ABC 18/11/15
· Ochenta mil espectadores desafían al terror en un partido que se convirtió en un gran abrazo global al pueblo galo
Resulta difícil que los 80.000 espectadores que anoche casi completaron las 90.000 plazas de Wembley no sintiesen atisbos de recelo. Los prolegómenos de la gran cita de Londres fueron inquietantes, a pesar de las medidas de seguridad reforzadas. Docenas de policías con subfusiles ametralladora y chalecos antibalas controlaban los aledaños del estadio. Como siempre, los apoyaba el Gran Hermano de la tupida red de cámaras que vigila cada palmo de Londres desde los espantosos atentados de julio del 2005 en el metro y un autobús.
Solo una hora antes del comienzo del amistoso Inglaterra-Francia se conocía la suspensión del partido Alemania-Holanda de Hannover, con evacuación del HDI Arena tras el hallazgo de un posible objeto explosivo. El encuentro iba a contar incluso con la presencia de la canciller Merkel y varios ministros. Un día antes se había aplazado también el Bélgica-España, en una Bruselas sacudida por la psicosis y por la congoja de saber que el pistolero más buscado del mundo ahora mismo es hijo de un gueto musulmán de la ciudad, Molenbeek. Pero el partido de Londres siguió adelante. Se convirtió en lo que debía ser: un abrazo global y solidario al pueblo francés tras las 129 vidas cercenadas por el fanatismo yihadista.
«Los ataques terroristas de París han impactado al mundo. Pero también nos han unido en nuestro firme deseo de derrotar a esta lacra. Hoy en Wembley los aficionados mostrarán su solidaridad con el pueblo francés y mandarán un mensaje claro: los terroristas no van a ganar». Era el mensaje previo de David Cameron, expresado a la mañana en el Parlamento de Westminster, donde anunció que pronto planteará una votación para que se autorice ampliar los bombardeos contra Estado Islámico a Siria.
Todas las instituciones
Por la noche el primer ministro acudió al estadio, aunque es poco futbolero (en la campaña electoral fue objeto de la mofa cuando confundió su propia fe futbolística y proclamó en una entrevista que era del West Ham, cuando siempre se había declarado del Aston Villa). También asistieron el Príncipe Guillermo, presidente de honor de la federación inglesa de fútbol, la FA, y el alcalde de Londres, Boris Johnson. En la grada pudo verse a un ilustre francés del fútbol inglés, Arsene Wenger, el perenne entrenador del Arsenal, que representa un modelo sobrio en las antípodas del histrionismo mourinhista.
Wembley fue por una noche el estadio de Francia. Tampoco es muy difícil. Por número de vecinos franceses (400.000), Londres es la sexta ciudad gala, por delante de Burdeos, Estrasburgo o Nantes. La mayoría son jóvenes que buscan las oportunidades del universo anglosajón que permite el trampolín londinense. Aunque siempre ha habido una nutrida colonia francesa, tradicionalmente agrupada en South Kensington, donde se ubica el Liceo Francés. Además, la mitad del equipo galo juega en la Premier, empezando por su portero, Hugo Lloris, vecino de Londres.
En Wembley abundaban bufandas que fundían los nombres y colores de los dos países y un ambiente de absoluta camaradería: «Reza por París»; «Juntos somos más fuertes». «Ver Wembley en azul, rojo y blanco me pone la piel de gallina», reconocía Eric Lavaud, de 55 años, un bleu que había viajado desde St. Tropez para ver el partido. «Por primera vez los ingleses nos dan la bienvenida», bromeaba.
Pero la tragedia flotaba en el aire. Asomaba sobre todo a las caras circunspectas de los jugadores de Francia. Deschamps dejó en el banquillo a sus dos futbolistas tocados de cerca por los atentados, Lassana Diara, que perdió en los tiroteos a una prima muy próxima, y Antonie Griezmann, el jugador del Atlético, cuya hermana salvó la vida en la escabechina de Bataclan, donde fueron asesinadas 89 personas.
Esta vez el prepartido era más importante que el juego. El Príncipe Guillermo depositó a pie de cancha ramos de flores con los colores de la bandera gala. Luego sonó lo que tenía que sonar: «¡En marcha hijos de la patria! ¡Ha llegado el día de la gloria!…». Una Marsellesa única, a la que los ingleses hicieron el esfuerzo de sumarse siguiendo sus estrofas en las pantallas. El protocolo se varió para que el himno francés sonase como deferencia después del «God save the Queen». Es signo de los grandes países respetar y venerar sus símbolos, y una vez más Francia e Inglaterra acreditaron que lo son.
El partido de los gestos continuó con los dos equipos entremezclados para una foto y con un minuto de silencio helador, tan quedo que se oía atronador el ruido del helicóptero que sobrevolaba Wembley. La mirada al cielo y casi líquida de André-Pierre Gignac resumía el sentimiento de medio planeta.
Inglaterra ganó (2-0) con un equipo plagado de futbolistas bisoños. La mente de los franceses divagaba. El primer gol lo marcó Dele Alli, hijo de nigerianos. Las dos selecciones mostraban desde la piel que Francia e Inglaterra son ya países multiculturales. En Wembley se vio la grandeza de ese crisol. En París, un viernes negro, las espinas de un puzle que no siempre casa.