Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Los independentistas catalanes van superando con holgura las alturas crecientes de sus reivindicaciones en esta infernal competición de salto que ha incendiado el país. Al primer intento saltaron los indultos, la malversación y la sedición y, al segundo, la amnistía. Ahora la altura es más considerable y se enfrentan a la condonación de la abultada deuda que mantienen con el FLA, al reconocimiento de una deuda descomunal calculada al tresbolillo, a la consecución de un sistema de financiación exclusivo y bilateral y, para terminar, al reconocimiento de un referéndum de autodeterminación, de alguna manera vinculante. Porque, si no va a vincular, ¿para qué se va a celebrar?

El tema, tal y como se plantea, tiene escasas posibilidades de salir adelante. Los más timoratos opinan que, vistos los antecedentes, podemos esperar cualquier cesión por imposible que parezca por parte de nuestro condescendiente presidente. Yo, que estoy en el siguiente grupo de timoratos, no soy tan pesimista y pienso que no le resultará tan sencillo. Hasta ahora, con los indultos o con la amnistía, se abollaba el esquema jurídico de nuestra convivencia, pero no afectaba al bolsillo. Ahora sí, ahora todo el mundo es consciente de que no se podrá satisfacer las exigencias catalanas sin provocar la explosión ‘por simpatía’ de las comunidades que son contribuyentes netas y suscitar la oposición frontal de las que son receptoras netas de los dineros comunes. Es obvio que todos somos más ‘mirados’ con las cosas de comer que con las cosas del estar.

Además, la propuesta y el momento elegido para presentarla parecen responder a conveniencias electorales derivadas del enfrentamiento con los colegas de Junts, que habían tomado la iniciativa con la negociación de la amnistía, más que a esperanzas reales de conseguir ahora tamaño despropósito. Y es que la propuesta del Govern, es decir de ERC, es preciosa, pero disparatada. Pide un sistema fiscal propio, se niega a que sea extensible a los demás y por eso no admite que se discuta en conjunto, supera al Concierto vasco e incomprensiblemente pone coto a la solidaridad. Para un partido que se proclama de izquierdas es un salto cósmico. El sistema sería propio y total pues se transferirían la capacidad normativa y la gestión exclusiva de todos los impuestos. Algo que ni el Concierto vasco contempla, pues en él se excluyen de la recaudación las rentas de aduanas, los monopolios fiscales, cuando los haya y los alcoholes y de la capacidad normativa lo hacen los impuestos indirectos, que por definición afectan a la unidad de mercado, algo siempre muy sensible en las instituciones europeas.

Y pone coto a la solidaridad pues topa su monto, limita su espacio temporal y la condiciona a determinadas actuaciones de los beneficiarios de la misma. Cataluña ejercería su solidaridad en cuantía predeterminada, imagino que por ellos mismos, lo haría por un espacio de tiempo limitado y estaría condicionada a que las comunidades receptoras adoptaran ciertos comportamientos.

Dicho en castellano a que se esforzaran por salir de su situación de dependencia. Y todo eso lo dice un partido que se autoproclama de izquierdas y que, en el artículo segundo de sus estatutos, se compromete a ser solidario y a ejercer la solidaridad con los demás. Me parece maravilloso. ¿Se imagina que los señores Ortega, Roig, del Pino o Galán, o usted mismo sin ir más lejos, dijesen que están cansados de ser solidarios con los parados, que dejarán de serlo dentro de un tiempo y que lo serán solo si los parados se esfuerzan con denuedo para encontrar un empleo?

Pero nada, en la España de hoy, los señores Aragonès y Junqueras, son personalidades relevantes de la izquierda más comprometida y ejemplar, mientras que las señoras Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y Marga Prohens, de Baleares, líderes de la España ‘que paga’, son miembros, o quizá miembras, destacadas de la fachosfera insolidaria. Vivir para ver…