Tocado por la pandemia. El lehendakari tampoco se ha librado de los efectos devastadores del Covid. Superado por el trágico balance de muertos, condicionado por las escasas herramientas jurídicas que ha dejado Pedro Sánchez a las autonomías para adoptar medidas restrictivas y desplazado por el protagonismo de la Generalitat en sus relaciones con La Moncloa, Iñigo Urkullu inició el curso político en el Parlamento vasco haciendo equilibrios entre el futuro de la gran velocidad, y el pasado siglo XIX. Porque, con tal de no entrar de lleno en el debate sobre la independencia que tanto retrae a la sociedad vasca y en el que está empeñado EH Bildu y consciente de la dificultad de encontrar consensos, prefirió hablar de un nuevo Concierto Político Vasco para consolidar el autogobierno. Nadie pensaba que los fueros vayan a correr peligro en la actualidad pero el lehendakari abogó por derogar las leyes de abolición de los fueros y volver a la soberanía de 1839. Tal cual. Una fórmula que a muchos les pareció trasnochada, un reflejo de una voluntad de escape para presentarse como un nacionalista respetuoso de las reglas del juego y que, a diferencia de sus homólogos catalanes, rehúye de la presentación de un plan para la independencia.
Tal como le requieren desde EH Bildu, desde donde se reclama el Estado vasco. Su representante, Iriarte, echó de menos, en el discurso de Urkullu, una referencia al derecho a decidir apelando al respeto a la voluntad de la mayoría. Pero el lehendakari consulta las encuestas. Y, además de recordar que casi la mitad de los ciudadanos censados se quedaron en casa en la última cita con las urnas, tiene muy en cuenta el grado de desafección frente a la independencia. La rechaza un 41% según el Sociómetro. El fracaso del euskera obligatorio, reconocido por el Gobierno, ha hecho saltar las alarmas. Datos a pie de calle con los que hay que ir construyendo país sin romper la vajilla.
Podemos se mueve entre dos aguas y renuncia a ejercer oposición de «postureo». PP+Cs asume el papel. Y Vox, desde el mínimo espacio que se le concede en virtud del cordón sanitario, también. Iturgaiz critica la autocomplacencia del lehendakari y echa de menos la beligerancia que mostró con los actos violentos cuando se trata de agredidos no nacionalistas. La solidaridad va por barrios y por siglas. Ayer se le vio al lehendakari intentando mantener congelado el debate identitario. Sus socios socialistas se lo agradecen. Pero ya veremos cuánto tiempo puede aguantar la presión de EH Bildu mientras se proyecta hacia 2023 mirando hacia el siglo XIX.