ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 17/03/16
· La tendencia de los cuatro grandes partidos a la autodestrucción nos arrastra hacia un callejón sin salida.
Resulta harto sorprendente la vocación suicida que parece haberse despertado en los cuatro partidos políticos mayoritarios al mismo tiempo. Sorprendente e inquietante, desde luego, ya que su tendencia a la autodestrucción arrastra a nuestra democracia hacia un callejón sin salida.
El PP lleva meses paralizado, incapaz de reaccionar. Ha ganado las elecciones, sí, pero no va a poder gobernar porque no consigue alcanzar acuerdos. ¿Qué más da ya a estas alturas en quién recaiga la culpa de ese bloqueo? La cuestión es que el grupo mayoritario de la Cámara está aislado y tiene al frente un líder al que todos los demás consideran descalificado para presidir un Ejecutivo de coalición.
Un líder abrasado por el desgaste inherente a la gestión de la crisis y, sobre todo, la responsabilidad política derivada de la corrupción, que se aferra al cargo obstinadamente sin que nadie relevante en su formación se atreva a decirle a la cara que se ha convertido en un lastre. Un líder que amenaza con volver a encabezar la lista popular si se repiten las elecciones, lo que para esas siglas equivaldría a salir a pelear aceptando de antemano un resultado tan inútil como el cosechado el 20-D o incluso peor. O sea, un suicidio.
El PSOE, entretanto, se debate entre tirar la toalla con dignidad, asumiendo que su pacto con Ciudadanos no le basta para investir a Pedro Sánchez presidente, o desdecirse de lo firmado y echarse en brazos de Pablo Iglesias y los separatistas, en un Frente Popular que sería pan para hoy y hambre para mañana. Una unión mortal, a medio y largo plazo, que salvaría el desembarco en La Moncloa a costa de meter al peor enemigo en casa. Sánchez lo sabe, pero se resiste a claudicar. De ahí que se empeñe en lograr el plácet por abstención de Podemos o, en su defecto, de Ciudadanos a su pretensión de gobernar con 90 diputados y el apoyo de uno u otro. Le importa poco o nada qué hacer al frente de ese gobierno o el coste que tenga para su partido, siempre que lo encabece él. Si uno u otro están dispuestos a suicidarse por él, aceptará el sacrificio encantado.
La formación de los círculos aparenta tener prisa por acelerar su tránsito. Se deshilacha. Se descompone. Multiplica las mohínas mientras su caudillo intriga por ver si se hace o no con la harina. Iglesias no ha llegado hasta donde está para regalar a Sánchez el timón de la nave «gratis et amore». Él quiere mandar, decidir, controlar. Los sondeos le dicen que no se las prometa tan felices si hay que regresar a las urnas, porque pierde votos a marchas forzadas, pese a lo cual no afloja. Lanza al socialista sus cantos de sirena. Le tienta con la mayoría que sabe poder conseguirle, a cambio de lo cual exige su parte del pastel, aunque se le rebelen algunos. Allá ellos, pensará, si quieren perder la cabeza…
Los «naranjitos» de Rivera, por último, están jugando con fuego. Hasta ahora han gestionado con acierto una aritmética endiablada, que podía haberles dejado al margen de cualquier combinación, y recogen en las encuestas el fruto de su voluntad de diálogo. Ahora bien, deben ser conscientes de que su electorado no les perdonaría un acercamiento a Podemos ni por acción ni por omisión. Esto es, que no pueden permitirse estar en la misma fórmula que integren los de Iglesias, so pena de quemar en ese único cartucho todas sus posibildades de futuro. Ya se sabe que en política las cosas no son solo lo que son, sino también lo que parecen. Y determinados tríos parecen radicalmente incompatibles, probablemente porque lo son.
ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 17/03/16