EL CORREO 19/09/13
JOSEBA ARREGI
Es necesario dirigir una mirada serena, lo más desinteresada posible, y al mismo tiempo crítica, a la Ilustración que funda la cultura cuyo momento crítico tanto condenamos
Durante muchos meses ya, si no años, llevamos leyendo en los medios y escuchando que el sistema democrático está en crisis, que necesita una renovación urgente y radical. Lo mismo parecen decir las innumerables encuestas a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes. Se habla de generaciones sin futuro, de desesperanza, y algunos proclaman que el caldo de cultivo para una revolución está ya a punto.
Junto con la descripción radicalmente crítica con la situación no faltan propuestas de ajuste del sistema democrático más o menos radicales. Las propuestas llevan, en general, el calificativo de la urgencia, pero muchas veces no duran más que el tiempo que necesita la siguiente propuesta para sustituir a la anterior. Las propuestas que se hacen para remediar la situación participan de uno de los males de la situación: el presentismo, la falta de perspectiva histórica, sin la cual es imposible construir el futuro, pues desde la eternidad del presente en el que nos ha sumido una cultura del consumo que no puede esperar ni un segundo para ser satisfecho no puede haber visión del mañana. Testimonio de ello es el eslogan del movimiento juvenil del 15M, que exigía democracia ya!, es decir, ahora mismo, sin esperar a nada, sin tener que trabajarlo, sin tener que asumir riesgos o invertir para después recoger los frutos.
Uno tiene la impresión de que las grandes renovaciones en la historia, por el contrario, se han caracterizado por su capacidad de volver a las fuentes, de recuperar elementos culturales del pasado desde una visión crítica, y extraer de ellos los elementos sobre los que construir un nuevo futuro. Si los monjes irlandeses no hubieran vuelto a poner en manos de la Europa decaída tras la desaparición del imperio romano lo que habían conservado de la herencia cristiana, si la Europa medieval no hubiera recibido de los filósofos árabes la tradición de Aristóteles y de la filosofía griega, si los renacentistas no hubieran apostado por recuperar los elementos básicos de la cultura grecorromana para contraponerlos a una cultura cristiana desgastada, si Lutero y Calvino no hubieran vuelto al Pablo de la epístola a los romanos o al San Agustín de la predestinación, no se hubieran puesto los fundamentos de lo que posteriormente ha sucedido en la cultura y en el pensamiento europeo.
De la misma forma hoy es necesario volver una mirada serena, tranquila, lo mas desinteresada posible, y al mismo tiempo crítica, a la Ilustración que funda la cultura cuyo momento crítico tanto condenamos. La Ilustración pretende construir una cultura en cuya base no se encuentre ninguna verdad revelada –pues todas ellas se manifestaron como rivales y por ende fuente de conflictos– sino la razón humana misma, igual a todos los seres humanos y por lo tanto común a todos ellos.
La razón de la Ilustración, al menos en los análisis de algunos de sus máximos exponentes como Kant, es consciente de sus propias limitaciones: no es capaz de las verdades metafísicas, sí es capaz de dotarse de reglas autónomas, y, sobre todo, de establecer los límites que no puede sobrepasar, límites definidos como ideas regulativas. Pero la historia de la cultura moderna también es la historia del esfuerzo de algunos pensadores por sobrepasar los límites de la razón ilustrada y alcanzar la verdad metafísica, la verdad última y absoluta pero sin transcendencia, en el ámbito de la inmanencia humana.
Frente a estos esfuerzos de definición total y metafísica de la verdad común a los panteísmos postcartesianos y a todas las versiones del hegelianismo y del marxismo, en la propia cultura moderna se ha elevado la crítica radical, el relativismo total, la elevación de lo subjetivo a categoría de absoluto: lo único que vale, y vale absolutamente, soy yo, mi propia subjetividad, mi sentimiento, mi aspiración, mi voluntad, mi deseo elevado a la categoría de necesidad y derecho. Se impone, creo, volver a la racionalidad autolimitada de la Ilustración y de Kant, a las formas que surgen de la conciencia de los límites, a la superación de la tiranía del sentimiento desbordante, a la búsqueda de la verdad cuyo horizonte hace posible la ciencia, a la crítica que nace de la conciencia de la verdad, a la política que se basa en la búsqueda de lo común y en la superación de las diferencias, a la política como unión en base a la racionalidad común, para superar las divisiones radicadas en la diferencia de sentimientos e identidades.
Si lo que al final de la trayectoria de la cultura moderna lo que nos queda es el desbordamiento sin límites de la subjetividad, del sentimiento, de los deseos y opiniones subjetivas, la renuncia a la razón común, la eliminación de los límites, la renuncia a toda verdad y al mismo tiempo la proclamación de la verdad de cada uno, la cultura moderna no tiene futuro alguno. Pero esa falta de futuro significaría renunciar a lo mejor que ha creado la historia de la humanidad, la conciencia de la libertad, la política como unión de ciudadanos, la garantía de los derechos y libertades, la búsqueda de la verdad racional de la ciencia, la autonomía humana que sabe de sus límites y acepta por ello lo que Kant denominaba las ideas regulativas, distintas a las imposibles verdades metafísicas, la idea de Estado de derecho y de nación política, distinta de la nación etnocultural: si todo esto es desechado en nombre de la subjetividad y del sentimentalismo desbordante y sin límites, volveríamos a algún lugar que probablemente se hallara más lejos de nosotros incluso que la propia Edad Media.
Las crisis son al mismo tiempo oportunidades, pero sólo para quien las sabe aprovechar. Que la situación actual sea una oportunidad depende de si seguimos elevando a verdad absoluta todo aquello –subjetividad, irracionalismo, sentimiento, ilimitación, identidad– que precisamente debemos superar para no caer pasto de las llamas que están consumiendo lo que con tanta dificultad ha querido construir la cultura moderna.