José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El nacionalismo vasco ha amagado con cambiar la denominación de origen Rioja Alavesa por ‘Viñedos de Álava’ y allí, en esas tierras, le ha saltado Vox
Poca atención está recabando el hecho —insólito— de que Vox haya metido la cabeza en el Parlamento vasco. Obtuvo el domingo un escaño por Álava, el territorio histórico menos ‘nacionalizado’ por el PNV y EH Bildu, muy conectado con la comunidad autónoma de La Rioja y con el norte de Castilla y León (Burgos), el menos euskera-parlante y también el de menor población de Euskadi que, además, se concentra en Vitoria-Gasteiz. Álava-Araba de siempre ha sido un dolor de cabeza para el nacionalismo. «Demasiado castellana». Y desde Bilbao, la llanada alavesa se considera «un patatal». Sesgo de suficiencia.
Una de las razones por las que la capital de Álava se convirtió en la del País Vasco, residenciando allí el Parlamento y el Gobierno, consistió en intentar una mayor ‘nacionalización’ del territorio y por su cercanía a la auténtica capital de la nación vasca, en versión irredenta: Pamplona-Iruña, la capital de Navarra-Nafarroa. Que la candidata de Vox haya superado el 3% en Álava (exactamente, logró el 3,8%), ayudada por la alta abstención, es un logro para el partido de Abascal, cuya familia es de Amurrio, un pueblo de los importantes del territorio.
Amaia Martínez, la nueva parlamentaria vasca de Vox, es una mujer peculiar. Administra una armería en Vitoria y habla euskera, y lo hace, según me dicen, muy bien. Pero no fue en la ciudad en donde obtuvo más votos. Los cosechó especialmente en La Rioja Alavesa, en Yécora, en Navaridas, en Oion, en Elvillar y en Laguardia, entre otras localidades. Es decir, en la tierra del vino de Rioja, de La Rioja Alavesa. O sea, que Amaia Martínez y Vox son de la cosecha electoral de aquellas viñas correspondiente a 2020.
¿Por qué salta Vox allí si el PNV penetró en aquella zona de Álava lindante con la comunidad riojana con tanta fuerza en las anteriores elecciones municipales? Hay una explicación: los nacionalistas y los ‘bildutarras’ están sumamente incómodos con la denominación de origen de los vinos de las bodegas de La Rioja Alavesa y pretenden que se altere y se cambie por ‘Viñedos de Álava’. La idea no va a prosperar porque el negocio vinícola alavés está muy consolidado y hace de la zona una de las prósperas de Euskadi. Pero la iniciativa, ya amortiguada, ha sido muy polémica en los últimos meses y ha enfadado a muchos bodegueros, a sus trabajadores y a los distribuidores. Y a lo que se ve, el cabreo riojano-alavés se ha traducido en una patada en la espinilla al PNV aunque haya sido en el culo del PP. Entren ustedes en la web www.lomejordelvinoderioja.com y lean la entrada titulada ‘el nacionalismo entra en el vino’, y dispondrán de toda la información sobre este asunto, que no es menor.
El País Vasco, lo mismo que Cataluña, es mestizo y se resiste a unificar sus estándares sociales, ideológicos y de identidad. Además, la comunidad autónoma es una confederación de territorios que aportan —al margen de su demografía— igual número de escaños al Parlamento vasco, 25 por cada uno de los tres. El voto vizcaíno vale tres veces menos que el alavés, y el guipuzcoano, dos. La proporción es esta: Álava, 331.000 habitantes; Guipúzcoa, 721.000, y Vizcaya, 1.150.000.
Es verdad que el 12-J se ha producido una marea del nacionalismo vasco en sus dos versiones, la gestora y pragmática (PNV) y la radical (EH Bildu). Pero nos advierte José Luis Zubizarreta, analista de ‘El Correo’ y en su momento consejero del lendakari Ardanza, lo siguiente: “Descartemos, antes de comenzar, un espejismo. En Euskadi, los dos partidos nacionalistas han obtenido sus mejores resultados en un momento en que el entusiasmo ‘abertzale’ se encuentra, según todos los sondeos, en su nivel más bajo. La paradoja tiene explicación. Los ganadores, para serlo, han tenido que modular hasta el extremo toda estridencia nacional y abrirse de manera casi exclusiva a los asuntos económicos y sociales que hoy preocupan al electorado”.
Por lo demás, la irrupción de Vox en el Parlamento vasco ha contraído el gesto de los narcisistas de la tierra, que tienen una autopercepción colectiva sobreestimada. José María Ruiz Sora —regreso a ‘El Correo’— escribió el pasado día 8 un estimable artículo titulado «Por debajo de la satisfacción» en el que constataba cómo la “sociedad vasca se contempla complaciente. Tan pocos y tan mejores”. Y añadía: “Está encantada de haberse conocido”. Aunque sea así, quizás otra cosa transita en las mentes de generaciones de vascos que vivieron tiempos trágicos, pero ni aquellos ni los más jóvenes pensaron que Santi Abascal (allí, Santiago siempre es Santi) iba a llegar y besar el santo. Pues lo ha hecho, en La Rioja Alavesa, en la tierra del vino.
Se ha roto una determinada estética política —la valorada descontaminación ultra españolista en Euskadi— y lo ha hecho en un territorio que de siempre fue renuente al nacionalismo vasco en sus distintas versiones. Franco no la declaró en 1937 “provincia traidora” —al igual que Navarra, y sí a Vizcaya y Guipúzcoa— y conservó el concierto económico sin interrupción desde 1878 hasta el presente. Pues en ese contexto ha surgido Vox. Los fenómenos políticos no son taumatúrgicos. Siempre hay datos que los explican.