- La exigencia separatista del doblaje en catalán en las plataformas es tan estúpida como malvada
El titular puede parecerles exagerado, pero a poco que se empeñe el Instituto de Nova Història, ese que dice que Santa Teresa era catalana, seguro que descubren que Disney nació en Vallfogona y se apellidaba Pujol. También cuando Franco se dijo que Disney se llamaba, en realidad, José Guirao Zamora y era español. Para el caso, es lo mismo. Fatal destino, que condena a la irrelevancia a buscar por caminos tortuosos siquiera una chispa de notoriedad. Ya me dirán para qué ha servido el procés, las manifestaciones, las algaradas, el miedo, el intento de golpe de Estado y toda la miseria moral que ha acompañado a este siniestro asunto si, al final, la queda en pedirle a Moncloa que haya más doblaje catalán en Netflix, en HBO, en Disney o en Amazon Prime. ¿En serio que los de Junqueras aprueban las cuentas a Sánchez a cambio de que el pato Donald o La Casa de Papel digan cosas como vàtua l’olla, reforonda o nogensmenys? Eso no se lo cree ni el tato.
Algo hay que decir sobre este asunto y es que el separatismo no conoce ni ha conocido la vergüenza y que, además, sus fieles son capaces de tragarse la trola que sea porque el mundo lazi es más secta que ideología. Por tanto, vender como un éxito que los actores de doblaje en catalán – recordemos que el mundo del teatro en Cataluña es abrumadoramente separata – van a tener más trabajo y, de paso, lo tendrán también gallegos, vascos, asturianos o los que sepan silbo gomero, nos parece poca cosa.
Otro tema es que detrás de ese acuerdo haya una parte de la que no se habla. Mayor inversión por parte del estado y de los fondos europeos, capacidad de decisión en el nombramiento de altos cargos, presión sobre los adversarios del separatismo, tripartito entre ERC, PSC y Comuns, en fin, la agenda oculta de Sánchez para dejar a España en los huesos de una vez.
Ahora toca que el caballo de batalla sea el catalán y su protección. Especialmente, cuando una sentencia obliga a cumplir un 25% de las clases en la lengua común, el español. Incluso ante esa minucia la Generalidad se niega. Y tienen la jeta de decir que hay muy pocas familias que solicitan las clases en castellano, que el catalán es modelo de integración y que respaldarán a los profesores que se nieguen a hablar otra lengua que no sea la suya, léase, el catalán.
¿Pero no dice la ley que en Cataluña existen dos lenguas cooficiales?¿No es obligación y derecho hablar en cualquiera de ambas? Porque los dirigentes políticos bien que llevan a sus hijos a escuelas donde la lengua es el inglés o el alemán o el francés. Para estos no existe la inmersión. Ada Colau ha llegado más lejos diciendo que quien quiera enseñanza en español, que se la pague de su bolsillo y vaya a un colegio privado. Mira por dónde, la defensora de las clases populares, la izquierdista por antonomasia, largando un discurso que ni el más integrista de los separatas.
Solo un 25% de clases en castellano
Más triste ver como los constitucionalistas se alegran de que se produzca una sentencia que dice que hay que dar clases en el idioma de Cervantes en un 25%. En lugar de exigir una única escuela pública, laica, gratuita y de calidad para todos los niños españoles, se contentan con esa migaja que, además, no va a producirse nunca. Es tan hondo el daño causado que incluso entre quienes se oponen al mismo se dan en ocasiones reflejos como este.
Cuando se creó TV3 uno de sus primeros éxitos, para que comprendan el maquiavelismo de Pujol, Prenafeta y sus primeros impulsores, fue programar la serie Dallas, de enorme impacto por aquel entonces, doblada en vernácula. Como sea que los actores de doblaje en castellano suelen ser casi todos de mi tierra, uno podía escuchar perfectamente al malvado JR decir Sue Ellen, ets una bandarra con voces y matices conocidos. Guerra dijo a propósito que no entendía qué necesidad había de tener un canal autonómico para ver Dallas. Ahora se entiende mejor a la vista de lo ocurrido durante estos cuarenta años.
Pobre pato Donald, pobre Jason Bourne, pobres de todos nosotros. Sufrimos la peor de las dictaduras; la de los cínicos, mentirosos y amantes de los pronoms febles. Esto no tiene arreglo.