Ya sé que «consejo de indio anciano en puertas de la muerte no ser bien visto», pero si fuimos capaces de salir del franquismo, hacerlo del presente atolladero resultaría mucho más fácil. El problema es que, por ser mucho más fácil, muchos piensan que nada puede hacer que la situación se quiebre y todos pasemos vértigo. Un lujo de pensamiento estúpido.
El Gran Cañón del Colorado lo descubrió un español, y por ser tan rojo el paisaje le puso ese nombre. No cabe duda que hacía unos cincuentamil años que los indios lo habían descubierto, pero en pleno ejercicio de eurocentrismo acabó denominado por un nombre en español. Cuando llegaron los ingleses les preguntaron a los indios que cómo se llamaba el cañón y estos le contestaron que de toda la vida Colorado, y respetuosos los ingleses con el dialecto indio, así se quedó. Ustedes se sorprenderían si supieran la cantidad de nombres en español que hay en USA, y que cuando un enorme despistado como yo se pierde y pregunta en inglés si el interlocutor sabe español, y este le contesta con acento mexicano, que sólo le falta la interjección de ¡carajo!, ¡con orgullo! es como si se le abriese el cielo por mucho modelo D que defendiera en su día. Son esos momentos en los que uno se acuerda de la canción opresora, como todo lo español, de Juanito Valderrama «porque soy un emigrante…» Y al final uno encuentra la terminal del avión gracias al idioma opresor que impusimos con espada y tea a los felices indios americanos cuando llegó Hernán Cortés, evidentemente sin un vasco.
Pues bien, en el Cañón del Colorado se ha abierto un mirador cuyo suelo de cristal da una sensación enorme de vértigo. Los ecologistas han protestado y puesto el grito en cielo por el impacto medioambiental que supone tal plataforma metálica sobre ese gran precipicio. Pero los indios hualapai, los autóctonos, que ya están hartos de hacer de extras por tres duros en las películas del oeste, dicen que «todo estar muy bien, mientras haber panoli blanco dispuesto a pagar 25 $ por pasar vértigo». Y hasta el chamán, imprescindible en las inauguraciones, lo ha bendecido moviendo su maraca, fumando en pipa y cantando ese tarareo dormilón de ea, ea, ea….
Aquí no necesitas miradores para pasar el discutible placer del vértigo. Además, ya conocemos por el suelo de la pasarela de Calatrava, lo que es un suelo de cristal, donde además te patinas. Aquí, los ancianos del lugar, sentimos vértigo sólo con ver cómo están las cosas. No necesitamos deportes de riesgo ni miradores en los que nos estafe indio listo. Nos estafamos nosotros mismos.
Porque la verdad. Con todos sus defectos, como toda democracia que se precie, que tiene que llevar defectos incorporados, puesto que la democracia no es un sistema para platónicos, la cosa funcionaba, máxime en un país tan complejo como este que salió de una larguísima posguerra civil. La cosa era más que aceptable, salvo el caso del terrorismo autóctono, y no sé como se nos ha complicado la cosa para que andemos todos preocupados, con la sensación de que se nos va de las manos, como si fuera la angustia del pueblo de Roma ante la inminente invasión de los bárbaros. El sistema está agotado y no hay síntomas de consenso para pasar a otro. Es más, hay un peligroso regustín en darle al adversario lo que se merece, sin ver más que eso: la culpa del adversario. Darle al contrario sin ser conscientes de que también, de paso, nos estamos zurrando a nosotros mismos. Redoble de tambor y a pasar vértigo, porque así empezaron todas las anteriores.
Ya sé que «consejo de indio anciano en puertas de la muerte, si no está ya en ella, no ser bien visto», pero si fuimos capaces de salir del franquismo, salir de esto resultaría mucho más fácil. El problema reside en que por ser mucho más fácil, porque supimos salir del franquismo, hay gente que cree que se puede hacer cualquier cosa sin que la situación se quiebre y todos pasemos vértigo. Un lujo de pensamiento estúpido al que demasiados en la política han llegado. Debiera haber alguien responsable que advirtiera, sin intentar pasarle la cuenta a nadie, de que nos estamos pasando en la confrontación, y que no se puede jugar, como diría Felipe, con las cosas de comer.
Los indios hualapai son listos, el vértigo se lo dedican a los turistas, ellos bastantes calamidades han pasado para acercarse a emociones fuertes. Además, tienen muy visto el Cañón del Colorado, incluso antes de que viniera aquel español a ponerle nombre en erdera. Ellos saben que lo importante es resolver las cosas cercanas, las grietas en las casas aparecidas a cuenta del aparcamiento de la plaza de Campuzano, que se quede Bilbao sin semáforos por un solo rayo que cayera, y que hay que sacar adelante la famosa y griega de ese tren a ninguna parte porque parece ser que los franceses está dispuestos a conectarlo en Hendaya, a llevarlo a alguna parte, para conectarnos a su amplia y centralista república. Más vale francés que hualapai, y que otras cosas peores.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 14/3/2007