Viridianos

Los terroristas también tienen su isla Tortuga en el Caribe. Se llama Güiria y es un pueblo de pescadores de la costa venezolana, donde una colonia de etarras trabaja para uno de ellos que salió con más habilidad para el negocio. Algunos viven allí jubilados de su actividad terrorista, otros están en comisión de servicio. La dictadura chavista da trabajo a uno de ellos, Arturo Cubillas.

En el imaginario de los forajidos hay un lugar seguro donde sustraerse a la acción de la Justicia, reponer fuerzas para volver al tajo o disfrutar de una merecida jubilación. Para los piratas era isla Tortuga; el western nos dejó el mítico Hole in the Wall (agujero en lapared) en el que se refugiaban James LeRoy Parker –más conocido en el arte y en las compañías de ferrocarril que asaltaba como Butch Cassidy– y su banda, The wild bunch.

Fritz Lang también tocó el tema en el Rancho Notorius, que administraba Marlene Dietrich en Encubridora. Los protagonistas de La huída (en la novela de Jim Thompson, no en la película), Carol y Doc McCoy, se fugan con el botín del atraco a un pueblo mexicano, cuyo censo estaba compuesto por delincuentes como ellos, que se gastaban allí el botín a cambio de impunidad.

Los terroristas también tienen su isla Tortuga en el Caribe. Se llama Güiria y es un pueblo de pescadores de la costa venezolana, donde una colonia de etarras trabaja para uno de ellos que salió con más habilidad para el negocio. Ya hubo etarras en refugios como República Dominicana, Ecuador, Cabo Verde o Panamá. Aquellos gobiernos los tenían por encargo y más o menos vigilados, bien a pensión completa o sólo alojamiento. El nuestro les pagaba puntualmente el servicio. A veces, los etarras se acercaban a la embajada española, en la que recibían algún dinero de bolsillo. Ésta fue una modalidad que se puso en boga con la deportación de Antxon Etxebeste a Santo Domingo, tras el fracaso de las negociaciones de Argel.

Éstos de Venezuela parecen más autosuficientes y libres. Algunos viven allí jubilados de su actividad terrorista, otros están en comisión de servicio. La dictadura chavista da trabajo a uno de ellos, Arturo Cubillas, como expropiador de fincas. Claro que no siempre hay oficios tan a la medida, incluso en una revolución bolivariana, y otros deben conformarse con trabajar en los frigoríficos que el etarra Pedro Viles tiene en Güiria.

Nuestro Gobierno ha sido una madre para el espadón. Recuerden la venta de armas que firmó José Bono como ministro de Defensa en 2005 para suministrar 12 aviones y ocho fragatas. Lo de los aviones quedó en nada por la oposición de EEUU, que era el propietario de algunas patentes de los aparatos, pero las fragatas se van entregando puntualmente: la última, el pasado 2 de marzo en los astilleros de San Fernando.

Pues bien, Hugo Chávez no para de humillarle: ampara etarras en ese hole in the wall de pescadores y, cuando se le pide la extradición de dos de ellos, en 2006, responde que están en paradero desconocido. Además, no se corta para insultar al jefe del Estado, a un ex presidente y al juez Eloy Velasco, que instruye el sumario sobre su complicidad con ETA y las FARC. En este aspecto, debe valorarse la prudencia de nuestros socialistas. Tratándose de un juez, se han ahorrado la tentación de enviar a Gaspar Zarrías y a Pedro Zerolo para dar calor al tema. Pero Chávez, al pensar en ese dúo de milicia (pacifista) que forman José Luis Rodríguez Zapatero y Miguel Ángel Moratinos, debe deidentificarse con el juicio perdonavidas de la mendiga Lola Gaos sobre su benefactora, Viridiana, en la película de Luis Buñuel: «La señorita es muy buena, pero un poco chalá».

Santiago González, EL MUNDO, 3/5/2010