José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Mientras la izquierda emplea paños calientes con el secesionismo catalán, especula severamente con el ‘procés’ madrileño, una creatividad periodística reduccionista
Si fuese algo distinto a una mera creatividad periodística, el denominado ‘procés’ de Madrid –el anverso del de Cataluña– exigiría las mismas medidas que el Gobierno y otras instancias implementan en el Principado: mesa de diálogo sin líneas rojas, resolución política del “conflicto” e indagación autocrítica de las causas de tal crisis de “separatismo” madrileño. Especular con que Madrid es metafóricamente secesionista del resto de España es un reduccionismo. Lo que se ha producido en Madrid es un proceso de transformación sociológica de gran alcance: la capital de España ha pasado de constituir una urbe administrativa y de aluvión a disponer de clases medias burguesas con arraigo en la ciudad y que han desarrollado una forma de identidad en su modo de vivir (“a la madrileña”) y de entender la convivencia.
Este cambio de la significación de Madrid es tanto proactivo y endógeno como reactivo y defensivo. Y se refleja en el hecho de que, de una forma o de otra, y salvo el paréntesis de Manuela Carmena en la alcaldía de la capital, la ciudad y la región vienen siendo gobernadas por el Partido Popular desde hace más de 25 años, estos últimos con Ciudadanos y el apoyo externo de Vox.
La izquierda no ha logrado instalarse ni en la Puerta del Sol ni en el antiguo edificio de Correos en Cibeles porque el dinamismo y fluidez de la sociedad en Madrid evoluciona más rápido que los criterios del progresismo socialista que, incluso en la época de los ayuntamientos del cambio, saltó sobre el PSOE para entregarle el municipio durante cuatro años a una plataforma ciudadana, regresando después al molde que hoy representan por una parte el ultraliberalismo de Díaz Ayuso y por otra el conservadurismo abierto de Martínez Almeida.
La identidad de Madrid –ciudad y región– no se basa ni en la lengua, ni en la cultura, ni en distinciones que no sean las de los hábitos y de las formas de conducirse una ciudadanía que ha ido conformando unos ámbitos de extraordinaria libertad personal y colectiva, ahormados en un liberalismo con ciertas excrecencias indeseables –por ejemplo, la desigualdad– pero que en conjunto presenta signos sólidos de progreso.
Una realidad que la izquierda en general no ha entendido y que ha atacado desde la ignorancia (convirtiendo la capitalidad en una hipérbole de privilegio) y, a veces, desde la impotencia. Mientras tanto ha empleado todos los paños calientes a su alcance con la Cataluña separatista –y el olvido y la desconsideración de la que no lo es– hasta el punto de comprar propuestas para aplicar a Madrid formuladas como exigencias por el portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, que reclama del Gobierno la intervención del modelo autonómico fiscal de la comunidad, aunque no se atreve a reclamar lo mismo para el País Vasco y Navarra.Vivir a la madrileña –Díaz Ayuso no sabe, pero sabe quién sabe y es alumna de preceptores que la ilustran– es una frase que concentra una verdad con la que los residentes y visitantes de la capital se identifican. Durante la pandemia, el Gobierno de Madrid -y en otra medida el Ayuntamiento- han opuesto su modelo al habitual en otras comunidades y han disentido de los criterios del Ministerio de Sanidad. Esta actitud le ha echado encima a los prescriptores de la izquierda que guardaban silencio ante los desafíos –incluidos los de la gestión de la crisis sanitaria– del Ejecutivo secesionista de la Generalitat. Mano dura con Madrid y comprensión con la Cataluña amarilla.
Sobre este marco mental de «vivir a la madrileña» tendría que meditar la izquierda española
Vivir a la madrileña frente a la Cataluña amarilla del secesionismo es un éxito como marco mental político y social debido en buena medida al contraste con lo que ocurre en Barcelona, una urbe de enorme importancia nacional e internacional que desciende por días peldaños en su dimensión, reputación, bienestar y posibilidades de la mano de una alcaldesa que pudo ser una referencia institucional para la izquierda y que se ha convertido en una errática activista.
Sobre este marco mental de “vivir a la madrileña” –no lo mejoraría Lakoff, la verdad– tendría que meditar la izquierda española porque, si no desentraña su significado, seguirá décadas sin ostentar el poder en la capital de España y en su región. Tanto cuanto se injieran los secesionistas en el ámbito autonómico de Madrid con la comprensión del PSOE en el Gobierno y en el Congreso –y no digamos de UP–, tanto peor para sus opciones de éxito electoral. Por eso, Íñigo Errejón, al que el tiempo le está dando algunas razones sustanciales frente a Iglesias, constituyó Más Madrid. Con esa denominación –que no suscita recelo de ajenidad en la ciudadanía madrileña– no es extraño que sea un partido que, aunque de reducidas dimensiones, sea el más coherente en la izquierda, especialmente después de que su candidata, Mónica García, haya parado los pies al amigo de Otegi, Rufián, y a Puigdemont, personajes todos ellos que no son precisamente referentes de esa forma de vivir a la madrileña.