Antonio Casado-El Confidencial
- El efecto más indeseado por Sánchez de la ley del solo sí es sí, que se rompa la peana sobre la que prepara su salto a la historia
En la última sesión de control, el presidente del Gobierno se hizo el sordo cuando la secretaria general y portavoz parlamentaria del PP le preguntó si no se sentía responsable de la alarma social generada por los acortamientos de condena y las excarcelaciones devenidas con la aplicación de la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, de la que siempre dijo que era «una buena ley» y un «hito del feminismo».
Los cronistas vieron «tocado» a Sánchez. Coincidieron en detectar dudas, inseguridad y mala conciencia en el verbo y la expresión corporal cuando respondió desde el banco azul: «Yo siempre doy la cara para sentirme responsable de un Gobierno feminista que defiende los derechos y las libertades de las mujeres frente a ustedes y los ataques de la ultraderecha».
La figura del presidente planea la sombra alargada del pionero de la Sociología moderna
Por su formación universitaria (doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Camilo José Cela), Sánchez es más de Velarde, Fuentes Quintana, Sampedro o Ramón Tamames (ay) que de Max Weber. Pero sobre la zarandeada figura del presidente planea la sombra alargada del pionero de la Sociología moderna y sus teorías sobre la ética de la responsabilidad (gestión de los problemas reales, evitar males mayores por interés general y razón de Estado) frente a la ética de la convicción (certezas morales, principios y valores abrazados a un compromiso ideológico resistente al consenso con el diferente).
Si fuese mentira la aversión a los libros que le atribuye Ignacio Varela, Sánchez habría ido a buscar en Weber una línea de pensamiento para justificar la gestión de los «efectos indeseados» de la ley del solo sí es sí. Y se habría puesto en guardia al tropezar con este pasaje del filósofo germano: «Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, el que la va a ejecutar no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o la voluntad de Dios que los hizo así».
Sánchez no llegó a tanto. Se limitó a decir que actuaba inspirado por sus convicciones feministas frente a los ataques de la derecha, mientras era su ministra de Justicia, Pilar Llop, quien se declaraba responsable en primera persona sin haber pertenecido al Gobierno que fletó la controvertida ley en camino hacia el BOE. Y aunque sigue diciendo que es una buena ley, Sánchez ha ordenado que se revise mediante una proposición de ley del PSOE inmediatamente saludada por la derecha dizque cavernaria y enemiga de las libertades de la mujer.
Sánchez justifica la iniciativa contrarreformista (ya en el telar parlamentario) como un acto responsable frente a los «efectos indeseados» de la ley del solo sí es sí apadrinada por la parte podemita del Gobierno (Ministerio de Igualdad). Es verdad. Pero silencia el verdadero efecto indeseado que más le preocupa: la posible ruptura de la coalición PSOE-UP, e incluso la del llamado «bloque de investidura» (coalición más costaleros de izquierdas e independentistas). Por una desnuda razón: pone en peligro la peana sobre la que prepara su salto a la historia.
Y eso nada tiene que ver con sus convicciones ni con su sentido de la responsabilidad, sino con la ética del poder, que Maquiavelo explicó mucho mejor que Weber cuatro siglos antes: «Los gobernantes que han hecho grandes cosas son los que han hecho poco caso de sus promesas y que han sabido engañar astutamente a los demás», dejó escrito el autor de El Príncipe.
Efecto indeseado: una confrontación entre la parte socialista del Gobierno y la que El País define como dominada por el «atrincheramiento vociferante» en posiciones ideológicas reñidas con el sentido común. Sánchez niega públicamente el peligro de la ruptura. Lo más curioso es el explícito ofrecimiento de la derecha. «Déjese ayudar», le dicen desde el PP mientras describen un Gobierno en «descomposición».