MANUEL MANDIANES – EL MUNDO – 22/07/17
· El autor reflexiona sobre la identidad del independentismo catalán. Subraya que se apoya a Messi en el juzgado o a Pujol, pese a sus escándalos de corrupción, porque forman parte del panteón de símbolos intocables.
Los catalanes son planificadores, combativos y reflexivos –el seny catalán es famoso en el mundo entero–; están convencidos de que el rigor, la moderación y la seriedad les hacen distintos a los ciudadanos de otras regiones de España. Pero el amor del pueblo catalán a su autonomía y a su cultura, muy concretamente a su lengua, es una cosa, y la manipulación que los políticos hacen de ello, otra muy distinta. La sociedad catalana es moderna, líquida, pluricultural; no la puede definir ningún tópico. Como cualquier sociedad avanzada y abierta, está tratando de recuperar tradiciones, fiestas y ritos que había dejado caer en desuso por poco acordes con los tiempos que corren.
La sociedad catalana es emprendedora, clasista, tradicionalista, poco reivindicativa. La tradición anarquista es la excepción que confirma la regla: una vía de escape. La burguesía, organizadora de partidos de izquierda para tener las riendas de los movimientos sociales en la mano, no perdonará jamás la osadía de un charnego que se atrevió a apearla de puestos de mando.
Sólo viviendo en Cataluña, o conociendo su intrahistoria, se puede dar la importancia que tiene a un hecho que aparentemente no la tiene. Días atrás, TV3, la televisión autonómica, criticó al Barça. «Esto no nos sorprendería si viniera de la caverna mediática de la capital de España, pero es increíble que lo haya hecho uno de los nuestros», venía a decir el comunicado posterior del club. Una pelea entre el Barça y TV3 es una prueba irrefutable de las peleas internas del catalanismo. «Esto es más imperdonable que lo que hizo Pujol», escuché decir. Echaron a Núñez de la presidencia del Barça para convertir el club en el buque insignia del nacionalismo. Los radicales independentistas no han perdonado a los directivos del Barça que hayan andado a la greña y se hayan despellejado. Atacar a Messi, símbolo de la pureza y excelencia del Barça, era como atacar a Cataluña. Muchos telespectadores del resto de España se admiraban y escandalizaban cuando veían a una multitud enfervorecida vitorear al argentino al salir de los juzgados donde tuvo que presentarse por defraudar a Hacienda.
Pujol, a pesar de la corrupción de la que él y su familia son protagonistas en los últimos años, para muchos sectores sigue siendo un símbolo, un mártir. El hecho de que fuera encarcelado durante algún tiempo en el franquismo le dotó de una aureola de mártir que «además redimía a la burguesía catalana de la mala conciencia de haber prestado apoyo a Franco durante 40 años», según Borrás Betriu. Buena parte del pueblo catalán sigue a sus líderes aunque sean caprichosos y arcaicos, aunque sus decisiones sean arbitrarias y agresivas, y sus mensajes sean de una simplicidad y pobreza de vergüenza. En Cataluña, como en otros muchos lugares, la impunidad fue uno de los privilegios que disfrutaron sus gobernantes. De ahí el escándalo y el rechazo que produjo el atrevimiento de parte de la sociedad civil cuando se levantó y se manifestó contra el discurso oficial independentista de sus líderes.
Montserrat es el otro símbolo intocable del catalanismo. Para muchos ciudadanos, el abad de este monasterio, además de un monje, es un símbolo y un abanderado del catalanismo; por eso la jerarquía de la Iglesia en Cataluña no le dice nada cuando hace proclamas nacionalistas. Buena parte de la izquierda catalana es anticlerical y anti-religiosa, como toda la izquierda española, pero tanto la izquierda como la derecha catalanas son devotas de la esencia del catalanismo que simboliza Montserrat y la Moreneta.
Cataluña tiene otros símbolos que trata de dar a conocer en todo el mundo, lo que es admirable, tales como la sardana, la bandera o los castellers, pero que se pueden considerar menores ante los demás. Pero, además, Cataluña se apropia y se convierte en defensora de símbolos que le son comunes con otros pueblos, como por ejemplo la dieta mediterránea, y prohibe otros que puedan acercarla e identificarla con pueblos de los que quiere distanciarse, como los toros.
La sociedad debe venerarlos y rendir tributo a estos símbolos. Si estos símbolos son personas, debe de imitarlos y, si llegara la hora, ser comprensiva con sus debilidades, porque no pueden cometer errores. Atacar, criticar, ridiculizar a cualquier uno de ellos es atacar a Cataluña. El corruptor, el malvado es quien intenta juzgarlos. Vitorear a Messi cuando sale de los juzgados, disculpar a Pujol, estar de acuerdo y elogiar las declaraciones del Abad de Montserrat, aunque se sea ateo, es lógico y coherente porque son actos de defensa de Cataluña y de aquello que la diferencia del resto de España. Los símbolos y los mitos no se corrompen, no tienen que rendir cuentas.
Los catalanistas no pueden admitir ningún comentario irreverente sobre su identidad, aunque sea agudo e hijo de una rabia justa. Los independentistas son como una familia, no critican ni permiten que nadie critique nada de aquello que ellos entienden que hace parte de lo que los identifica. Todo pueblo que busca independizarse necesita magnificar sus diferencias con los pueblos de los que quiere separarse y necesita reforzar su cohesión interna para defenderse de los ataques de sus enemigos, los pueblos que no les permiten ser independientes.
Ridiculizan y se ríen de los símbolos españoles, pero no permiten que nadie se ría, ridiculice o los ponga en el punto de mira los catalanes. Los escritores e intelectuales que se han atrevido a hacerlo se han ido o han acabado siendo expulsados de Cataluña. Muchos intelectuales catalanes, si leen algo a sabiendas de que está en contra de su manera de pensar, lo hacen exclusivamente para denigrarlo, no para confrontarse con otras ideas. Olvidan o hacen que olvidan que no es posible entender el mundo si se observa sólo desde un punto de vista. Tal vez se trata de un simple caso de intolerancia e incompatibilidad con el pensamiento libre. «La verdadera cuestión no es de dónde salen las ideas sino a dónde van», escribe Beatty.
«Cuando, viviendo en Cataluña, iba por el resto de España, todos me miraban con cara de besugo al decirles que lo del oasis catalán era un cuento», me dijo alguien. Es muy difícil hacer pedagogía en Cataluña. Los radicales independentistas no ven, no escuchan ni leen más medios de comunicación que lo suyo, aquellos que son tan radicales como ellos mismos. Es mucho más fácil ignorar y negar que conocer y refutar con argumentos. Simple y sencilla alergia a la tolerancia y al conocimiento.
Cuando los mecanismos de autodefensa no producen inmediatamente los efectos deseados, el pueblo que busca la independencia cae en el victimismo.
Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro publicado es El fútbol (no) es así (Sotelo Blanco).