ARCADI ESPADA-EL MUNDO

NO ACABO de comprender el tímido carácter que están adquiriendo en España las conmemoraciones de lo que se llamó la Gran Guerra hasta que no hubo otra mayor. Habiendo tanto que conmemorar y hasta que celebrar, empezando por el enorme beneficio económico que los españoles –y principalmente los españoles catalanes– sacaron de la neutralidad. Pero dando por sabido que las conmemoraciones dependen menos del pasado que del presente, la timidez es rara si se piensa que hace un siglo quedó formalizado el actual principio rector de la política española, es decir, el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Fue en enero de 1918 cuando el presidente norteamericano Woodrow Wilson presentó por vez primera sus 14 puntos, con los que alcanzó la paz en la Primera Guerra Mundial. Uno de esos puntos decía específicamente, respecto a los Estados balcánicos, que debían solventar sus diferencias de «acuerdo con sus sentimientos y el principio de nacionalidad». Los sentimientos se resumían en el de la xenofobia y el principio de nacionalidad en el derecho de toda nación cultural–para decirlo en el lenguaje de hoy– a disponer de un Estado. Exactamente lo que firmaría hoy con Wilson la mayoría de diputados de la coalición nacionalpopulista que gobierna España.

La timidez todavía se entiende menos en el específico caso de Cataluña. Aunque ciertamente, como siempre sucede en la historia política de la región, hay un punto de ridículo asociado. Es fama que cuando Wilson se encontraba en París, participando en los trabajos de la Conferencia de Paz, el dirigente nacionalista Joan Ventosa Calvell –que más tarde participaría como la mayoría de miembros de la Lliga en el Alzamiento del general Franco– quiso presentarle piadosamente sus reivindicaciones para ver si Cataluña podía acogerse al derecho de autodeterminación. Y es fama que Clemenceau lo impidió destempladamente vociferando Pas d’histoires, Ventosà!, aunque otros prefieren Pas de bêtises, Joanet!

Esta ausencia de conmemoración y regocijo podría justificarse por la incómoda evidencia de que al derecho de autodeterminación se acogieron con letal entusiasmo Lenin y Hitler. Y por la dramática paradoja de que la autodeterminación con que Wilson quería cerrar las heridas de la Primera Guerra Mundial abrió las heridas que provocaron rápidamente la Segunda. Pero todo tiene su envés. ¡La fusión del átomo sin ir más lejos! Es indiscutible que el principio de autodeterminación trajo decenas de millones de muertos. Pero también ha llevado a la Presidencia de sus respectivos gobiernos a Pedro Sánchez y Joaquim Torra. Es una contrapartida y hay que meditarla despacio.