JOSEBA ARREGI-El Mundo
Mientras no exista una condena clara de la historia de ETA, explica el autor, mientras no se renuncie a los proyectos políticos nacionalistas radicales, no se habrá hecho justicia a la memoria de las víctimas.
Lo que motivó la puesta por escrito de esta idea fue que, para anular la influencia que las asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo pudieran tener en la política antiterrorista, voces de la izquierda española recurrían al hecho indiscutible de la pluralidad de opiniones existente entre las distintas asociaciones. El artículo que recogía la idea de la verdad objetiva de las víctimas respondiendo a la esterilización de las voces de las asociaciones de víctimas no pudo ver la luz en el medio nacional al que fue enviado.
Hoy la idea de aquel escrito sigue vigente gracias a un hecho también incontestable: ETA ha dejado entretanto de matar y ha anunciado algunos años después su disolución. Pero los asesinados por ETA siguen muertos. Es un hecho incontrovertible. Y el proyecto por el que ETA mató sigue vivo y animando propuestas políticas para la definición del futuro político de la sociedad vasca. La memoria digna debida a las víctimas asesinadas u objeto de atentado mortal en intención sigue siendo objeto de debate. La ley de víctimas del terrorismo aprobada por el Parlamento vasco no se cumple en sus aspectos nucleares, en especial en la calificación que da de los asesinatos de ETA –cometidos, dice la ley, al servicio de un proyecto excluyente de una parte de la sociedad vasca, con la intención de imponer una visión única y homogénea de la sociedad vasca, negando su pluralismo y por lo tanto su libertad–, y cuando afirma que la memoria de las víctimas debe incluir su significado político, es decir, que nada parecido al proyecto que sirvió para motivar su asesinato, su liquidación como obstáculos para el proyecto político del nacionalismo radical, debe ser posible para definir el proyecto político futuro de la sociedad vasca.
Valga esta larga introducción para tratar de entender la frase atribuida por este mismo medio al PSN –Partido Socialista de Navarra–: «Ya está bien de vivir de ETA». Se puede entender como la formulación de una prohibición: que nadie se atreva a recurrir a ETA y sus asesinatos para condicionar los pactos que se puedan suscribir o no en Navarra tras las últimas elecciones. En realidad, y sin circunscribirlo a Navarra, esta frase ya ha sido dicha con anterioridad. La pronunció el entonces lehendakari Ibarretxe para su segunda justificación del plan que llevaba su nombre –la primera justificación decía que su plan era necesario para acabar con ETA, es decir que era necesario pagar el precio político de aprobar su plan de nacionalismo radical para acabar con ETA–: que era necesario hacer política en el País Vasco como si ETA no existiera. Quizá la frase del PSN vaya algo más allá: no solo es preciso hacer política como si ETA no existiera, sino como si ETA no hubiera existido.
Si miráramos fuera de nuestras fronteras uno trata de imaginarse a algún miembro de los partidos indudablemente democráticos de algunos países europeos diciendo por ejemplo en Alemania que «ya está bien de vivir del Holocausto» –y nunca he creído necesario ni conveniente equiparar los crímenes de ETA con el Holocausto por respeto a la profunda gravedad y al significado de esta negación incomprensible de la humanidad–, algo que quizá no esté tan lejos de afirmaciones de la AfD; o diciendo en Polonia que tampoco se puede seguir viviendo del gueto de Varsovia, o de los crímenes cometidos por los rusos en el bosque de Katyn.
Llama la atención que algunos socialistas navarros justifiquen su posición recordando que algún familiar suyo fue fusilado por los requetés al comienzo de la Guerra Civil, o que a alguna otra pariente le cortaron el pelo por socialista. Llama la atención que la acusación de querer seguir viviendo de ETA provenga de un partido que se está caracterizando por el recurso permanente a la Guerra Civil, al dictador Franco y a la necesidad de sacarlo del Valle de los Caídos, al hecho de no haber sacado a todos los que yacen aún en cunetas o paredones, al cambio de nombres de los callejeros.
