ANTONIO RIVERA-El Correo
Corría ayer por las redes un meme certero: «La política es un deporte en el que compiten diversos partidos, pero siempre gana el PNV». Algo está pasando en la política española para que el partido más rancio en sus costumbres: entender España como un predio al que se acude para coger cada poco y solazarse de ello con los propios, aparezca de entre los viejos como el único no afectado por la crisis. Hay una manera de entender diferente arriba y abajo del Ebro, pero también entre la prensa de la Corte y entre la ciudadanía que se tiene allí por avanzada en su pensamiento. El «buen vasco» es en estos últimos años Iñigo Urkullu o Andoni Ortuzar, que nada tendrían que aprender de Maquiavelo, capaces de mutar su apoyo en menos de una semana de unos a sus contrarios, y de retener en el tránsito todo el montante del pillaje, sin olvidar la comprensión local. Así se explica que les estén votando hasta los vascos no nacionalistas.
La cosa es que desnivelaron la delicada balanza. Mariano Rajoy tiene desde niño cara de asombrado. Asiste a la realidad estupefacto cuando ésta le contradice. Ayer se fue disgustado a su residencia oficial sin entender que muchos millones de ciudadanos le hacen responsable del deterioro actual de la política española y culpan de ello a la corrupción de su partido. Lo de menos sería –que no lo es en este caso– que la apreciación popular fuera injusta. Lo importante es que hemos tenido, hasta el final, por contumacia, entereza o atornillamiento al puesto, a un gobernante incapaz de entender la realidad. Y seguro que no es por estulticia tanto como por presunción. El pecado inevitable del exceso de poder que siempre acaba generando sensación de impunidad.
De manera que Sánchez presidente. Quien fuera el primer candidato propuesto por el Rey incapaz de recibir los votos necesarios para ser designado es ahora el primero en serlo con una moción de censura. Rajoy estupefacto. Aquel peregrino que desdeñó entonces amistades peligrosas ahora las acepta impasible. Aquel partido que casi se rompe por ese debate hoy aparenta unánime. Pero, posiblemente, haya cambiado más la realidad, a peor, que las ansias de Sánchez. Eso tampoco lo entiende Rajoy. Las circunstancias han llevado a su contrario al Gobierno. El ‘dolce far niente’ no siempre resulta exitoso.
Y, sin embargo, las amistades peligrosas siguen siendo las mismas de ayer. Los nacionalistas vascos con un empacho de logros, compatible con su ajenidad a todo lo que suene solidaridad con la ciudadanía española. Los indepes catalanes empeñados en el cuanto peor mejor y en la clásica generación de contradicciones del contrario. Los podemitas, no sé si más infantiles, más incapaces o más estúpidamente izquierdistas, reclamando dos huevos duros (ora entrar en el Gobierno, ora rechazar el Presupuesto) en los instantes en que nadie se movía para no romper el hechizo de la suma, los 176. Es el escorpión: a pesar suyo pica, por carácter.
Con esos bueyes piensa arar Pedro Sánchez. Puede aprovechar unos pocos meses de masiva exposición a los medios y el éxito de media docena de medidas urgentes populares o democráticas (que no tienen por qué ser cosas distintas). Pero, enseguida, se verá sometido al fuego de los amigos provisionales. En esa tesitura, las elecciones pueden llegar más pronto que tarde si ahora el que se tiene que arrastrar por el fango es el socialista. Al final, otra vez, Ciudadanos de perfil y el escenario favorable.