Vicios clandestinos

EL CORREO 15/04/13
TONIA ETXARRI

La tentación de los políticos de regatear a los medios para eludir la presión de la sociedad supone restar calidad al propio sistema democrático

Y van tres seguidas. Que hayan trascendido. Nuestros responsables políticos están cogiendo afición a las reuniones secretas. Les suele ocurrir cuando no tienen el menú debidamente terminado y pretenden neutralizar las expectativas que se crean cuando se anuncia una reunión, por temor al fracaso. Y, sobre todo, quieren escapar del control de la opinión pública, a la que temen más que a las amenazas del ministro de Hacienda. Aunque no siempre lo consiguen.

«No fue una reunión secreta porque acabó publicándose en los medios», decía Patxi López la pasada semana cuando le preguntaron su opinión por la reunión mantenida entre el presidente Mariano Rajoy y el honorable Artur Mas. No es exacto el enfoque. La reunión del nacionalista catalán con el presidente del Gobierno estuvo envuelta con el celofán del secretismo que beneficiaba, en un principio, al dirigente catalán, tan ducho ya en mantener reuniones clandestinas con los inquilinos de La Moncloa.

Días después se supo, oficiosamente, que los dos estuvieron negociando la flexibilidad del objetivo de déficit para Cataluña. Y para tratar un tema que levanta mayores suspicacias entre las comunidades que se sienten agraviadas que la propia convocatoria de un referéndum secesionista, necesitaban mantenerse lejos de los focos. La reunión dio sus frutos porque, de aquella, surgió el encuentro entre Mas y los socialistas Pere Navarro y Rubalcaba, que se apuntaron a la tendencia de las reuniones secretas sin tener que dar explicaciones a la ciudadanía a la que bombardean sin cesar con mensajes relacionados con la transparencia y la «luz y taquígrafos».

La tercera de Urkullu dicen que era discreta; no secreta. Pero, hasta que no lo contó ayer ‘ABC’, nadie tenía constancia de que se hubiera producido. Se daba por descontado, en los medios que conocen la inclinación de los nacionalistas por mantener encuentros discretos y secretos, que la reunión entre Rajoy y Urkullu se tenía que producir ya. De hecho, el mismo miércoles en el que el lehendakari se presentó en La Moncloa hablábamos en este espacio de «los recados enviados desde el Gobierno de Urkullu al Gobierno de Rajoy transmitidos por el conducto más directo y discreto posible». Y como la reunión se celebró a última hora de la mañana, los asistentes a la inauguración de Tecniker en Eibar, ese día, supieron que el lehendakari no había podido ir a cortar la cinta porque «se había ido a ver a Rajoy».

La querencia del PNV, como la de CiU, le viene de lejos porque, en los dos casos, les ha gustado cultivar la relación «bilateral» con el Estado. Una relación «de igual a igual», que diría Ibarretxe. De los polvos de la Transición quedan, por lo visto, los lodos de la clandestinidad de algunos encuentros. Arzalluz era un entusiasta de tan intrigantes costumbres que, ahora, lejos ya de aquellos años de negociación y cesión con presión, quedan algo desfasadas por tener poco que ver con la transparencia que tanto predican. Ibarretxe no fue tan hábil como el veterano líder del PNV. Pero Urkullu, sí. El nuevo lehendakari se mueve en La Moncloa con la astucia de un zorro y el silencio de una pantera. Y con Zapatero le fue muy bien, para pasmo de Patxi López, que se vio desplazado de esa relación por el ‘puenteo’ que tanto le gusta practicar al nacionalismo y al que se presto sin disimulo el entonces presidente de Gobierno. Le fue tan bien que Zapatero le devolvió los favores del PNV durante sus dos legislaturas publicando un artículo en EL CORREO en el que se deshacía en elogios hacia el burukide el día en que revalidaba su cargo como presidente del partido. Zapatero, el 15 de enero de 2012, le rindió un homenaje titulando su artículo: ‘Mi buen amigo Iñigo’.

No es probable que, ahora, Mariano Rajoy se deje llevar por un entusiasmo similar al de su predecesor. Sobre todo porque el actual presidente de Gobierno ni es un hombre de entusiasmos ni es político de ‘puenteos’. Una tranquilidad para Basagoiti. Pero esa diferencia de circunstancias sólo sirve para consumo interno del PP. Porque el vicio del secretismo no tiene fronteras partidarias. Se va extendiendo como una mancha de aceite.

Dicen que Rajoy y Urkullu no hablaron de Presupuestos vascos. Normal. No porque el PP vaya a estar más o menos duro que el resto de los partidos de la oposición vasca con las cuentas del Gobierno autónomo, sino porque es el propio Urkullu quien no parece muy interesado en alterar su proyecto, aun a riesgo de quedarse sólo en el Parlamento. Pero hablaron de la flexibilizacion del déficit y, cómo no, del Concierto y el Cupo. Ninguno de los dos lo ha explicado oficialmente. Y los medios de comunicación se sienten tan menospreciados como en aquellas ocasiones en las que los políticos no admiten preguntas en sus comparecencias.

La democracia es un régimen de opinión pública, con todo lo que implica. La tentación de los políticos de regatear a los medios para eludir la presión de la sociedad supone restar calidad al propio sistema. La gestión pública requiere del contraste inmediato de los medios y de la opinión para que la opacidad no facilite atajos ni componendas con las que tapar los pequeños intereses de partido. El secretismo abre la vía de la duda; gobernar en la sombra impide que los dirigentes sean sometidos al control de sus palabras y sus gestos. Y ya pasaron, afortunadamente, aquellos tiempos en los que los periodistas valían más por lo que callaban que por lo que contaban.