Juan Carlos Girauta-ABC

Siendo la educación sexual necesaria, la constitucional no lo es menos. Debería ser obligatoria

Que el Gobierno quiere imponer en la escuela una paraciencia, la ideología de género, no admite duda una vez oídas la directora general de Diversidad Sexual y la del Instituto de la Mujer. ¿O alguien cree que se va a impartir la recomendable educación sexual sin más, rudimentos constitucionales del principio de igualdad y la loable lógica de la no discriminación? Aceptar tal cosa requeriría dar por bueno que las dos responsables citadas, activistas nombradas por la ministra de Igualdad, se inhibirán en el diseño de la materia.

Siendo la educación sexual necesaria, la constitucional no lo es menos. Debería ser obligatoria y contar para nota en toda España. No solo en los territorios que el Gobierno considera comunidades de segunda. Porque hay algunas donde los delitos de los políticos, las desobediencias, sediciones, derogaciones de la Constitución y declaraciones de independencia hay que desjudicializarlos; mientras tanto, otras reciben requerimientos del Gobierno a las primeras de cambio. Hay sistemas educativos consagrados al adoctrinamiento nacionalista (Sánchez lo reconoció en el debate electoral, y hasta prometió corregirlo, ja), sistemas donde el español ha sido erradicado como lengua vehicular contraviniendo leyes y sentencias, mientras otros son examinados con lupa para que el ministro Ábalos encuentre antesalas del fascismo.

Sabemos que la resistencia a un abuso ha sido bautizada, craso error, como «pin parental». Por suerte, el gobierno Redondo y los medios del régimen consideran perversa tal denominación y prefieren hablar de veto. Bien, de eso se trata exactamente, de un veto antiideológico, de un veto a las paraciencias. Así se entiende mejor. Ocúpense los docentes de enseñar, cumpla su función la Alta Inspección de Educación (en Cataluña, Baleares y Comunidad Valenciana también), póngase cada cual a lo suyo. Pero si aun así se imparten paraciencias, proteja a sus hijos.

Si Lastra y Celaá no lo entienden, que se imaginen a un millar de profesores que no lo son explicando obligatoriamente una asignatura que tampoco lo es… pero en vez de ideología de género, pongamos que se trata de creacionismo: «Niños y niñas: en clase, en casa, en ciertos libros que podrían caer en vuestras manos os embaucarán con la teoría evolucionista. Cuidado, es falsa. En realidad, el mundo, con todas sus especies, fue creado hace exactamente 6024 años». ¿Qué tal, Lastra?

Pues eso. Sería inadmisible. Y si las Celaás, Lastras, Gimenos y Garcías no lo ven comparable es por un sesgo: ellas son creyentes y/o activistas de una doctrina tan poco científica como el creacionismo del arzobispo James Ussher. Ciencia, señores, ciencia. Si la religión es optativa, aun resultando su conocimiento imprescindible para entender algo en cualquier pinacoteca, o para desentrañar Los hermanos Karamazov, no puede ser obligatorio un disparate como la naturaleza exclusivamente cultural del sexo.