Venezuela vota en masa contra la deriva totalitaria de Maduro

EL MUNDO 17/07/17

· Millones de ciudadanos se movilizan contra el proyecto constituyente que perpetuaría al presidente en el poder Sectores críticos del chavismo consideran «ilegal» la reforma de la Carta Magna

Lo adelantaban las encuestas y se intuía en las calles. Un huracán democrático de millones de personas votó ayer contra el proceso constituyente impuesto por Nicolás Maduro para mantenerse en el poder. Y lo hizo pese a todos los obstáculos e inconvenientes, incluso frente a la embestida criminal que los colectivos revolucionarios emprendieron en Catia, emblemática zona popular del oeste capitalino, que se echó a la calle harta de los abusos gubernamentales.

Se trató de un desafío popular a pecho descubierto, sin las bolsas de comida que el Gobierno repartió un día antes en su campaña para seguir en el poder.

Sin presiones contra los medios ni amenazas de despido ni nadie que obligase a votar. Libertad en estado puro que de momento no obliga al Gobierno a frenar su plan autoritario para atornillarse al poder, ya que considera la consulta ilegal. Nicolás Maduro asegura que no es vinculante el resultado, pese al impactante reto vivido en una jornada histórica.

Venezuela mostró ante el mundo colas inmensas durante todo la jornada tras 107 días de ola de protestas antigubernamentales. Con imágenes que ya forman parte de la pequeña historia de la rebelión popular: en Catia cientos de personas recriminaron a los militares de la Guardia Nacional, cuerpo clave en la represión, al grito de «¡asesinos!».

«Vinimos para salir de este Gobierno, porque esto ya no se aguanta más. Es la falta de comida y de medicinas. Nadie nos respeta. Tengo fe que con esto pueda empezar un cambio, esperamos que al menos echen la Constituyente para atrás», se quejaba Johan Istúriz, vecino de Catia, deseoso de votar junto a miles de ciudadanos.

Y tantos lo hicieron que los famosos colectivos revolucionarios, que actúan con impunidad en esa zona de Caracas, se vieron obligados a actuar. Los temidos motorizados acudieron hasta la iglesia que servía de centro soberano, disparando y lanzando piedras.

La gente se refugió dentro de la parroquia, junto al cardenal Jorge Urosa. Cuando llegó la Fiscalía certificó la muerte de una mujer y las heridas de otras tres personas.

«Esto muestra la desesperación de Nicolás Maduro y su cúpula corrupta, que mandó sus grupos paramilitares a asesinar a nuestro pueblo de Catia», denunció el gobernador Henrique Capriles tras la acometida, en la que también fue secuestrado un periodista.

«Cada firma de hoy suscribe una nueva e histórica acta de la independencia para Venezuela. Hoy todos somos próceres», clamó Gonzalo Himiob, director de Foro Penal, la valiente ONG que lucha por la libertad de los detenidos por las protestas, entre 3.000 y 4.000 desde el 1 de abril.

Los venezolanos acudieron vestidos con los tres colores de la bandera nacional, con gorra calada e incluso con las habituales camisetas o chaquetas deportivas que también lucen sus líderes políticos. Otros de blanco, que representa la paz. Poco importó: la presencia fue masiva en los más de 2.000 puntos «soberanos» instalados por la oposición a lo largo de todo el país.

«Marcará un antes y un después. Hoy como nunca vamos a demostrar al mundo entero y a quienes tienen el poder que el pueblo venezolano es el dueño de su destino», aseguró Julio Borges, presidente de un Parlamento que se convirtió en el principal baluarte de la consulta popular. En los medios censurados por el gobierno la denominaban ayer «manifiesto de voluntad frente a la propuesta constituyente».

Se produjeron «interrupciones» provocadas por el oficialismo, además de la relatada en Catia. En Amazonas bombardearon con gases lacrimógenos uno de los centros. En Cojedes, un camión municipal vertió aguas negras en el punto de votación. En Barinas, la policía trancó el acceso a las urnas. Y en el San Agustín caraqueño se vieron obligados a trasladar el centro tras la irrupción violenta de colectivos revolucionarios, que destrozaron los cuadernos de votación.

«Hubo intentos de saboteo, pero continúa el proceso. Todas nuestras expectativas han sido superadas», confirmó Freddy Guevara, vicepresidente del Parlamento, controlado por la oposición.

El huracán democrático es tan fuerte que el chavismo intentó aprovecharse, como esos corredores que van a rebufo en el Tour de Francia. Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) del chavismo, insistió en que se trató de una «actividad política que no tiene consecuencias jurídicas sobre Venezuela. Lo importante aquí es que no se generen falsas expectativas».

Sandra Oblitas, otra rectora oficialista del CNE, saludó la «masiva participación» en el simulacro oficialista de sus comicios a la Asamblea Nacional Constituyente. Algo que no se pudo corroborar más allá de unas escasas imágenes suministradas por los medios de comunicación públicos.

Un contraste apabullante que no sólo refleja a la Venezuela de hoy. También explica por qué el chavismo impidió el año pasado el proceso revocatorio contra Nicolás Maduro y por qué retrasó las elecciones a gobernador.

También airea por qué el oficialismo evitó un referéndum consultivo sobre su proceso constituyente, tal y como obliga la Carta Magna. Incluso el porqué de las artimañas utilizadas para confeccionar las bases comiciales del 30 de julio.

«Nosotros desde el chavismo le decimos a nuestros compatriotas que la Constituyente es ilegal», clamó después de votar el diputado revolucionario Germán Ferrer, marido de la fiscal rebelde, Luisa Ortega, convertida en el rostro de la rebelión interna contra el presidente venezolano.

Ésta, que no votó, salió de su fortín en el Ministerio Público para saludar a los venezolanos que esperaban en las inmediaciones. «¡Bienvenida a la libertad!», contestó una mujer del grupo.

Gabriela Ramírez, que fuera Defensora del Pueblo del mandatario, también tomó partido desde el chavismo crítico, mucho más que un dolor de muelas para Nicolás Maduro: «El pueblo venezolano transmite este domingo su apego a la movilización pacífica y el deseo urgente de opinar políticamente. La misión del poder es mandar obedeciendo y procesar que no pueden torcerse las reglas del juego en beneficio propio».

Finalmente la censura gubernamental no pudo ponerle rejas a la marea democrática. Miles y miles de personas seguían votando al cierre de esta edición.