LUIS VENTOSO – 17/10/15
· Las cartas de la partida comienzan a ponerse boca arriba.
En la era de internet y su información instantánea las noticias se suceden a un compás de taquicardia. Lo que hoy parece el fin del mundo, mañana será solo una nota a pie de página ante la llegada del siguiente hito de un carrusel de sensaciones. En un mundo tan nervioso y tan ágil, los políticos capaces de responder en tiempo real a cualquier tipo de cuestión parten con una enorme ventaja.
Albert Rivera posee ese don y lo cultiva, y también Feijóo. Rivera es un orador extraordinario. Si mañana acudiese a un congreso de física teórica y un reportero intrépido le preguntase qué opina de la Teoría de Cuerdas y la reformulación de la naturaleza del electrón, tengan por seguro que Albert no se quedaría callado, improvisaría presto una respuesta de apariencia cabal.
Albert tiene prestancia física y dos ideas elementales y muy positivas (la unidad de España y la regeneración de la vida pública). Pero sobre todo es un gran dialéctico; resulta insólito verlo titubear. Sin embargo, le ocurrió ayer en la Cope cuando Edurne Uriarte y Carlos Herrera le demandaron claridad sobre sus pactos poselectorales. Al apretarle, Rivera, al que se notaba molesto por tener que retratarse, reconoció que está dispuesto a facilitar la llave de La Moncloa al partido que quede segundo en las elecciones.
Con esa decisión, Ciudadanos quiebra un principio no escrito de nuestra democracia que hasta ahora siempre se había respetado: debe formar Gobierno el partido que haya obtenido más votos. Cuando se le preguntó por qué rompe esa norma, una práctica que respeta mucho mejor la voluntad de la ciudadanía que un palanganeo para echar al ganador, Rivera se escaqueó con un chusco «hay que quitarse las gafas de la vieja política». Lo cual no es una explicación, sino una de esas frases sonoras y absolutamente huecas a las que nos han acostumbrado los políticos de la cantera tertulianesca.
Por maltrecho que ande el PP, parece que va a ser el partido más votado en diciembre. Pero Rivera, al que se le nota que Rajoy le produce un cierto repelús, ya ha dicho a las claras que él está dispuesto a hacer de bisagra para que gobierne el segundo clasificado. Y ese segundo, pese a que está hecho un cromo, será el PSOE.
El corolario queda claro: votar Rivera es votar Sánchez (como bien viene advirtiendo el periódico prosocialista de Madrid, prestándole así un buen servicio involuntario al PP, que tiene su mejor baza electoral en el miedo a esa alianza). Muchos votantes de centro y de derechas, abochornados por la corrupción y molestos por la falta de pulso ideológico de su partido, planean darse un desahogo votando esta vez a Rivera. Pero tal y como están las cosas, el resultado práctico de esa decisión puede ser el regreso del PSOE y del lesivo zapaterismo económico (y ya lo ha dicho esta semana la gran Susana Díaz: comparado con Sánchez, Zapatero era Roosevelt).
Situados ante las urnas, los votantes conservadores solo tendrán dos opciones: o votan al PP tapándose la nariz, o se van a dormir con Rivera para levantarse con Sánchez en la cama. Mientras Rivera no haga un desmentido expreso en sentido contrario, eso es lo único que hay.
LUIS VENTOSO – 17/10/15