MANUEL MONTERO-El Correo

  • Solo la izquierda abertzale se niega a olvidar su relación con el terror. En los demás se impone el deseo de perdonarle su pasado violento

Asombra que la principal modificación producida en décadas en la política penitenciaria -la transferencia de la competencia de prisiones y el acercamiento de terroristas presos- haya sido por el pacto de un partido para una investidura con los votos de la izquierda abertzale. Cabe imaginar una nueva política en la que tal cambio fuese pertinente, pero no resulta de recibo que se produzca en función de inmediatos intereses de partido. Nada que ver con lo que se pensaba era una política de Estado, con criterios mantenidos y compartidos por los dos partidos de gobierno. Ya no.

El cambio nos sitúa en una nueva dimensión, que modifica la visión del terrorismo. Cabía pensar que las secuelas del terror no se iban a tratar con decisiones partidistas, pero no ha sido así. Además, implica un cambio en la percepción de ETA, por lo que se ve objeto de negociaciones en los pactos gubernamentales. ¿Qué querría decir el ministro Iceta al asegurar que la transferencia de prisiones era «una deuda histórica»? Mejor no saberlo.

Estas medidas tratan el terrorismo simplemente como el mal recuerdo de un pasado del que hay que desprenderse. Desembocan en la banalización del terror. Olvidan que el recurso a la violencia fue fundamental en la propia construcción de la izquierda abertzale.

Se va imponiendo la imagen de que el terror constituyó una actividad complementaria del nacionalismo radical. Que tan sólo fue una práctica errónea a olvidar: un desliz perdonable, que no impediría entenderse con el nacionalismo radical sin más exigencias que la de que dejasen de matar. Sólo la izquierda abertzale se niega a olvidar su relación con el terror, por lo que considera necesarios los homenajes a los terroristas, así como honrar a los fundadores de ETA y a ETA misma.

En los demás se impone el deseo de perdonarle a su pasado violento a la izquierda abertzale, incluso aunque no pida perdón ni entienda que haya nada que perdonarle. El planteamiento que se está imponiendo resulta radicalmente erróneo. La violencia resultó esencial en ETA y en el concepto de nación que gestó y difundió. Como la organización terrorista no fue un producto nacido de la izquierda abertzale, sino a la inversa (el MLNV fue creado por ETA a su imagen y semejanza), la fascinación por la violencia jugó un papel esencial en esta y en su concepto de pueblo vasco/ nación. Está en su razón de ser y nada indica que lo haya superado, ni que quiera hacerlo.

ETA reprodujo los conceptos que en los años sesenta sostenían los distintos movimientos de liberación nacional, que mantenían la necesidad de la violencia. No era sólo un medio para oponerse al imperialismo, sino que, en su teoría, la violencia insuflaba vida a la nación. En la desafortunada versión de Sartre, «esta violencia no es ni ruido sin sentido ni la resurrección del espíritu salvaje, ni siquiera el producto del resentimiento: es el hombre recreándose a sí mismo». La violencia serviría para el renacimiento nacional, para despertar conciencias, levantar al pueblo y depurarlo.

El ‘Aberri ala hil’, ‘Lucha a muerte… O ellos o nosotros. O patria o muerte» servía para construir el concepto místico de una nación despertada por la violencia patriótica. Los terroristas fueron idealizados y convertidos en objeto de veneración, el heroísmo del ‘combatiente’ como símbolo de vigor moral y de regeneración nacional.

La violencia se convirtió en una condición constitutiva de la lucha política, subordinación jerárquica a ETA que la izquierda abertzale no llegó a cuestionar nunca. Tampoco lo hace hoy, pues equivaldría a romper con sus esencias. Para el nacionalismo radical, ETA es sagrada. También lo es «la lucha armada» que practicó.

La izquierda abertzale gestada desde ETA perpetuó estos conceptos que asocian la violencia con el renacimiento del pueblo vasco. Dio a los terroristas el rango de héroes y en su caso mártires, lo que explica la idealización de los terroristas presos y la veneración que trasmiten los homenajes. No es una cuestión secundaria y episódica, sino reflejo de que estos conceptos son sustanciales.

La forma en que se está gestionando la cuestión refleja despreocupación y desconocimiento sobre lo que significó el terrorismo. Sin una decidida toma de postura terminarán asentando socialmente tales conceptos. No fue un recurso colateral de nacionalistas radicales sino la génesis de un concepto propio de nación y pueblo vasco, de rasgos exclusivistas, no democráticos. En la lucha de la democracia contra ETA no sólo estuvo la necesidad de acabar con el terror. También estaban en juego los conceptos sectarios que lo explicaban y mitificaban la violencia. En el camino emprendido tras la derrota de ETA se está produciendo la victoria de los conceptos que la alentaban, lo que nos augura un futuro siniestro.