Cuando Vox emergió en la política española, lo hizo ante una situación en la cual se había consolidado un escenario donde la derecha clásica o, lo que en términos de espacio político se cataloga como tal, se había convertido en santificadora de la acción gubernamental de la izquierda, limitándose y no siempre a corregir algunos de sus excesos sin revertir la tendencia hacia un control creciente del Estado sobre la economía, sobre las personas, sobre las familias, sobre la sociedad; a un deterioro constante de las bases del Estado de Derecho y a la inacción frente a quienes ponían en cuestión y en riesgo la unidad nacional, consagrada en la Constitución, resultado de un proyecto común desplegado a lo largo de los siglos.
La derecha tradicional, por seguir empleando un término comprensible, asumió y asume no sólo partes sustanciales del ideario de la izquierda, sino también la agenda establecida por sus adversarios por resignación o por miedo. Incapaz de hacer frente al colectivismo, se contentó con moderarle mostrando su impotencia o su falta de voluntad para plantear un programa real de cambio, dando por sentado que el viento de la historia soplaba a favor de la doctrina de sus rivales. Vox se negó a aceptar esa visión fatalista; creyó y cree no sólo posible, sino necesario combatir a la izquierda y revertir buena parte de lo logrado por ella. La alternativa al socialismo de izquierdas no es el socialismo de derechas.
La derecha tradicional, por seguir empleando un término comprensible, asumió y asume no sólo partes sustanciales del ideario de la izquierda, sino también la agenda establecida por sus adversarios por resignación o por miedo
Esta tarea ha cobrado una urgencia extraordinaria en esta hora de España. En estos últimos años se ha asistido a un asalto frontal desde el Gobierno a todos los mecanismos institucionales establecidos para controlar el poder; se han impulsado un sinfín de medidas destinadas a reducir la libertad de los individuos y a imponerles por decreto la concepción moral deseada por el Gobierno. Se ha producido una expansión inédita del Estado sobre la economía en todas sus expresiones: gasto público, impuestos, regulaciones. Se han erosionado de manera consciente los derechos de propiedad. Se ha acentuado la concepción del sistema educativo como un mecanismo de adoctrinamiento.
Ante ese escenario no cabe plantear un programa destinado a gestionar mejor lo que existe, sino que resulta imprescindible plantear una clara y nítida oferta alternativa que invierta una tendencia cuyo único objetivo es usar el aparato del Estado para reducir la cada vez más mermada independencia de los españoles para desarrollar su proyecto vital de acuerdo con sus valores y no con los que la izquierda quiere forzarles a aceptar, lo que muestra sus claras tendencias totalitarias. Es, pues, imprescindible no sólo tener las respuestas correctas a los problemas que encara España, sino asentarlas sobre una base doctrinal sólida. Desde esta óptica es importante hacer referencia a algunos asuntos centrales de este momento que reflejan el ideario que se plantea en esta nota.
Es básico restaurar la división de poderes, garantizando que el judicial no sea elegido por aquellos a quienes ha de controlar. Es vital restaurar el principio de igualdad ante la ley y acabar con las llamadas discriminaciones “positivas” que rompen cualquier criterio de justicia, privilegian a unos españoles sobre otros y dividen a la sociedad en colectivos enfrentados entre sí. Es esencial revisar un modelo de organización territorial del Estado ineficiente, que además constituye una patente de corso no sólo para ejercer el poder sin responsabilidad, sino para incentivar y premiar a quienes pretenden destruir la unidad nacional.
Es básico restaurar la división de poderes, garantizando que el judicial no sea elegido por aquellos a quienes ha de controlar
Las familias españolas han de tener la capacidad de elegir el tipo de educación que desean para sus hijos, lo que implica sacar la política de ese ámbito no sólo para evitar el adoctrinamiento de los niños sino para generar una enseñanza de calidad que haga funcionar de nuevo el ascensor social. Y la mejor forma de lograr esa meta es introducir el cheque escolar que combina financiación pública, libertad de elección y competencia. El sistema educativo español no proporciona el capital humano que permite aumentar su productividad, el nivel de vida de las generaciones futuras y la movilidad social.
Cualquier sociedad civilizada ha de garantizar el acceso de todos los ciudadanos a una serie de servicios básicos, los denominados bienes de mérito. Ahora bien, eso no implica la monopolización de su suministro por el Gobierno, lo que además es insostenible desde una óptica financiera a causa de la evolución demográfica española. Desde esta perspectiva es imprescindible incentivar el ahorro privado, lo que supone bajar la carga tributaria que recae sobre él y sobre las rentas del trabajo, y establecer mecanismos automáticos que eviten un crecimiento explosivo y exponencial del gasto público en esos programas.
España necesita, pues, una nueva agenda, radicalmente opuesta a la de la izquierda. Las sociedades sólo prosperan cuando el Estado crea un marco institucional que permite a las personas ser libres e independientes para desplegar su iniciativa, su esfuerzo y su talento. El devolver poder a los españoles sobre sus vidas exige quitárselo a la clase política. Y eso demanda generar un nuevo clima de aspiraciones y rechazar la falsa creencia de que el Estado debe tomar las decisiones en nombre de los ciudadanos. No cabe tratar a los españoles como menores de edad sometidos a la tutela de un Gobierno que quiere decirles como han de vivir y de pensar.
Y quienes nos dedicamos a la cosa pública tenemos otro deber que cumplir. Nunca debemos olvidar de dónde venimos como nación. La izquierda busca no solo manipular el presente, sino reescribir el pasado. Como país, no debemos tener miedo de mirar hacia atrás y aprender de nuestra historia, de lo malo, pero también de lo mucho de bueno que hay en ella, y recordar a aquellos, muchos españoles, que eligieron ampliar sus horizontes y llevaron los valores de España a los más remotos confines de la Tierra.