Viaje sin billete

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 15/02/14

· El futuro de la política vasca y el espacio nacionalista vuelve a enredarse en la inestable y problemática relación entre el PNV y la izquierda abertzale.

La presidenta del PP del País Vasco ha preguntado al PNV qué papel quiere jugar en el fin de ETA. La pregunta parece esencialmente retórica, dirigida a poner de manifiesto la posición ambivalente de los nacionalistas que lo mismo comparten pancarta con Sortu que presentan a Mariano Rajoy un pretendido plan de paz. La cuestión formulada por Arantza Quiroga admite variaciones. Por ejemplo, sería pertinente preguntar qué papel quiere el PP que juegue el PNV. Y también es susceptible de una respuesta directa. ¿Qué papel quiere jugar el PNV en el final de ETA? Respuesta: el de viajero sin billete, el de ‘free rider’ en ese final. El problema del viajero sin billete ha sido objeto de reflexión por economistas, sociólogos y politólogos. Su formulación es sencilla y se refiere a aquellos que extraen beneficios de los esfuerzos de otros sin hacer contribución alguna ni pagar ningún coste.

Hace algún tiempo, se puso en marcha un tren impulsado por la decisión de no aceptar resignadamente ni el «empate infinito» ni la supuesta impotencia del Estado de Derecho para acabar con ETA. Entre los obstáculos que aquel impulso tuvo que superar uno no menor fue esa suerte de derecho de veto sobre la política antiterrorista que el PNV se había arrogado con la aquiescencia de los que seguían convencidos de que había que subcontratar con los nacionalistas la solución del problema. En nombre de la unidad –en una costosa confusión entre medios y fines– la estrategia antiterrorista tendía a un mínimo común que, al final, era el PNV quien lo fijaba.

En este esfuerzo, el PNV, lejos de arrimar el hombro –expresión de gran éxito en el argot político actual– o de mantener una actitud discreta en espera de los resultados de una estrategia alternativa a la que había patrocinado, no hizo otra cosa que poner obstáculos en el camino. Pero, como escribía Fernando Savater en el aniversario del asesinato de Joseba Pagaza, «resultó que tenían razón los que eran tachados de intransigentes, de crispadores, en fin los que (si hubiera existido entonces esa facción americana) habrían sido calificados de Tea Party».

Pues bien, ahora algunos contemplan con una perplejidad creciente cómo quien se ha dedicado a desacreditar –por decirlo suavemente– la única estrategia de éxito contra ETA y su entorno político, no sólo se sube al tren sin haber comprado billete, sino que reclama el derecho a ejercer de maquinista para que sigamos su propia hoja de ruta. De este modo, el PNV, sin el más mínimo ejercicio autocrítico sobre su trayectoria en relación con el terrorismo etarra, tan oportunista como errada, se impone como referente de centralidad, deslegitima retrospectivamente la política de firmeza, viene y va con pretensiones de artífice de la paz, exhorta a ETA, reprocha al Gobierno y hasta irrumpe en el debate interno del PP advirtiendo a Arantza Quiroga de que «no le cogerán el teléfono» si la dirección popular no se ajusta a las preferencias del EBB.

No seré yo quien sospeche que el nacionalismo quiere cambiar el sentido de los acontecimientos que han llevado a ETA a su derrota operativa, pero sí hay razones concluyentes para afirmar que la estación término a la que los nacionalistas quieren que se dirija esta coyuntura histórica es bien distinta a la que debería derivarse de una nítida derrota de la banda terrorista, una derrota operativa, política, social e histórica y también narrativa.

De momento lo que hay es un plan de paz promovido por el Gobierno vasco con el apoyo de Bildu, una ponencia parlamentaria para tratar del nuevo estatus del País Vasco, el recuento de abusos policiales en las escuelas para ganar el relato de ETA como violencia simplemente reactiva, y una persistente postulación a favor de los presos etarras para un proceso de excarcelación general.

Si el protagonismo del PNV en la reciente manifestación a favor de los presos de ETA ha reavivado justificadamente el recuerdo de Lizarra, los temas que el PNV ha colocado en la agenda política vasca desde luego no son precisamente transversales por mucho que el PNV esté consiguiendo que los demás partidos avalen sin rechistar la centralidad que los nacionalistas se atribuyen y con la que esperan volver a sus mejores momentos políticos y electorales. No habría que olvidar que, a pesar de que se hable de «las cuatro grandes sensibilidades» políticas vascas, todo esto ocurre en un momento de evidente debilidad de los partidos antes denominados constitucionalistas. De hecho, lo que está ocurriendo en Navarra hace visible la preferencia estratégica también de una buena parte del socialismo vasco por una realineamiento de la política vasca en términos de derecha-izquierda lo que le aboca inevitablemente a un horizonte de convergencia con la izquierda abertzale.

La política vasca y su futuro vuelven a estar atrapados en los vaivenes de la relación –a la vez problemática y familiar– entre el PNV y la izquierda abertzale, en su disputa de espacios electorales compartidos, en sus respectivas pretensiones de primacía sobre el conjunto del nacionalismo y en las expectativas y oportunidades que unos y otros creen ver en los factores de crisis institucional y territorial de España.

La pretensión del PNV de seguir ejerciendo de ‘free rider’ en el final de ETA y el desplazamiento del eje de la política vasca al juego de fuerzas entre ese partido y la izquierda abertzale, pueden reducir a mínimos históricos la expresión política no nacionalista en el País Vasco. De ahí debería arrancar una reflexión estratégica inaplazable de los que quieran seguir presentándose de una manera creíble como alternativa al nacionalismo.

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 15/02/14