No hay motivo para la alegría, pero sí para una constatación: hemos logrado un desprestigio social de la muerte que impide hoy celebraciones públicas de asesinatos como antaño; hemos sustituido la soledad de las víctimas por manifestaciones en la calle; a las víctimas sin nombre, sólo con uniforme, por el retrato de la persona, del marido, del padre.
Ha dicho Paqui Hernández, la viuda del policía Eduardo Puelles García, que no quiere llorar en público, que no va a darles esa satisfacción a los asesinos de su marido. ¡Qué cosa ésta de que las lógicas lágrimas públicas de dolor de una viuda puedan ser un trofeo para alguien! Qué ruin hay que ser para celebrar el llanto ajeno. Vuestras lágrimas son nuestra alegría, dijo desde la cárcel, tras el asesinato de los padres de tres niños, uno de los teóricos más prácticos del crimen.
He conocido a muchas mujeres viudas por culpa de los terroristas, mujeres de una pieza que han dado emocionantes ejemplos de extraordinaria calidad humana, que han sido capaces de enhebrar discursos llenos de fuerza y sentido en medio de la algarabía emocional que produce la muerte de un compañero de vida. Por desgracia, hemos visto ya a muchas viudas de policías, de políticos, de empresarios; hemos conocido en ellas el desgarro del primer momento de dolor, de espanto, de ira; luego las hemos visto comportarse llenas de libertad, con el valor añadido de las que saben que su ausencia es la que mató a sus maridos. En la multitudinaria manifestación del sábado en Bilbao, hemos visto como viudas de diferentes épocas encabezaban la marcha, abrían ese espacio de libertad que es salir a la calle contra los que han hecho de la muerte ajena la razón de sus vidas. No se puede decir que el terrorismo de ETA no haya servido para nada, ha servido para llenar el país de viudas, para poblarlo de huérfanos, ha servido para incorporar la tristeza a nuestras señas de identidad.
Paqui Hernández ha querido despedir a su marido con la cabeza bien alta, con las palabras bien altas, sin que el dolor la doblegara. El hermano de Eduardo ha hablado del asesinado no como una víctima, sino como un héroe, un gudari, un nagusi, ha dicho Josu Puelles. Ya no hay entierro clandestino y urgente, ni autocrítica por ser policía, ni ese manto de silencio e indiferencia que tanto engordó a la bestia durante demasiados años.
Los criminales ya tienen un muerto más. Estarán contentos, porque esta banda, que ya hace mucho tiempo que es un fin en sí mismo, vive de la muerte ajena, de la contabilidad de asesinatos, de la producción de sangre: si hay muertos, es que ellos están vivos; si no producen muertos, es que están en riesgo de desaparición. Pero, por mucho que celebren el asesinato de un policía, incluso ellos deben de saber que esto ya no es como antes. Al policía nacional vasco y euskaldun Eduardo Puelles García, se le entierra rodeado de cariño, envuelto en el respaldo de mucha gente que ya habla en voz alta, apoyado por las instituciones y con el discurso claro, contundente y vibrante de un lehendakari socialista que nada tiene que ver con los del anterior responsable del Gobierno vasco. Ahora se habla de acabar con la banda, de ofrecerles el camino de la cárcel, de construir Euskadi desde la memoria de los asesinados, del ejemplo de policías como Eduardo Puelles, que es uno de los nuestros y que defiende las libertades y la seguridad de los ciudadanos vascos. Además, a la tortura de la muerte no le sucede ahora la estulticia de la equidistancia o las melonadas de que los criminales sobran, como si de un mueble viejo y grande se tratara, como si no fueran sólo eso, asesinos.
Un muerto es una multitud, por eso, aunque los terroristas sólo hayan asesinado a una persona en lo que va de año, no hay motivo para la alegría, pero sí para la constatación de esa evidencia: una sola persona asesinada y una reacción ciudadana, automática y masiva, que demuestra que a la mayoría de los vascos ya no nos cabe un muerto más. Hemos logrado, dentro de la dictadura sanguinaria de ETA, un desprestigio social de la muerte que impide hoy celebraciones públicas de asesinatos como las que hemos conocido durante tantos años. A la soledad de las víctimas la han sustituido las manifestaciones en la calle; a la indiferencia, la movilización y la denuncia pública; a las víctimas sin nombre, sólo con uniforme, el retrato de la persona, del marido, del padre, del buen profesional que detiene etarras, el orgullo de pertenecer a un cuerpo que lucha por nuestras libertades, la reiteración del nombre del asesinado y la salida a la palestra de sus familiares.
Un minuto después de ser asesinado Eduardo Puelles, ha empezado la cuenta atrás para la detención de sus criminales. Los demócratas les ofreceremos el camino de la cárcel, a la que llegarán más pronto que tarde y para quedarse en ella muchos, muchos años.
José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 23/6/2009