en libertad en octubre, previo pago de rescate por su familia. Uno de los condenados por su secuestro, Gonzalo Bolle, aprovechó su estancia en la cárcel para licenciarse en Derecho. Hoy tiene bufete en Madrid sin haber pagado a la familia Revilla ni un euro de la cantidad a que le condenaron los jueces.

En todo caso, fueran cuales fueren los prolegómenos, una vez sentados a la mesa de la negociación, la lógica del proceso recordaba un poco a la escena de la barbería en ‘El Gran Dictador’. Hynkel y Napoloni, personajes que caricaturizan, aunque no demasiado a Hitler y Mussolini, se sientan en dos sillones de barbero mientras hablan. Uno de ellos, no recuerdo quién, acciona la manivela y eleva el nivel de su sillón para quedar por encima de su interlocutor. Éste hace lo propio, lo que motiva unas vueltas más del otro y así sucesivamente. El primer efecto que produce siempre una negociación es el aumento de la legitimidad terrorista.

Vayamos a otro aspecto del asunto, que he tocado tangencialmente al hablar de la distinción entre ‘diálogo’ y ‘negociación’. Era una convención aceptada durante los Gobiernos socialistas este distingo que llevaba a otro íntimamente emparentado con él. Era el que separaba la negociación política del acuerdo sobre el destino de los terroristas y eventuales medidas de gracia para ellos a cambio del final de la violencia. Es lo que se ha llamado ‘paz por presos’. Se podía tratar con ETA y pactar los temas relacionados con sus presos, pero no aquellas cuestiones que afectaban a la soberanía nacional, asuntos que sólo podían decidir los ciudadanos en las urnas.

El paradigma de esta concepción de las cosas fue la negociación con ETA político-militar que se desarrolló en los tiempos finales de UCD entre el ministro del Interior Juan José Rosón, ya fallecido, y los también desaparecidos Juan Mari Bandrés y Mario Onaindía.

Yo también creí que aquél había sido un proceso ejemplar y en cierto modo, solo en cierto modo, lo fue. Dejó clara al menos, una cuestión para valorar las ganas de poner fin a su actividad por parte de una organización terrorista, un signo que yo le he oído a un buen conocedor de aquel proceso: nuestro amigo Teo Uriarte. Dice lo siguiente: se reconoce que una banda terrorista quiere tirar la toalla cuando llama  al Ministerio del Interior para anunciar que quiere dejarlo, sin poner sobre la mesa ninguna condición política para ello. Solamente cuestiones relativas a sus presos.

Esto bastaba para saber que ETA m estaba en otro asunto. Pero vayamos al error en la negociación el fin de los polimilis. ¿Quién ha dicho que la excarcelación de los presos y las medidas de indulto o excarcelación no son políticas? Claro que lo son de manera evidente. Y traen consigo otras más ocultas y no menos desasosegantes. En aquel proceso tan ejemplar hubo muchas connivencias, periodistas que callamos para no poner en peligro el proceso y jueces que prevaricaron con la misma sanísima intención. Manchar la toga con el polvo del camino no fue un invento del fiscal general Conde Pumpido.

Pondré un ejemplo. Cuando los últimos PMs volvieron tuvieron que hacer el paripé en la Audiencia Nacional. Uno de ellos, cuyo nombre no daré, compareció ante el juez, que le hizo las preguntas de rigor, y entre ellas, ésta: Diga si es cierto que usted, en compañía de tal y tal, procedió a atracar el banco Tal del que se llevaron tantos millones de pesetas, a lo que el ya ex terrorista, afirmó: “Sí, es cierto”. El juez se volvió hacia el secretario y dijo: “Aquí, evidentemente, ha querido decir que no”.

Hubo otras consecuencias de las que voy a contar otro ejemplo: Durante el verano de 2005, la Fundación de Víctimas del Terrorismo se propuso realizar un video que habría de ser ‘Corazones de hielo’. Maite me llamó para participar en un brain storming –sin exagerar- una tormenta de ideas con el director del documental que iba a ser Jorge Martínez Reverte. En aquella reunión tuve la ocasión de conocer a un tipo estupendo que se llama Angel Altuna cuyo padre, Basilio Altuna, capitán de la Policía Nacional, había sido asesinado en septiembre de 1980 por ETA pm:

“Al poco tiempo del asesinato de mi padre, empezaron las negociaciones entre Euskadiko Ezkerra y el Gobierno y el atentado dejó de investigarse. Al día de hoy sigue sin esclarecimiento policial”.

Esta es la cuestión. Más de una tercera parte de los asesinatos cometidos por la banda, 314, siguen sin esclarecer, lo que constituye un agravio para las víctimas en la cuádruple reivindicación que exponen frente a los terroristas, al Gobierno y a la opinión pública: verdad, memoria, dignidad y justicia.

Cada uno de esos asesinatos sin esclarecer y, por tanto, sin que los culpables hayan respondido por ello es una afrenta a esos cuatro conceptos que forman la divisa de las víctimas.

Está también la confusión de conceptos. El pasado 12 de marzo, el ministro del Interior declaraba en Burgo de Osma con motivo de la inauguración del nuevo cuartel de la Guardia Civil que: “apoyaría, impulsaría y promovería, en el marco de la ley penitenciaria, lo que ha venido llamándose la vía Nanclares, que la impulsamos y promovemos porque es legal y es la que más se adecúa al espíritu de la Constitución”.

