JUAN SOTO IVARS-El Confidencial
Al fin y al cabo, el identitarismo nos dice que somos puros, y la pureza siempre encuentra un pretexto para defenderse violentamente
Rocío de Meer, diputada de Vox por Almería, lleva una racha de mensajes con los que ha colocado al partido de Abascal en la primera división del nacionalpopulismo europeo junto a AfD. Primero, compartió el vídeo de una organización neonazi polaca; después, lanzó ese eslogan del “estercolero multicultural” para referirse a los barrios donde viven más inmigrantes, y el domingo tuiteó este llamamiento directo a la tribu: “O invasión o fronteras seguras. O multiculturalismo o identidad. O barbarie o civilización. O su agenda o nuestra libertad. O ellos o nosotros”.
O invasión o fronteras seguras.
O multiculturalismo o identidad.
O barbarie o civilización.
O su agenda o nuestra libertad.
O ellos o nosotros.
— Rocío De Meer ن (@MeerRocio) August 29, 2020
Rocío de Meer añadía al tuit un vídeo en el que multitudes de negros y moros saltaban vallas, provocaban destrozos y gritaban “money, money, money” en medio de lo que parecían reyertas callejeras. El tuit creaba un contexto artificial para estas imágenes dispersas: era la invasión de los bárbaros, y sonaba de fondo el testimonio de una mujer blanca histérica, no se sabe de dónde, que lloraba y chillaba en inglés que los inmigrantes están destruyendo la sociedad. “Nosotros somos las víctimas”, decía.
La médula espinal del identitarismo que está destruyendo la democracia es esa frase: “Nosotros somos las víctimas”. Como dice Daniele Giglioli, una vez que te declaras víctima ya no hay nadie que te pare, nadie que tenga derecho a frenarte. La extrema derecha, donde abundan los ricos, lo tenía más difícil que la extrema izquierda para disfrazarse de víctima, pero ya lo ha logrado. Ahora, un habitante de un país desarrollado puede compararse con un inmigrante y llegar a creerse su víctima. La ‘Teoría del Gran Reemplazo’, adaptación al lenguaje del siglo XXI de ‘Los protocolos de los sabios de Sión’, se ha encargado de ello.
La ‘Teoría del Gran Reemplazo’ es un llamamiento a la tribu escrito en 2012 por el francés Renaud Camus, a quien el filósofo Roland Barthes prologó sus memorias de 1979 y que en los ochenta fue un icono gay, amigo de Andy Warhol y aclamado por la cultura de izquierdas. Pero ya en 1994 había empezado a destilar ideas extrañas cuando reflexionó en sus diarios que había demasiados periodistas judíos escribiendo de cosas judías en Francia. El Gran Reemplazo es la culminación de su viaje a la paranoia.
Las declaraciones veraniegas de Vox siguen al pie de la letra esta teoría de la conspiración. Camus declaraba que existe una agenda globalista secreta cuyo objetivo es suprimir a los blancos y los cristianos con una inyección masiva de musulmanes en Europa. Otros desnortados han ido aportando a la conspiración elementos al gusto del chef, como que también están activando «políticas homosexualistas» a fin de convertir a los niños en desviados para destruir por completo nuestra natalidad, a fin de facilitar la invasión.
El terrorista Patrick Crusius, autor de la matanza de El Paso y de un manifiesto inspirado en el texto del Gran Reemplazo, sustituía ‘musulmanes’ por ‘hispanos’ porque la paranoia vale lo mismo para un roto que para un descosido, y advertía a la sociedad estadounidense de que la invasión de mexicanos iba a disolver su identidad.
“O ellos o nosotros”
Cualquier persona mínimamente razonable sabe que si te dan a elegir entre todo y nada, están intentando venderte crecepelo, pero hay tanto calvo que la táctica funciona. El falso dilema de ‘ellos’ y ‘nosotros’ es la nota dominante del identitarismo, y esta peste ha inundado ya por igual a la izquierda y la derecha. Bajo su oleada de polarización y autojustificaciones, en los últimos años hemos visto el concepto de ciudadanía quebrado como un espejo roto mientras cada cual se contentaba con ensimismarse mirando su trocito.
De un tiempo a esta parte, hemos sido mujeres, blancos, negros, gitanos; hemos sido hombres, gais, heteros, trans; hemos sido españoles, catalanes, vascos, inmigrantes; hemos sido jóvenes y hemos sido viejos, católicos o escépticos, y en cada uno de los casos hemos sido víctimas de todos los demás. Al fin y al cabo, el identitarismo nos dice que somos puros, y la pureza siempre encuentra un pretexto para defenderse violentamente.
Podemos ver adónde nos lleva esta deriva si miramos a los Estados Unidos, donde estos días se estaban matando en las calles, y donde los crímenes y la gente armada se justifican ‘a posteriori’ según el color de la piel, la ideología o la gorra roja con el lema ‘Make America Great Again’. Contemplar desde la distancia un país que se derrumba porque la izquierda es incapaz de condenar unas trifulcas callejeras abominables mientras la derecha llama a la autodefensa civil armada es contemplar una sociedad terminal, que ha perdido el pegamento que la cohesionaba. Deberíamos aprender de lo que está pasando allí para no cometer el mismo error, pero vamos a hacer lo mismo.
Desde el punto de vista teórico, ya no hay nada que separe Estados Unidos de un enfrentamiento civil. Si el tabú de la violencia —ya gravemente deteriorado— termina de resquebrajarse y la sangre vertida se hace aceptable, nada impedirá que los muertos dejen de causar espanto. Intelectuales como Karl Popper o Stefan Zweig nos han advertido de cómo termina el camino que empieza con el tribalismo, pero esa idea simple y seductora es cada vez más fuerte.
Vox juega al mismo juego mortal que algunos de sus más apasionados oponentes. Para desactivar un discurso, será imprescindible desactivar el otro, como en tiempos de disensión nuclear, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética desactivaban a la vez cargamentos semejantes de bombas. Solo así, con el paso atrás simultáneo, podremos salir de la trampa mortal del ‘ellos o nosotros’ que puede destruir nuestras democracias antes de que haya terminado la década. Aquí lo dejo escrito.