Vergüenza

Ignacio Camacho-ABC

  • Ahora cobra sentido la autodenuncia de espionaje. Sólo era la coartada para poner a la directora del CNI en la calle

No es un error, es una vergüenza. Tal vez incluso una traición, en sentido lato, en la medida en que el propio Gobierno entrega a los enemigos del Estado la cabeza de la alta funcionaria encargada de vigilarlos. Y desde luego una infamia porque la directoria del CNI se ha limitado a cumplir el encargo recibido con máxima eficacia.

Sánchez no puede fingir ignorancia: los objetivos y la estrategia del aparato de inteligencia los fija por escrito una comisión delegada en la que el presidente tiene la última palabra. Fue él quien ordenó o autorizó el seguimiento a los independentistas, e hizo bien porque protagonizaban o promovían una revuelta contra la convivencia cívica, pero como hasta el bien lo hace mal ha acabado arrepentido de una de sus escasas ideas positivas. Y al indulto de las condenas añade ahora un certificado de impunidad e inmunidad completas, que es lo que significa el cese de Paz Esteban. Esa decisión lleva implícito un mandato a su sucesora: a esta gente no se la molesta ni se la toca mientras tenga en su poder la llave de la Moncloa.

Vergüenza, pero ajena, da también la comparecencia justificativa de Margarita Robles, qué tristeza. Da lástima ver a una política seria como ella agarrada sin la menor convicción a una pedestre mistificación dialéctica. Ese torpe juego verbal –destitución/sustitución— preparado en un laboratorio de propaganda la convierte en colaboradora de una ignominia que deja averiada la dignidad que exhibió en el Congreso la pasada semana. En ese retruécano de prefijos faltaba el esencial, el decisivo: el de la ‘ins-titución’ sometida a un menoscabo gratuito de su capacidad operativa y de su prestigio, como todas las que caen bajo la zarpa destructora del sanchismo. Como la Fiscalía, la presidencia de las Cortes, el CIS, el Consejo de Transparencia y hasta Salvamento Marítimo. Ingenuos los que pensaron que el Ministerio de Defensa podía ser distinto.

Ahora cobra sentido la autodenuncia de espionaje. No se trataba de compararse en victimismo con los separatistas catalanes, sino de construir la coartada, el dichoso ‘relato’ que sirviera de base para poner a Esteban en la calle. Da igual que fuese Bolaños el responsable de la seguridad de los teléfonos gubernamentales, como demuestra el hecho de que los enviase -¡¡por primera vez!!- al Centro Criptográfico para su análisis. Tenía que caer alguien para apaciguar a los socios y había que encontrar con rapidez un chivo expiatorio. Él no iba a ser, como resulta obvio, y Robles es un bocado demasiado correoso para zampárselo a bote pronto. En la búsqueda desesperada de un pretexto se han llevado por delante la reputación de los servicios secretos y han abierto un boquete en la imprescindible relación de confianza con los aliados europeos. No hace falta buscar enemigos externos: el verdadero peligro para la estabilidad de la nación está dentro.