Es público y notorio que la llamada ‘vía Nanclares’ es ya una vía muerta. Desde el 20 de octubre no hay reclusos que se hayan acogido a ella. Ocho días después de las declaraciones que acabo de citarles, el mismo ministro del Interior dijo que su Departamento apuesta por la ‘vía Nanclares’ si bien ha admitido que, desde el anuncio del cese definitivo de la violencia, “esa vía ha quedado en suspenso porque se les ha generado (a los presos de ETA) unas expectativas falsas de que van a ser acercados con carácter general al País Vasco sin pagar ningún peaje”.

Es lógico, a ver por qué va a tener que arrepentirse ningún terrorista de nada a título individual si todo el mundo le explica que va a volver a su pueblo como un héroe colectivo.

Siempre ha pasado lo mismo, la repetición de la tragedia como farsa, que dijo Marx en ‘El 18 Brumario de Luis Bonaparte’. Recuerden cuando sin vía Nanclares, Pakito, y cinco compinches suyos escribieron en el verano de 2004 una carta a ETA diciendo que la lucha armada ya no funcionaba, que más valía dejarlo. “No es el espejo retrovisor que se ha roto. Es el motor, la lucha armada lo que no funciona. Así no va a haber ningún Gobierno que quiera negociar con nosotros”, ¿recuerdan?

En aquel mismo verano, el presidente Zapatero, en presencia del juez Baltasar, dijo en El Escorial que él tenía una agenda progresista para el fin de ETA y cuatro meses más tarde aceptaba la invitación al proceso que abrió Arnaldo el 14 de noviembre en Anoeta. Los terroristas abajofirmantes se miraron al espejo y éste les devolvió la imagen de unos gilipollas. Se retractaron, pero ya era tarde. La banda les había expulsado por su poca fe. Esta es la historia de cómo Zapatero consiguió derrotar a un sector de ETA, que era precisamente el que se había rendido.

Voy a ir terminando ya.

ETA es perfectamente consciente de su derrota armada. Txeroki lo analizaba así a comienzos de 2008: “Siendo todos estos factores una realidad objetiva, el declive que vino a partir del 2001 era lógico. Si no se tienen en cuenta esos factores a la hora de realizar un análisis y tomar decisiones, el declive es imparable. No ha sido algo coyuntural, no ha sido una mala racha. Si se continúa igual no se puede dar la vuelta a la situación, sino que esta puede ir a peor”.

La derrota de los pistoleros no debería ir acompañada del triunfo de su causa, que es la de quienes les excusaron, apoyaron, jalearon y justificaron en sus crímenes. ¿Cuál es entonces el papel y la situación de las víctimas ante “el nuevo escenario”, por decirlo con un sintagma que han acuñado ellos y que nos han contagiado? Es cierto que el futuro no está escrito y que tal vez pudiéramos confiar en su capacidad de gestión. Quizá lo que los donostiarras no han hecho por un principio moral lo hagan por la sensación de ridículo que les produzca la gestión municipal de las basuras por parte de Bildu.

Las víctimas saben que la paz sin derrota política de los terroristas, de sus ideas, de su trayectoria y de su proyecto es el empate de Azkoitia, que, según imagino, es el modelo de paz que persigue Eguiguren: la experiencia de Pilar Elías de tener en los bajos de su casa la cristalería del asesino de su marido, cuya mujer se quejaba de la impertinencia de la víctima por sostenerle la mirada: “Es que esta señora no tiene ninguna humildad”.

¿Qué se puede hacer? No cabe un quid pro quo, como no cabía en el caso del nazismo propuesto por el lehendakari. Como decía un amigo mío hace ya una década, en el desconcierto que supuso la ‘era Ibarretxe’, “ante todo, no rendirse”.

Está claro que no son buenos tiempos, pero tampoco tenemos margen de maniobra. No he creído nunca que sean las víctimas quienes deban dirigir la política antiterrorista, pero siempre he estado seguro que cuando la política no da satisfacción a las víctimas, cuando se empeña en hacer su fin primordial de la reinserción de los delincuentes y no el pago por lo que han hecho y el resarcimiento moral a las víctimas, la justicia deja de ser Justicia. Las víctimas deben seguir en su reivindicación: verdad, memoria, dignidad y justicia.  La paz es un concepto tramposo. El diccionario de la Real Academia tiene nueve acepciones del término y ninguno vale para el caso que nos ocupa.

Durante el llamado ‘proceso de paz’ de 2006, los partidarios contaban los meses: “Tres años sin muertos”, decían esperanzados al comienzo de aquel verano, lo que fue desarbolado por la gran Pilar Ruiz Albisu con la verdad íntima e incontestable de las víctimas: “Yo llevo tres años con uno”.

Queremos verdad, memoria, dignidad y justicia y no podemos relajar ni uno de esos conceptos. Queremos que se esclarezcan  los 314 asesinatos no aclarados y criticaremos que el Gobierno conceda beneficios a los reclusos que no colaboren con las Fuerzas de Seguridad en ello. No queremos que los políticos caigan en la tentación que señalaba Joseba Arregi de gobernar, no ya como si ETA no existiera, sino como si nunca hubiera existido.

Esta es una historia inicua, de víctimas y asesinos, de culpables e inocentes y debe terminar como la película de Kramer y como la propia historia del nazismo, que ha traído aquí a colación sólo a efectos analógicos y previa provocación: con vencedores y vencidos.

Santiago González, santiagonzalez.wordpress.com, 21/4/12