Miquel Escudero-El Imparcial
También hubo una vez en Estados Unidos un partido que se llamaba Partido Demócrata Republicano y que llegó a ser predominante. Duró unos treinta años y lo fundó Thomas Jefferson, quien desde esas filas llegó a ser el tercer presidente de la Unión. John Quincy Adams, hijo del segundo presidente, fue el último presidente por ese partido; con él se disolvió recién elegido.
Leo que, en su diario, John Quincy Adams afirmó de los ciudadanos del norte de España que “son indolentes, sucios, maliciosos y, en resumen, pueden ser bien comparados a un montón de puercos. Su bajeza es tan profunda que los torna inhumanos”. No tengo más datos sobre su supremacismo, pero éstos ya resultan reveladores de su gusto por la injuria, extendida a todos los habitantes de una nación, hasta llegar a eliminarles su condición humana. Este señor vivió entre 1767 y 1848. Y la lectura de estas lindezas suyas me conduce no ya a Jordi Pujol, decimocuarto presidente de la Generalitat, escribiendo sobre los andaluces y hablando sobre las chonis, sino al número 19 de los presidentes de la Generalitat (siguiendo a Francesc Granell, incluyo a quienes no fueron elegidos por las urnas). Me refiero a Joaquim Torra.
Este señor cesó en su cargo al acabar el verano de 2020, cuando el Tribunal Supremo confirmó la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que lo inhabilitaba para un cargo público por delito de desobediencia. Este señor dejó escrito cosas que no se han repetido suficientes veces o no siempre del modo más eficaz. Yo quiero seleccionar dos fragmentos de sus infamias. Uno breve y otro más largo, ambos elocuentes de su sectarismo, de su tontera y de su odio cerval a gran parte de sus conciudadanos, a la mayoría, a los que impregna de un desprecio infinito. Compruébenlo ustedes a continuación. Hay que resaltar que jamás se desmintió, pero sigue cobrando una jubilación de fábula a cargo del erario público.
“Vergüenza es una palabra que los españoles hace siglos que han eliminado de su diccionario”.
Yendo por la estela de John Quincy Adams, acaba rebasándolo en insultos y afición por el moho y la corrupción de la sustancia orgánica:
“Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con moho contra todo lo que representa la lengua. Están aquí entre nosotros. Les repugna cualquier manifestación de catalanidad. Es una fobia enfermiza. Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN”.
Sí, realmente es repugnante. Yo ya no sé lo que ocurriría en cualquier país de la Unión Europea que se precie, con un político que no reniega de dichas palabras, aunque no las repitiera en voz alta. ¿Hay que olvidar que, desde la presidencia de la Generalitat, pidió a unas bandas que apretaran su presión en las calles? Llegaron a asaltar el Parlament de Catalunya, pero no consiguieron entrar porque los Mossos d’Esquadra lo impidieron. Esto ocurrió antes de que el Capitolio de Washington fuera invadido y profanado, como acaba de pasar en enero con las sedes del Congreso, de la Presidencia y del Tribunal Supremo de Brasil. Siempre masas patrióticas indignadas y atizadas por gente con poder suficiente para dirigir sus objetivos.
Aquel ‘están aquí entre nosotros’ del segundo párrafo citado, se refiere, por de pronto, a los ciudadanos catalanes que no comulgan con su fanatismo, con sus dogmas y con sus proyecciones escatológicas. ¿Amigos para siempre, según el espíritu de los Juegos Olímpicos de Barcelona’92?
Puede que algunas personas amables y bienintencionadas crean que se debe dejar de hablar de cosas tan penosas e irritantes y no mentar la bicha en estos momentos. Yo no lo creo así, porque es un mensaje muy grave que atenta contra la libertad y la igualdad de los ciudadanos. vistos como seres inferiores. Los afectados, la mayoría, deben ser conscientes de su dignidad compartida y pensar y actuar en conciencia de todo ello.