El ‘Gobierno del cambio’ ha contribuido a la evolución experimentada por la izquierda abertzale, con la paradoja de que la participación electoral de Bildu resta razón de ser a la alianza PSE-PP. Es como si se hubiese cumplido una parte sustancial del programa, y la normalidad resultante dejara sin sentido el discurso inaugural.
La sentencia del Constitucional habilitando electoralmente a Bildu se ha saludado con lamento, respeto, alivio o alegría, según los casos, siendo residual el escándalo provocado por tal decisión. Aunque las palabras de satisfacción han sido pronunciadas con la impostación propia de quien siente cierto vértigo ante el sucedáneo de normalidad que se avecina. Nada va a ser lo mismo tras la llegada de Bildu a las instituciones. No lo es ya cuando sus representantes se permiten observar «decisiones políticas» tras la resolución del Constitucional, y cuestionar abiertamente que exista una «separación de poderes» en la democracia española. A partir del 22 de mayo habrá más gente administrando los intereses públicos desde concepciones cuando menos insólitas de la democracia.
El ‘Gobierno del cambio’ ha contribuido sin duda a la evolución experimentada por la izquierda abertzale, con la paradoja de que la participación electoral de Bildu resta razón de ser a la propia alianza entre el PSE-EE y el PP vasco. Es como si se hubiese cumplido una parte sustancial del programa que justificó tan excepcional coincidencia, y la normalidad resultante dejara sin sentido el discurso inaugural. Quizá por eso el lehendakari López se mostró ayer más institucional que en días anteriores al defender al Supremo y al encomendar a EA y a Alternatiba la tarea inacabada de que Bildu rompa de una vez con ETA. A pesar de lo cual el «nuevo tiempo, más cercano a la paz y a la libertad» que augura el lehendakari desbarata la lógica sobre la que estableció su pacto con Basagoiti. A nadie se le ocurriría exigir al lehendakari la disolución del Parlamento porque Bildu haya superado la prueba del Constitucional. Pero está claro que tal hecho obliga a los socialistas vascos a reinventar sus propósitos para lo que resta de legislatura. A no ser que, lejos de verse con el pie forzado, interpreten la novedad como una oportunidad inmejorable para desplegar, tras los comicios locales y forales, una política más versátil de alianzas. La excusa de contrarrestar el eventual empuje de Bildu les llevaría a pactar en unos sitios con el PNV, a preservar en otros los intereses que comparten con el PP, e incluso a tratar de neutralizar en los de más allá la oposición de los independentistas coaligados.
Normalidad podría denominarse también a la reserva mental que parece haber desalojado a ETA del escenario que ocupan los herederos de Batasuna y sus acompañantes, evitando más complicaciones. Es posible que la banda terrorista se presente durante la campaña para recordar -como lo hizo el Aberri Eguna- que forma parte de la izquierda abertzale. Estaría en su ‘derecho’. Pero su irrupción puede resultar tan molesta para los verdaderos promotores de Bildu que su ausencia constituiría el indicio de que, por primera vez, ETA se somete al interés electoral de aquellos a quienes se jacta de tutelar. Merecerá especial atención lo que durante la campaña se atrevan a formular los ‘independientes’ de Bildu, más allá de las manidas referencias a la apertura de una nueva etapa histórica. Y sería sumamente preocupante que el vértigo les llevase a no decir nada de nada.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 7/5/2011