Javier Zarzalejos, EL CORREO, 15/7/12
No basta con decir que ETA no volverá a matar si olvidamos la clave de un político tóxico para el sistema democrático
Ya saben el del escorpión que tiene que cruzar un río y pide ayuda a una rana. La rana duda pero hace un cálculo racional: no hay nada que temer porque si el escorpión le pica, los dos se ahogarían. El escorpión se sube encima de la rana y empiezan a vadear el río. En mitad de la travesía, el escorpión descarga su aguijón sobre su confiada benefactora. Los dos morirán ahogados, pero antes, la rana quiere satisfacer una última curiosidad. «¿Por qué lo has hecho si ahora nos ahogaremos los dos?», pregunta al escorpión sólo para que éste le dé una explicación –la buena– que la rana creyó que nunca podría imponerse sobre la coincidencia de intereses que creía que le protegía del peligro. El escorpión se lo aclara: «Es mi naturaleza».
Pues bien, en medio de esta travesía en la que tantos han querido encontrar un ajuste de intereses perfecto que garantiza la llegada a la otra orilla, ETA y sus asociados políticos empiezan a dar muestras de que se están cansando de la dieta vegetariana a la que se han sometido para aparentar que habían mutado su naturaleza. El escorpión empieza a mover la cola para inquietud de unas cuantas ranas que han salido fiadoras de la autenticidad de las declaraciones de final de la locura asesina y de la virtuosa cancelación de complicidades políticas.
Cada detención de un etarra ha tenido la correspondiente respuesta condenatoria de organizaciones legalizadas de la izquierda abertzale en su tradicional papel de burladero de ETA. El parque temático del crimen terrorista empieza a promocionar sus atracciones con las fotos a un euro abrazando la figuras de asesinos en serie, algo que, según el diputado general de Guipúzcoa en una exhibición de malvada estulticia, hay que entenderlo como una cuestión sentimental. Un fanático fuera de sí que venía ejerciendo de asesor del alcalde de San Sebastián, y que continúa en ese Ayuntamiento, grita vivas a ETA y amenaza a unos jóvenes que celebraban el triunfo de la selección española de fútbol con sacar la pistola y pegarles dos tiros; con ello no solo da la razón a los que insisten en que sería un detalle de agradecer que ETA entregara las armas –incluida la pistola que este asesor abertzale confiesa tener– sino que nos aconseja aplicar un coeficiente corrector a eso de la decisión de «hacer política». El aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, verdadera pasión y muerte, no ha conmovido a los que ya se ven en el territorio seguro de la legalidad recobrada, es decir de la legalidad eficazmente defraudada. El portavoz parlamentario de Bildu ni se molestó ante la clara pregunta por su posición sobre un asesinato cometido por ETA quince años atrás. Pasó el turno a un compañero de EA –cuéntalo tú que a mi me da la risa– para que contestara lo de siempre, o más bien, lo de nunca. Casi en su estreno, la candidata de Sortu a las próximas elecciones autonómicas también ha intervenido. ¿Miguel Ángel Blanco? Ya se sabe, unas violencias alimentan otras. ¿Y ETA? Pues haciendo lo que cabía esperar, que no es otra cosa que ir creando dudas sobre la firmeza de su declaración de cese definitivo y añadiendo condiciones a este para poner bajo presión al Gobierno, de modo que Rajoy acepte alguna suerte de negociación –que, diga lo que diga ETA, no sería en absoluto ‘técnica’– y abra brecha para un proceso de impunidad y exculpación de la trayectoria criminal de la banda.
La verdad es que semejante sucesión de declaraciones y actitudes ayudan a situar en su adecuada y lamentable perspectiva el reciente fallo del Tribunal Constitucional legalizando a Sortu. Hacen pensar sobre la apreciación por parte del Tribunal del rechazo a la violencia de ETA nominalmente incorporado a los estatutos del partido como un ‘contraindicio’ suficiente para desvirtuar los indicios que contaban en contra de la legalización y empiezan a plantear algunas preguntas de urgente respuesta sobre la eficacia de la doctrina que el Tribunal establece en su sentencia, avalando la ilegalización sobrevenida en caso de que se incurra en conductas que todos los días podemos leer, ver y escuchar.
Mientras aquellos que se nos dice que han sido ganados para el juego democrático vuelven a su condición desmintiendo a sus mentores –el carramarro siempre ha sido un recurso icónico muy apreciado en ese mundo–, no estaría mal que otros volviéramos la vista para traer al presente aquello que cambió el signo de la lucha contra el terrorismo: la presencia y visibilidad de las víctimas y sus derechos, la consideración de que ETA no eran sólo los pistoleros sino un proyecto ilegítimo de dominación social, totalitario y etnicista, y la integridad del Estado de Derecho sin someter su aplicación a consideraciones de oportunidad que se habían revelado sistemáticamente falsas.
No he encontrado razón alguna para pensar que ninguno de estos tres principios deba ser archivado o derogado. Por eso, no basta con decir que ETA ha dicho que no volverá a matar –porque no puede hacerlo en la cantidad y con el coste que le gustaría– si olvidamos la clave de un proyecto político tóxico para el sistema democrático. Ni se puede justificar una aplicación de la ley dudosamente engarzada con la realidad por la expectativa de que produzca un hipotético efecto político positivo. La rana presumió que el escorpión no la picaría. Hizo depender su seguridad de una voluntad ajena en vez de protegerse de ella y lo pagó. No se puede llevar un escorpión encima. Tampoco cabalgar un tigre.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 15/7/12