Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 5/10/11
La encuesta del CIS otorgando al PP hasta 195 escaños y al PSOE un máximo de 121 confirma que Rubalcaba ha llegado a la recta final con muchísima desventaja. Los socialistas se aferraron ayer a los indecisos y su candidato llamó a sacudirse la indiferencia. Pero la marea ascendente a la que se enfrentan es imposible de contener por puro voluntarismo. No es que los votantes que tradicionalmente venían inclinándose hacia la izquierda hayan desertado de sus convicciones y les dé todo igual. Sencillamente muchos de ellos han dejado de creer en la política, en la capacidad del Estado para regular las relaciones económicas y asegurar el bienestar; lo cual deja el campo expedito a la derecha. La indiferencia no es una conducta moral -o no lo es en primera instancia- sino consecuencia del fracaso de la socialdemocracia. Dado que el Estado es incapaz de amparar a la sociedad tampoco habría razón alguna para confiar en quienes más apelan al Estado. Ya las elecciones del 22 de mayo demostraron que la contestación más radical al sistema no cuajaba en una expresión electoral consecuente, sino que favorecía al Partido Popular.
Es la bancarrota del estatismo auspiciado por la izquierda y encarnado durante las dos últimas legislaturas por el ‘zapaterismo’. Una fórmula que combinaba su ensimismada fe en la virtud taumatúrgica del Boletín Oficial para transmutar la sociedad con la esperanza depositada en un crecimiento lineal y ascendente cuya naturaleza importaba poco siempre que contribuyera al incremento del erario. Hasta que llegó mayo de 2010 y todo se vino abajo desde Grecia. Así es como los excesos de Zapatero acabaron disculpando los defectos de Rajoy. «Confiad en la política a pesar de todo» sería el mensaje que Rubalcaba intentaría transmitir en estos momentos. «Confiad en vosotros mismos» es la réplica con la que Rajoy convertiría su antropológica impasibilidad en una suerte de ensalzamiento del espíritu nacional rebajado. Rubalcaba está en desventaja porque necesita demostrar que con el poder en sus manos las cosas irían a mejor. Rajoy pasa de promesas, las evita porque resultan inconsistentes y embarazosas. Logra el favor del público conectando con su escepticismo más que con el anuncio de «un Gobierno fuerte». Nada más eficaz que mostrarse entre indiferente y desinteresado para obtener mayor respaldo social que el que lograra la actitud tensa de Aznar en 2000.
Claro que Rubalcaba tampoco puede proceder de otra forma. Debe mantenerse fiel al patrón socialdemócrata, emplazando a sus potenciales votantes a «pelear por lo que quieres». Mientras tanto Rajoy se siente libre de revelar o no sus intenciones, sin siquiera preguntarse sobre si las tiene de verdad. Porque al fin y al cabo los socialistas no están como para asegurar la continuidad de los derechos y prestaciones que han instrumentalizado en demasía. El candidato popular puede advertir de que le meterá «tijera a todo menos.» porque Zapatero ha acabado su mandato reconociendo que es inevitable hacerlo. La campaña forma ya parte del largo desierto que la socialdemocracia deberá atravesar para conectar con un tiempo nuevo, que no es el de la indiferencia sino el de la necesidad que cada ciudadano tiene de creer en sí mismo para afrontar el futuro. Un desierto que podría acabar con la socialdemocracia.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 5/10/11