LLama la atención cómo desde posiciones nacionalistas radicales se pone de manifiesto la dificultad de pensar la sociedad vasca como conjunto, cómo, de una u otra forma, desde posiciones nacionalistas se pone en cuestión la existencia de un sujeto político conjunto referido a la sociedad vasca, y cómo, en lugar de ello, recurren con total facilidad a hablar de dos comunidades, recurren a la división de la sociedad vasca en unos y otros, en los de aquí y los de allí, en perezosas cigarras y hormigas laboriosas.
Hacía tiempo que los nacionalistas vascos no nos hablaban de Ulster como ejemplo a seguir para la política vasca, en especial en todo lo concerniente a los caminos conducentes al fin del terrorismo de ETA. En uno de los saltos mortales que el nacionalismo vasco en su conjunto ha ejecutado se encuentra el de haber pasado de afirmar la necesidad de seguir el ejemplo norirlandés -reconocimiento del derecho de autodeterminación como condición para el cese del terrorismo- a la afirmación de que el cese del terrorismo de ETA es la condición previa necesaria para conseguir el reconocimiento del derecho de autodeterminación.
Dejando de lado el hecho de que en el caso norirlandés el reconocimiento del derecho de autodeterminación ha estado siempre vinculado al acuerdo de las dos comunidades enfrentadas -con lo que el derecho de autodeterminación iba unido al derecho de veto de una de las partes-, lo cierto es que la política nacionalista ya no tomaba como referente al caso norirlandés.
Pero la portavoz de Aralar en el Parlamento vuelve a dirigir nuestra mirada a ese ejemplo, no para proponernos una vía de finalizar con la violencia, sino para que aprendamos de Ulster la forma correcta de tratar la cuestión espinosa de las víctimas del terrorismo, que en el caso de Ulster son víctimas de los dos terrorismos que allí se han dado.
La portavoz parlamentaria de Aralar quiere que aprendamos algo de la forma en la que los norirlandeses están afrontando el problema de las víctimas. En el fondo son dos las lecciones que quiere que aprendamos: la necesidad del reconocimiento mutuo de los dos grupos de víctimas, lo que implica la voluntad de afrontar juntos la construcción de la paz futura, y la legitimidad del proyecto político de cada grupo de víctimas y de lo que representan.
No hacen falta grandes esfuerzos para ver que el presupuesto de su análisis radica en que en Ulster han existido dos terrorismos, representando cada uno de ellos a una comunidad. Es decir: que en Irlanda del Norte han existido, y todavía existen, dos comunidades enfrentadas hasta el extremo de combatirse mediante una violencia terrorista. El producto de ese enfrentamiento violento intercomunitario es la existencia de dos grupos de víctimas equiparables en todo. Y si en Euskadi tenemos que aprender de cómo están afrontando los norirlandeses el difícil problema de las víctimas, ello significa que el enfrentamiento intercomunitario es, también en el caso de la sociedad vasca, la base de comprensión de todo el problema.
Es este punto el que interesa sobre todo. Vuelve uno a tener la sospecha que albergaba cuando escuchaba a líderes nacionalistas vascos decir que había que aprender de Ulster cómo poner fin a la violencia terrorista: si no se trataba de importar, más que la solución a un problema, el problema mismo. Es decir: aunque la portavoz parlamentaria de Aralar nos hable de aprender cómo tratar el problema complicado de las víctimas, en realidad lo que nos está diciendo es que debemos entender el problema del terrorismo vasco como un problema de comunidades enfrentadas en la sociedad vasca. Y esto es algo inaceptable no porque no le guste a uno u otro, sino porque contradice toda la realidad social e histórica vasca de los últimos treinta años largos. En Euskadi no ha habido, ni hay, dos comunidades enfrentadas que han llegado al extremo de recurrir al terrorismo para dilucidar sus problemas. Lo que ha existido en Euskadi es que un grupo de terroristas no aceptó la voluntad de la gran mayoría de la sociedad expresada en las urnas y que apostaba por la reforma política en lugar de seguir la senda de la ruptura.
En Euskadi es ETA, y quienes han sido incapaces de escapar de su sombra controladora, quien se ha enfrentado a la sociedad vasca, no una comunidad, definida de una u otra manera, la que se ha enfrentado a otra, tampoco definida. Aquí no ha existido un enfrentamiento de comunidades etnorreligiosas como en Ulster, sino el terror que una organización terrorista ha querido imponer sobre el conjunto de la sociedad, en la que vascoparlantes constitucionalistas han convivido con castellanoparlantes nacionalistas. Y mucho menos se ha dado la situación de una comunidad religiosa -como la católica en Irlanda del Norte- desprovista de derechos políticos, sociales y económicos.
De esta diferencia radical se deriva que la otra consecuencia que pretende extraer la portavoz de Aralar, la igual legitimidad de los proyectos políticos de una y otra parte, deba someterse a serias matizaciones. Es posible, aunque no necesariamente cierto, que en el caso de dos comunidades enfrentadas por medio del terrorismo los proyectos políticos de cada comunidad sean igualmente legítimos. O ambos ilegítimos. Pero en el caso de Euskadi el nacionalismo, en su conjunto, se enfrenta a un problema serio del que se quiere escapar: ¿El uso y abuso que el terrorismo de ETA ha hecho de los fines compartidos por el conjunto del nacionalismo ha dejado al proyecto político nacionalista sin contaminación alguna?
Ante la más que previsible derrota de ETA el conjunto del nacionalismo está empeñado en salvar el proyecto de ETA sin ETA. Más de uno en la sociedad vasca se plantea la pregunta de si ese empeño es posible, o si, por el contrario, no hay que exigir al nacionalismo que extraiga las consecuencias del hecho de que su proyecto político ha sido secuestrado y podrido en su núcleo por el terrorismo de ETA.
En cualquier caso, llama la atención cómo desde posiciones nacionalistas radicales se pone de manifiesto la dificultad de pensar la sociedad vasca como conjunto, cómo, de una u otra forma, desde posiciones nacionalistas se pone en cuestión la existencia de un sujeto político conjunto referido a la sociedad vasca, y cómo, en lugar de ello, recurren con total facilidad a hablar de dos comunidades, recurren a la división de la sociedad vasca en unos y otros, en los de aquí y los de allí, en perezosas cigarras y hormigas laboriosas. ¿Cómo se puede construir algo conjunto, llámesele nación o sociedad política, si el planteamiento nacionalista exige dividir ese conjunto de referencia en dos comunidades, en unos y en otros? Es el misterio del nacionalismo vasco, como el de todos los nacionalismos.
Joseba Arregi, EL CORREO, 1/8/2010