Ignacio Camacho-ABC
- La Ley de Memoria Arrojadiza pretende sustituir la Historia por un relato sectario con rango de doctrina de Estado
El hombre que se parece a Superman y a Kennedy, según algunos medios norteamericanos, ha dado la orden de reescribir el pasado. Bajo el impecable pretexto de dignificar a las víctimas de la guerra civil, el borrador de la Ley de Memoria Arrojadiza contiene trazos de un aleccionamiento histórico propio -o más bien clásico- de los regímenes totalitarios. En realidad ésa es su principal aportación, el único rasgo de novedad más allá de la persistencia en rescatar a Franco como protagonista de un debate político cerrado hace más de cuarenta años: el empeño de sustituir la libertad de expresión, investigación, cátedra e interpretación por la imposición de un relato único que exalte el legitimismo republicano y lo incruste en el ámbito escolar, académico y mediático con la jerarquía pedagógica de una doctrina de Estado.
La Historia no admite versión oficial. No desde luego en las sociedades democráticas. El solo intento de implantarla con el carácter de una ideología obligatoria remite a las más siniestras distopías autoritarias y a las mitologías nacionalistas asentadas sobre el sesgo distorsionado de los contenidos de la enseñanza. Quizá ningún conflicto de la Europa contemporánea haya sido tan analizado, documentado, explicado, glosado y hasta novelado como la guerra de España, objeto de un auténtico torrente de discusión historiográfica. Y llega el Gobierno de la Ley Celáa, el de los aprobados por decreto, el de la abolición de la cultura del método y del esfuerzo, y se considera en condiciones de establecer un criterio al respecto sin más soporte intelectual que su autoatribuida adscripción al dogma políticamente correcto. Un paso más en el combate contra la inteligencia, en la falta de respeto por el conocimiento: la sumisión del libre estudio de fuentes, datos y hechos al efímero juego de mayorías y minorías en el Congreso. Una Verdad burocrática elevada a categoría de pensamiento por la voluntad de un político que se doctoró con un trabajo ajeno.
Lo demás ya está muy visto: es el proyecto de instalar la política española en el desencuentro retrospectivo. La estigmatización de la derecha sociológica con el marbete postizo de heredera del franquismo. La abolición del pacto constituyente, el mayor éxito del pasado siglo, para que nuestros hijos revivan el enfrentamiento trincherizo que supieron superar sus abuelos. La impotencia para construir un futuro de progreso camuflada en una lúgubre liturgia de entierros y desentierros. Nada de eso es nuevo: empezó con Zapatero. El factor adicional de la iniciativa sanchista consiste en la abolición de la Historia como disciplina científica y su suplantación por una superchería sectaria, una baratija propagandística que no valdrá ni el precio de la tinta en que salga escrita. Una superestructura narrativa ficticia que consagre a este Gobierno como una gigantesca Oficina de la Mentira.