Jon Juaristi-ABC

Sin duda, Vic es la población más culta y refinada de la Plana de Vic

En el primer batzoki de la historia, fundado por Sabino Arana Goiri en la calle Correo de Bilbao el 14 de julio de 1894, estaba prohibido hablar en español con el servicio, lo que planteaba a los socios no pocos problemas, pues la práctica totalidad, comenzando por los hermanos Arana Goiri, no sabía otra lengua. Sabino, sin embargo, manejaba unas cuantas frases hechas en vasco. Por ejemplo, nik eztakit erderaz («yo no sé castellano»), muletilla que recomendaba usar a sus correligionarios cuando vieran a un desdichado maqueto ahogándose en la Ría y pidiendo auxilio.

Reconocer a un maqueto, según Sabino Arana, era fácil, antes incluso de que pronunciara palabra alguna. Todos tenían tipo de torerillo, llevaban un clavel reventón detrás

la oreja y albaceteña en la faja. Estaba claro, a primera vista, que no sabían hablar en eusquera, la lengua del paraíso terrenal. Los Arana y sus compinches tampoco, pero recurrían a un truco muy cuco, que Unamuno describió. Cuando querían fingirse vascohablantes, se ponían a estropear el español, como si fueran Chomín de Amorebieta, Pascasia u otros personajes de «El Caserío», la inmarcesible zarzuela de Guridi, Romero y Fernández Shaw.

Ya don Quijote tuvo que habérselas con uno de estos suprematistas de ocho apellidos vascos, al que partió la crisma en un camino manchego. Sin embargo, se entendió perfectamente con Roque Guinart o Pere Rocaguinarda, un bandolero al servicio de los monjes de Ripoll y de San Juan de las Abadesas, que andaba tocándole las narices al obispo de Vic. Así como Sancho de Azpeitia fue un personaje totalmente de ficción (aunque posiblemente contenga una referencia burlesca a san Ignacio de Loyola), la figura de Roque Guinart está basada en hechos reales. Conversó cortésmente en castellano con don Quijote, porque adivinó de lejos y por sus rasgos físicos e indumentaria que el valeroso caballero no sabía catalán. Pero es que Rocaguinarda era un tipo educadísimo y bienqueda, que ya debía de haber hecho buenas migas con el propio Cervantes, como intuyó Unamuno.

También tuvo Unamuno un elogio para Jaime Balmes, al que definió como «el mejor filósofo de la plana de Vic». A Balmes, los de mi tiempo lo llamamos Jaime. Ahora figura en todas partes como Jaume, a pesar de que salía en los billetes de cinco pesetas del Banco de España puestos en circulación el año del centenario de su muerte, 1948. Tres años después, cuando yo nací, me abrieron una cuenta de ahorro con un billete de aquellos. Jaime Balmes escribió un libro de filosofía a la escocesa que se titulaba «El Criterio», unas «Cartas a un escéptico en materia de religión» y un ensayo sobre el protestantismo comparado con el catolicismo. Unamuno admitía que Balmes había acertado en muchas cosas, pero, añadía, es mejor desbarrar con ingenio que acertar con ramplonería como el pobre Balmes (afirmación que por sí sola prueba lo ingeniosamente que Unamuno desbarró toda la vida). A Balmes se le notaba a la legua, tanto por su índice facial como por sus sotanas confeccionadas en una sastrería de Vilanova i la Geltrú, que hablaba catalán y un poco de francés, pero escribió su obra en español, mira tú por dónde.

Y es que nadie es perfecto. Ni siquiera Anna Erra, alcaldesa de Vic. Mirando y remirando los vídeos en los que aparece en pleno chorreo al Parlament, si les quitas el sonido, es difícil saber si habla alguna lengua inteligible. Pero seguro que es la mejor alcaldesa de Vic, población que cuenta además con un obispo que es el mejor obispo de Vic, y con una sólida tradición gastronómica de mongetes amb butifarra. Yo iría de visita si no se me notase tanto que no entiendo catalán. Por mis rasgos físicos, digo.