JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL Correo
- El fracaso catalán volvería a ser un tsunami que arrasaría frontera y nos arrastraría a todos adonde sólo quienes buscan el ‘cuanto peor, mejor’ querrían ir
El llamado ‘efecto Illa’, producto, si de verdad existe, de la propaganda de unos medios amigos y la colaboración de una torpe oposición que lograron, al alimón, situar por un momento al candidato socialista en el centro de la atención pública, parece haber languidecido -con perdón de Tezanos- en cuanto la refriega electoral ha comenzado a repartir porrazos a diestro y siniestro. No ya los predilectos de la campaña, sino hasta los que menos provecho esperan sacar de ella han buscado a los adversarios con que medirse y dispersado así la atención entre todos los participantes. Con todo, los dos colosos del independentismo, JxCat y ERC, vuelven a protagonizar la pelea, logrando centrar la pregunta, no ya sobre quién de los dos ganará, sino sobre si, juntos, se harán con la mayoría absoluta del Parlament y volverán a mezclar cooperación con rivalidad para dejar las cosas como están. Y esta incógnita es, por sí sola, movilizadora.
Pero la incertidumbre que hoy prevalece se centra en la participación y trastoca previsiones y expectativas. No parece que el notable incremento del voto por correo que se anuncia vaya a contrarrestar la desmovilización que habrá de provocar la pandemia. La imprevisión de unos políticos que, en más de cuarenta años, no han tenido en cuenta emergencias como la presente ha obligado a los jueces a tomar decisiones que, por acertadas que sean, no fomentan el compromiso electoral de la ciudadanía. Difícilmente podrá animarse a acudir a votar a quien ha estado recomendándosele hasta ayer mismo no salir de casa a visitar a su abuelo. Por otra parte, la incertidumbre sobre el nivel de participación no es selectiva, sino que se extiende a todos y afecta al provecho o al perjuicio que cada partido experimentará por su más que probable descenso. Razones hay para pensar que tanto los entusiastas del ‘procés’ como los cansados de él tendrán motivos para movilizarse, los unos para mantenerlo vivo y los otros para frenarlo, si bien el entusiasmo es más movilizador que el cansancio. Por lo demás, el estancamiento y la pérdida de sentido que, en su formulación actual, ha sufrido el ‘procés’ juega en contra de ambos. Los unos por sentirse menos estimulados; los otros, no tan amenazados. Se ha calmado el ambiente. Sólo la astuta recuperación de los presos para la campaña actuará de elemento capaz de reavivar el entusiasmo perdido.
Por lo que se refiere a los contenidos de la campaña, la semana transcurrida no ha dado pistas sobre dónde quiere centrarse. Se nota, sí, que las flagrantes deficiencias en lo que concierne a la acción gubernamental propiamente dicha, es decir, a la gestión de los servicios públicos, amagan con desplazar ligeramente la obsesión identitaria. Pero, como era inevitable tras la larga dedicación al monotema, la burra vuelve otra vez al trigo. La pregunta que subyace no va, pues, de gobernanza, sino de si «el conflicto» se encauza o se encona. Y sobre esto no hay propuestas nuevas. Ni el federalismo de los socialistas ni el tímido amago de pactismo de los republicanos pueden considerarse tales. Por debajo se agita el fantasma «amnistía y autodeterminación» que desborda no sólo los límites objetivos de la Constitución, sino también la actitud subjetiva de quienes tendrían que cambiarla. De ahí que, a falta de propuestas, se ha optado por trazar líneas rojas e imponer vetos que condenan la política a la impotencia y en los que se detecta más temor a defraudar a los propios que deseo de persuadir a los ajenos.
La rotundidad con que, en esta ocasión, se han trazado las líneas e impuesto los vetos siembra de incertidumbre también el panorama postelectoral. Los trágalas y los «no pasarán» se han pronunciado con tan tajante tono, que apenas se ha dejado espacio para dar un paso atrás o desdecirse, caso de que el escrutinio de las urnas obligara a ello. La perspectiva de un empantanamiento institucional sería el golpe de gracia en una comunidad autónoma que lleva ya demasiado tiempo haciendo gala de su inoperancia. Queda una semana para matizar posturas y abrirse al diálogo, si bien el empecinamiento que siguen mostrando los actores no augura nada bueno. Y el fracaso catalán volvería a ser un tsunami que arrasaría frontera y nos arrastraría a todos adonde sólo quienes buscan el ‘cuanto peor, mejor’ querrían ir y llevaría a los demás de forzados compañeros. Va para diez años que empezó el conflicto y estas elecciones, más que en apaciguarlo, parecen empeñadas en avivarlo. Veremos.