Juan Francisco Ferré-El Correo
- Necesitamos gestores de país que piensen en todos los ciudadanos y no en sus intereses
Vergüenza, sí, eso es lo que da ver las cosas que están pasando, sin tener que invocar a gritos, con patetismo indigno, crímenes que no vienen a cuento. Vergüenza, sí, de tener un gobierno que no gobierna ni legisla más que para fomentar sus alianzas y mantenerse en el poder todo el tiempo que haga falta sin otro fin que este. Controlar el aparato del poder y usarlo cuando convenga para neutralizar la crítica y anular a la oposición. Vergüenza, sí, vergüenza de tener un presidente vinculado a tramas de corrupción y tráfico de influencias que afectan a su familia y a su partido y de que no dé explicaciones al respecto. Para qué molestarse si todo es verdad (o no).
Vergüenza, sí, de tener un presidente que solo piensa en seguir disfrutando, caiga quien caiga, de los privilegios del cargo. La bronca televisiva es el episodio último de la teleserie sanchista que nunca toca fondo y pierde audiencia a chorros. No hay límites a la vanidad presidencial. Nadie está a salvo. Ahora es un presentador, como antes fueron un filósofo, un poeta o un novelista de cabecera. Mindundis serviciales, diría Savater. Todos en comunión, celebrando a coro la grandeza sin par de Sánchez. Desvergüenza de los socialistas que se someten a la voluntad de poder del líder para hacer carrera, escondidos tras un manto ideológico que no tapa las vergüenzas. Al contrario, las desnuda más. Retorcida forma de entender la política. Todo lo que es verdad, es mentira, y viceversa, porque yo lo digo.
Vergüenza, sí, de que la democracia carezca de mecanismos de control para evitar este tipo de problemas. Y luego se extrañará algún politólogo de guardia de que los electores españoles sean tan escépticos. Vergüenza de politólogos tecnócratas que analizan la situación con perfecta normalidad y no como una anomalía democrática, empeñados en salvar las apariencias y disimular el estupor que les causa la verdad. Ese mismo estupor que adorna el rostro del presidente en cada intervención. Esto no funciona y los politólogos no lo van a reparar. Vergüenza, sí, de que Sánchez viniera a la política española para regenerarla y solo haya contribuido a degradarla aún más. Necesitamos gestores de país, no parásitos de la cosa pública, que piensen en todos los ciudadanos, sin diferencias ante la ley, y no en sus intereses personales o partidistas. La elección es clara. En democracia, cambiar de bando o de voto, sin traicionar el ideario propio, es una prueba de salud mental. Que no nos engañen. Los locos son ellos. O no.