Editorial-El Mundo

STEFAN Zweig se adelantó con su agudeza sobre los nacionalismos, «la peor de todas las pestes» que envenenaría a Europa. Si viviera hoy, a buen seguro completaría el diagnóstico añadiendo la propaganda como gran enemiga para el continente. Desde luego, mucha posverdad hay tanto en la deriva del procés como en los últimos vericuetos del fugado Puigdemont en Alemania. Porque las declaraciones de la ministra de Justicia de este país respecto al caso no sólo demuestran su nulo respeto por el Estado de derecho en un socio como España. Sino que confirman hasta qué punto en determinados estratos políticos y de opinión pública en Europa han calado las falsedades del independentismo, gracias a una hábil campaña de propaganda desde hace años, ante la inoperancia de las autoridades españolas, incapaces de contrarrestar con el ahínco necesario tantas mentiras.

Cuando la ministra de Justicia alemana se atreve a advertir de que España tendrá que explicar bien las razones por las que Puigdemont debería ser juzgado por malversación de fondos –«no será fácil», subraya atrevida–, amén de abrir una preocupante crisis política con nuestro país, está poniendo en jaque uno de los cimientos de la Unión Europea: el judicial. Porque igual que los magistrados de Schleswig-Holstein se han extralimitado al entrar en el fondo de algo que no les compete, la política mencionada está cuestionando la naturaleza misma de la euroorden. Esta figura se creó para acabar con la politización en los procesos de extradición. Y se basa en la confianza plena de las instancias judiciales de los distintos estados miembros de la UE, en un espacio común de libertades. Declaraciones así quiebran este principio y atentan contra el proyecto europeo.

Nuestro Estado de derecho es suficientemente sólido para afrontar estos reveses. Sin embargo, queda al descubierto la pésima gestión en el exterior ante un desafío de la envergudura del golpe independentista. El ministro Dastis se limitaba ayer a tachar de «desafortunadas» las necedades de la ministra alemana. Pero mucho de lo que estamos viviendo se debe a la inoperancia para haber evitado que, por ejemplo, toda la prensa alemana –de izquierda a derecha– haya comprado el discurso del secesionismo. De nada sirve llorar por la pérdida de las batallas que no se dan.

Y, mientras, en Cataluña se mantiene el sainete. La decisión de Torrent de volver a proponer como candidato a presidir la Generalitat al encarcelado Jordi Sànchez agranda aún más la astracanada. El juez del Supremo ya le impidió salir de prisión para participar en una investidura farsa. Y, por mucho que los indepedentistas quieran enredar gracias al cable echado por Alemania, las circunstancias siguen siendo las mismas. El secesionismo deberá responder ante la ciudadanía catalana por su empecinamiento en querer que se mantenga sine die el 155.