De la misma forma en que tiene su justificación la crítica dirigida a todos los gobiernos que han existido desde la transición por no haber tenido la diligencia debida para hacer justicia a todos los que, víctimas de la Guerra Civil, no habían tenido un entierro digno, de la misma forma, digo, creemos algunos que es preciso seguir luchando para que asesinados mucho más recientes, los de ETA, se mantengan en el recuerdo porque todavía no han recibido el reconocimiento de una memoria compartida por parte de la sociedad vasca, sino que han vuelto a ser enterrados en la cripta del olvido, o mejor dicho, en el infierno de la memoria porque lo que nunca se ha sabido a conciencia no puede ser olvidado sino que sigue siendo no visto, no tenido en cuenta, no interiorizado de verdad y con todas sus consecuencias -–su significado político–, objeto de la desmemoria más abyecta.
Porque aunque ETA haya desparecido como organización terrorista, sigue viva en sus antes compañeros necesarios y hoy herederos que hacen política gracias a lo conseguido por la historia de terror de ETA, como lo afirman ellos mismos. Y seguirá siendo así mientras estos herederos no tracen una línea divisoria radical con su historia, con su identidad, con el proyecto que implicó necesariamente la violencia terrorista. Porque los asesinados siguen estando asesinados por mucho que nos olvidemos de ETA –si no hay memoria de ETA tampoco hay memoria de los asesinados por ella–. Son los herederos de ETA los que viven de la historia de terror de ETA y es a ellos a quienes es necesario exigir que corten de una vez por todas con dicha historia de terror. Solo entonces podremos todos enterrarlos dignamente porque los guardamos vivos en la memoria.
Los estudiosos del valor de una memoria crítica de las víctimas de los terrorismos señalan, con razón, que su valor radica en la búsqueda de una más profunda democracia. En el grito grabado a sangre y fuego en las víctimas asesinadas se escucha que algo parecido no vuelva a suceder: la exclusión violenta del otro, la negación de la libertad de conciencia que reclama la liquidación de quienes la representan en su persona y en sus actos, la negación de la libertad de identidad y de sentimiento de pertenencia. Desde ese «nunca más» que surge de cada asesinado por ETA se debe plantear el respeto del pluralismo y la transversalidad de las políticas democráticas. No desde el olvido interesado de ese grito.
NO ES DE RECIBO que el presidente del PNV considere que Vox es antisistema mientras que Bildu no lo es. Que el presidente de un partido que firmó el pacto de Estella-Lizarra para excluir del futuro político de Euskadi a los no nacionalistas, que asumió el plan Ibarretxe como suyo persiguiendo la misma finalidad, que ha pactado con HB-Bildu una reforma confederal de la Constitución española, que siempre ha leído la Constitución española desde la adicional que garantiza los derechos históricos de los territorios vascos, que siempre ha tenido a gala acatar la Constitución sin comprometer su lealtad con ella sea el árbitro de conformidad o disconformidad con el sistema constitucional español para incluir en el horizonte de pactos políticos posibles a los herederos de ETA, no es aceptable.
Mientras no exista una condena clara de la historia de terror de ETA, mientras no exista una actuación política coherente con el significado político de las víctimas proclamada por la ley vasca de víctimas (2008), significado que exige renunciar a los proyectos políticos nacionalistas radicales que pretendan edificar el futuro político de la sociedad vasca en la exclusión de los no nacionalistas, en la negación del pluralismo y en la negación de la libertad de conciencia, de la libertad de identidad y de la libertad de sentimiento de pertenencia, la presencia de ETA en la sociedad y en la política vasca seguirá viva porque no se habrá hecho justicia a la memoria debida a las víctimas asesinadas. Y la frase «ya está bien de vivir de ETA» no deberá tener sitio en la política.