JON JUARISTI – ABC – 24/01/16
· Si algo comparte Podemos con los secesionistas es la afición al turismo de gorra.
Ante lo que parece definitiva ruptura del bloque constitucionalista, parece más sensato confiar en que el depositario de la soberanía arregle algo mediante nuevas elecciones –no todo, pero quizá lo suficiente para ir tirando un par de años– que dejarse arrastrar por la aversión mimética que se prodigan los dos partidos mayoritarios. En España no cabe pensar en grandes coaliciones patrióticas ni compromisos históricos entre el PSOE y el PP. Por otra parte, el sistema está tan dañado que cualquier combinación gubernamental imaginable entre las izquierdas y los nacionalistas lo arruinaría sin remisión.
Entraríamos en un proceso (si tuviéramos la memoria que hay que tener y no la histórica, debería sonar a cosa conocida) cuyo único final previsible sería una constitución de izquierdas; es decir, una constitución contra la derecha, contra el centro y contra la unidad nacional. Ese tipo de constituciones en España aguantan entre tres y cinco años, y hasta ahora han terminado sin excepción en guerras civiles. No quiere decir que deba suceder lo mismo la próxima vez, pero, a mí, francamente, la experiencia conocida me disuadiría de volver a intentarlo.
He afirmado que no cabe imaginar compromisos entre el PP y el PSOE para salvar el sistema (el actual sistema constitucional, por supuesto), pero, aunque parezca increíble en un tiempo en que el modelo municipal madrileño se ha impuesto en todo el ámbito de la nación, habría que recordar dos momentos todavía recientes en los que hubo conatos de acuerdo entre ambos partidos, al menos en una comunidad autónoma: la vasca. En abril de 2001, Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros escenificaron en San Sebastián la voluntad de unir fuerzas contra ETA y el todavía entonces vigente Pacto de Estella si las inminentes elecciones autonómicas les dieran la mayoría suficiente para formar un gobierno de coalición. El segundo momento fue el del acuerdo de los populares vascos con el PSE-EE, en 2009, para investir como lehendakari al actual presidente del Congreso. Un apoyo que se prolongó incluso mientras el Gobierno de Patxi López se dedicaba a negociar con ETA a mayor gloria de ese gran estadista europeo –según Joseph Stiglitz– apellidado Rodríguez Zapatero.
Del acuerdo entre Basagoiti y López nada diré, porque desconozco sus pormenores. Pero tuve algún papel en la mediación para acercar posiciones entre Mayor Oreja y Redondo Terreros. El proyecto fracasó porque, inesperadamente, la izquierda abertzale traspasó parte de su voto al PNV. Lo justo para permitirle mantener la mayoría. Fue un traspaso bien planificado, porque la izquierda abertzale tiene el electorado más disciplinado de España: un rebaño, que no un cardumen sometido a quiebros aleatorios.
Más incluso en aquella época, en la que los pastores todavía mataban a las ovejas disidentes. Aún hoy conserva la disciplina suficiente para montar masivas manifestaciones por la libertad de los presos de ETA mientras sus bases votan también masivamente a Podemos. Que ya existía un pacto entre Bildu y Podemos antes de las últimas elecciones generales y que ese pacto incluye tanto la amnistía de los etarras como la facilitación de un proceso soberanista a la catalana, es evidente a la luz de unos resultados electorales que muestran a las claras cómo la izquierda abertzale ha apoderado a los chavistas españoles para que la representen en las principales instituciones del Estado. Y de que el pacto entre una y otros haya tenido como escenario Maracaibo o Isla Margarita a expensas del pueblo venezolano, pudiendo haberlo montado en Carabanchel, qué quieren que les diga. Que vaya vida se pega la famélica legión.
JON JUARISTI – ABC – 24/01/16