Luis Haranburu Altuna-El Correo
- Trump, Putin, Bukele… Nuestra libertad decrece al tiempo que los nuevos tiranos construyen muros y fronteras
Nació en Sarlat, en el Médoc aquitano, donde tres años después nacerá Michel Montaigne. Fueron tan amigos que el autor de los ‘Essais’ dijo: «Me he sentido más a gusto confiando en él que en mí mismo». Se refería a Ètienne de La Boétie tres años mayor que él; ambos ejercieron la magistratura en Burdeos, donde Montaigne sería elegido alcalde. Cuando Montaigne leyó el opúsculo de La Boétie quedó profundamente conmovido y será gracias a él que la obra de La Boétie llegará hasta nosotros.
‘Discurso sobre la servidumbre voluntaria’ se titula el texto que La Boétie escribió en 1548 cuando frisaba los 18 años. Una obra de juventud donde aún es perceptible cierta candidez adolescente. A pesar de su brevedad, es digna de figurar entre los tesoros del Renacimiento. Se trata de un canto a la libertad donde el autor se admira por la vocación de los humanos hacia la servidumbre. Comprende que el hombre se convierta en siervo cuando el déspota de turno le obliga por la fuerza de las armas, pero no el hecho de que los humanos se conviertan en siervos de manera voluntaria, sin que medie violencia alguna. La libertad es constitutiva de la condición humana, pero también lo es su inclinación a la servidumbre voluntaria.
Algunos han visto en la obra del pensador aquitano el texto seminal del anarquismo, mientras otros lo consideran el fundador de la objeción de la desobediencia civil. Cinco siglos antes que Erich Fromm, La Boétie consideraba el miedo a la libertad como uno de los lastres de la condición humana. Al buscar el porqué de la tendencia a la servidumbre voluntaria, La Boétie destacaba tres razones: la costumbre, la demagogia del soberano y la existencia de un pequeño círculo de fieles al soberano.
Cinco siglos después, el amigo de Montaigne incrementaría sus razones en dos más: la identidad y la polarización maniquea inducida desde el poder. La construcción de bloques, sean religiosos, ideológicos o políticos, constituye un artefacto determinante para inducir la servidumbre. Uno se pliega a la voluntad del tirano para obtener refugio e identidad servil, frente al otro que nos incita a la opción de ser libres y autónomos. Tomás Moro, Maquiavelo y Hobbes se ocuparon del poder desde la perspectiva del príncipe y del soberano, pero La Boétie se puso del lado de los súbditos. Ahí reside su originalidad y desde esa perspectiva se adelanta a Nietzsche, Marx y Freud a la hora de desentrañar los mecanismos del poder.
El poder, para serlo, necesita de la anuencia del siervo y precisa de una ideología (relato) que justifique su identidad servil. A lo largo de los siglos son demasiados los anales que nos refieren la sombría condición humana del siervo que se somete por la costumbre, el engaño o la pereza de ser libre. Soberanos absolutos, religiones, ideologías totalitarias o banderías políticas han proporcionado a los humanos razones y excusas para buscar la servidumbre o afianzarse en su identidad de víctima.
Han transcurrido cinco siglos desde que el elogio de la libertad pronunciado por Ètienne de La Boétie conmocionó a su amigo Michel Montaigne. En plena contienda entre hugonotes y católicos, ambos tenían motivos para ser razonablemente pesimistas sobre la condición humana. Su escepticismo tendría hoy razones fundadas para la desesperanza, pero del mismo modo en que ellos retornaron sobre sí mismos para comprender las contingencias humanas, su obra se nos aparece como punto de partida para tratar de cuestionar y atrevernos a pensar por qué los humanos tendemos a la servidumbre voluntaria.
En medio de las crisis y convulsiones que se encadenan sin cesar, los humanos de aquí y de allá nos refugiamos en personas carismáticas que nos ofrecen seguridad, identidad y la certeza de estar en el lado correcto de la historia, a cambio de nuestra renuncia a la libertad personal y a la autonomía como personas. Ocurre ante nuestros ojos y contemplamos con estupor a los millones de hombres y mujeres que, renunciando a su libertad, optan por la voluntaria servidumbre.
Trump, Putin o Bukele son tan solo muestras de los modernos soberanos que tratan de frustrar nuestra libertad a cambio de la nefasta adhesión servil a sus discursos sectarios de odio y sumisión. Los nuevos soberanos tratan de levantar muros donde antes hubo puentes y puertas. Puede que las nuevas murallas proporcionen más poder a los que ya nos sojuzgan, pero nuestra libertad decrece al tiempo que los nuevos tiranos construyen muros y fronteras. «Dejad de sostenerlos», nos animaba Ètienne de La Boètie en 1548 y su voz aún resuena cuando nos hallamos tentados de ceder a la demagogia del tirano, a la falsa promesa de un futuro de progreso alienado o a la pereza de pensar y ver que, efectivamente, el rey está desnudo; vestido tan solo por nuestra presbicia de siervos.