LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 19/08/14
· Los soberanistas esgrimen la legalidad de sus decisiones porque son la comunidad genuina de los elegidos.
Perdón. Lo siento. Estaba muy equivocado. Durante años he pensado que lo del derecho a decidir y demás virguerías soberanistas tenían su origen, entre nosotros, en el leninismo impostado de nuestra izquierda nacionalista o en la teoría de Woodrow Wilson referido al derecho a la autodeterminación. Es leyendo al teólogo Johannes Baptist Metz como me he dado cuenta de mi error. En efecto, lo del derecho a decidir tiene que ver mucho más con la teología que con la ciencia política. Normal. Ahora todo me encaja y entiendo mejor aquellas apelaciones al «¿qué hay de malo en ello?» de Ibarretxe o el llamamiento de Artur Mas a hacer acopio de fuerza moral para vencer las crecientes dificultades de su empeño escisionista. Hablan de teología moral, de fe y de esperanza. Hablan, en definitiva, de religión política. Ya lo advirtió Carl Schmitt (18891985) cuando en su famoso libro titulado ‘Teología política’ afirmaba que las ideas fundamentales de nuestro sistema político eran conceptos teológicos secularizados. Pero volvamos algo atrás para situar mejor la trampa que ocultan los principios ‘decisionistas’ que los nacionalistas, tanto vascos como catalanes, no cesan de esgrimir.
Es muy posible que el nombre de Donoso Cortés (1809-1853) no les suene a muchos de nuestros nacionalistas, como tampoco se acordarán de Eugenio d’Ors (1881-1854). Donoso Cortés fue un intelectual neocatólico y conservador español que es la fuente de inspiración de Carl Schmitt. Donoso era un ferviente apóstol de los regímenes autoritarios y hablaba sin tapujos del decadente sistema democrático. Era un antiliberal y su fama de conservador irradió en Europa cuando desempeñó funciones diplomáticas en París. Schmitt lo leyó en alemán. Eugenio D’Ors, por su parte, fue un intelectual franquista que se ocupó de dar cobertura y publicitar las ideas de Carl Schmitt en España. Y es que en pleno aislamiento de España, contar con el apoyo intelectual de alguien como el pensador alemán bien valía alguna misa que otra.
Pero es, sin duda, Carl Schmitt el personaje central de esta historia de vinos y teologías. Schmitt fue un sólido pensador del derecho que accedió de la mano de Martin Heidegger al partido nacionalsocialista. Los nazis lo consideraban como el ‘kronjurist’ del Tercer Reich y fue el constructor de la arquitectura constitucional nacionalsocialista. Su pensamiento era tan rotundo como clara era su intención política. Schmitt aborrecía al sistema democrático parlamentario, al que anteponía su decisionismo. Schmitt concebía la ‘acción política’ como decisión. El Estado ya no es el portador del monopolio político, pues se ha visto reducido en importancia a tan solo una asociación más y que no se encuentra por encima de la sociedad.
Schmitt propone la idea de comunidad con «personas esencialmente ligadas». Esa ‘comunidad’ es la que puede llevar a superar la degradación que al estado ha producido el liberalismo que, con su negación de la política, le ha convertido en un «sirviente burocrático armado». Su rechazo a las democracias parlamentarias pluralistas le hacen optar por la dictadura como forma de gobierno.
Para Schmitt, la esencia de las relaciones políticas es el antagonismo concreto originado a partir de la posibilidad efectiva de lucha. Lo político es, entonces, una conducta determinada por la posibilidad real de lucha; es también la comprensión de esa posibilidad concreta y la correcta distinción entre amigos y enemigos. Actualizando el pensamiento del filósofo alemán podríamos afirmar que el «en conflicto», que nuestros abertzales invocan, no es sino el motor de la historia y la base de toda la arquitectura ideológica del nacionalismo, tanto vasco como catalán.
Desde esta óptica del rebasamiento del Estado y de la ley constitucional por parte de la decisión de la comunidad soberana se entiende perfectamente la dinámica de los actuales soberanismos que esgrimen su ‘legalidad’ primigenia e incontaminable por toda institución ‘enemiga’, es decir, ajena a la comunidad genuina de los elegidos que es el soporte de lo político. El pensamiento de Carl Schmitt es, por supuesto, más complejo y matizado que el aquí esbozado, pero fundamentalmente consiste en la impugnación de la democracia deliberativa y en la defensa del derecho a decidir por encima incluso de la ley y de la verdad. No en vano, hace suya la idea de Hobbes cuando dice que «auctoritas, non veritas, facit legem», es decir, que es la decisión y la fuerza lo que hace el derecho y no la verdad. Se entiende así el escaso interés de Artur Mas, y de otros, por el debate y el contraste deliberativo sabiéndose fuertes de su falaz legitimidad. Como decía nuestro exlehendakari, ¿qué hay de malo en ello… si lo que importa es la voluntad de decidir?
Lo que importa, y mucho, es que el nacionalismo nos haya atolondrado durante años con los rancios conceptos de Donoso Cortés y Carl Schmitt, que en su día supusieron la destrucción de Europa y el inicio de dos guerras. Schmitt fue juzgado en Nuremberg, pero el tribunal no apreció la importancia de su influjo intelectual. En los años cincuenta su obra fue traducida y editada en España y fue acogido entre homenajes. Ahora, Carl Schmitt regresa de la mano de los nacionalistas y conservadores de toda laya y lamentablemente sus ideas han calado entre nosotros.
El vino rancio es el que ha seguido un proceso de envejecimiento marcadamente oxidativo, con cambios bruscos de temperatura. Es un vino de grado que atolondra, más que deleita. Las teorías sobre el derecho a decidir tienen ese mismo bouquet que los hace, a la vez, castizos y torpes, son como el vino rancio con el que Sancho Panza soñaba. Ahora que estamos en la plenitud del verano a la mayoría nos apetece el fresco vino del verano, pero mucho me temo, que de cara al otoño algunos pretenderán embriagarnos con su rancio vino oxidado, que sabe a vino de misa. A teología y exclusión.
LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 19/08/14