Roberto R. Aramayo-El Correo

  •  Resulta preocupante la alta permisividad existente con el abuso de los bulos y de los relatos que cambian de un día para otro

Este título puede ser tan intempestivo como el célebre de Nietzsche que aquí se remeda en cierto punto, ‘Verdad y mentira en sentido extra-moral’. Se diría que dentro del terreno político los términos ‘mentira’ y ‘verdad’ tienen un sentido harto idiosincrásico. Parece asumirse que las promesas electorales no se hacen para cumplirlas y que la clase política tiene bula en lo tocante a las mentiras provisionales o sistemáticas, porque también proliferan los desmentidos, las contradicciones e incoherencias dentro del mismo mentir. Algunos logran ser virtuosos del funambulismo de la mendacidad. Cualquier cabriola sirve para seguir avanzando sobre la cuerda floja y sortear el escalofriante vacío de sus naderías. Algo que no disculparíamos tan fácilmente a ningún otro colectivo parece tener carta blanca en este foro. Esto equivale a reconocer que un político honesto sería una especie de Pegaso, un animal fantástico que no existe realmente. Falta saber en qué nos convierte a su auditorio ese supuesto. Se diría que somos una suerte de centauros. Nos gusta creer que las utopías podrían tener lugar si nos empeñamos en secundarlas, pero tenemos las pezuñas muy embarradas como para seguir en esa dirección.

¿Acaso en la política no puede darse una especie de Pinocho con su Pepito Grillo incorporado? Por decirlo con otras palabras: ¿no puede haber políticos morales y no simples moralistas políticos, por utilizar la distinción del Kant de ‘Hacia la paz perpetua’? ¿Es imposible conciliar convicciones con responsabilidades, tal como nos plantea Max Weber en su famosa conferencia sobre ‘La política como vocación’? Se diría que, si decides dedicarte a la política de primera línea, debes abandonar tus principios y cultivar el pragmatismo más descarnado. ¿Damos por bueno que los consejos de Maquiavelo en ‘El príncipe’ van a misa y que la moral sería un lastre inasumible? ¿Hay que seleccionar entonces a las personas menos escrupulosas para gestionar lo público? ¿Solo valen ellas para ocupar cargos? ¿Es Trump un modelo paradigmático del personaje político?

Platón pensaba que debía formarse a los gobernantes familiarizándolos con la filosofía. Pero este ideal se considera una quimera en la Ilustración porque no parece que los oficios de filósofo y rey sean muy compatibles. Al primero le corresponde criticar y asesorar a quien toma las decisiones, por la sencilla razón de que cuando ejercemos el poder no somos imparciales y nos dejamos engatusar por sus encantos. El filósofo es un Ulises que sabe cuán poderoso es el encantador canto de cualquier sirena y por ello decide atarse al mástil para no lanzarse a las procelosas aguas del poder. Sin embargo, puede y debe asesorar al gobernante, siempre que se mantenga fuera del terreno de juego.

Resulta preocupante que nos mostremos tan permisivos con el abuso de las verdades a medias, los bulos y esos relatos que cambian de un día para el otro porque las encuestas o los impactos mediáticos aconsejen hacerlo así. Este cruce de supercherías acaba secuestrando el auténtico arte de la política, que no consiste desde luego en mantener un simulacro perpetuo ajeno a las realidades que deben afrontarse. Los datos no se utilizan para perfilar el propio análisis y se manipulan para renegar de los éxitos obtenidos por la competencia, como si se tratara de una competición, cuando se trataría de confrontar ideas para enriquecer las propias. Nos hemos acostumbrado a que dentro de la política puedan cultivarse las falsas noticias con toda desfachatez, lo demos por bueno y encima nos haga cierta gracia, como si se tratara de un concurso humorístico, hasta el extremo de que semejante proceder hace ponerse muy serios a los humoristas.

Algo que no disculparíamos en otro colectivo parece tener carta blanca en este foro

La desfachatez alcanza límites insospechados un momento antes e incluso se permite la licencia de matar al mensajero. Si los periodistas te recuerdan que tus afirmaciones no son correctas porque pueden contrastarse fácilmente, se peca de soberbia y se desautoriza o despide a quien simplemente ha hecho su labor periodística, en lugar de reconocer la inexactitud y pedir disculpas. Errar es humano, pero hay quien piensa que la infalibilidad es una virtud política, por mucho que sea simulada y solo pueda sostenerse tal simulación faltando a la verdad. Nuestra memoria colectiva está habituándose a olvidar con suma facilidad lo que debería ser tenido por algo inaceptable y eso propicia la reincidencia en las tomaduras de pelo. Porque, además de salir gratis, muchas veces tienen su recompensa. Las meteduras de pata y los denominados hechos alternativos dominan el escenario político desvirtuándolo por completo. Pero es cosa nuestra el aceptar o no que triunfe la mentira sobre los datos bien contrastados.

A decir verdad, la mayor de las mentiras en este ámbito es identificar ese inframundo político con el noble arte del quehacer político. En el primer caso se cultiva la desinformación y los chascarrillos que lo banalizan absolutamente todo, negando los problemas para no tener que resolverlos. No hay que confundir este oportunismo sin entrañas con la verdadera política. Esta, la política de genuina raigambre y no su perverso simulacro, demanda personas comprometidas con sus conciudadanos para gestionar la esfera pública y aportar soluciones a nuestras preocupaciones reales, que no son ciertamente las de los partidos y sus tensiones internas. La falta de sentido institucional y la deslealtad hacia el Estado deberían descalificar a quienes no merecen verse designados como representantes de nada ni nadie, puesto que tampoco aspiran a ello y solo persiguen el interés de los gorrones comunitarios.

Lo peor es que los entramados políticos no dejan de configurarnos, llegando a formatear nuestros anhelos y preferencias. El espectro político responde al ambiente social y viceversa, conformándose mutuamente. La polarización política tiene su reflejo en el entorno social y, por lo tanto, resulta muy difícil hurtarse al culto a la mentira cuando este se generaliza. Algunos medios de comunicación sucumben a la tentación y practican el sensacionalismo para no perder seguidores, con lo cual el bucle de la desinformación viral no tiene fin al auto-retroalimentarse con suma eficacia. Sin embargo, cabe decir con Antonio Machado que «la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés», dígala Agamenón o su porquero y por más tretas que se rebusquen para encubrirla. Otra cosa es que no exista una verdad con mayúscula y que debamos buscarla juntos a cada paso, intercambiando nuestros puntos de vista sin pretender imponerlo por la fuerza o merced al absurdo argumento de autoridad. «¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela» (Antonio Machado).