ARCADI ESPADA-Arcadi Espada
–Señor Boadella, perdóneme: le debía esto.
El hombre le mostró una botella de whisky. Boadella lo miró interrogante:
–Sí –insistió el hombre–, yo procuro pagar mis deudas.
La tarde del 27 de febrero de 1978, Boadella se escapó del Hospital Clínico de Barcelona. Tenía 34 años y estaba en prisión, esperando el consejo de guerra que lo juzgaría por haber ofendido a los militares en La Torna, la obra que evocaba las ejecuciones del llamado Heinz Chez y de Salvador Puig Antich. Había conseguido que lo internaran en el Clínico gracias a unas hemorragias intestinales perfectamente simuladas con unos tarros de sangre de la que ya era, y sigue siendo, sangre de su sangre, la muy eficaz señora Dolors Caminal. A las cinco, taurino y con el corazón desbocado, entró en el lavabo de su habitación, se disfrazó de médico, con bata, bigote y peluca, alcanzó a través de una delicada cornisa el lavabo de la habitación adyacente, y se mostró sonriente a los estupefactos enfermos que lo vieron aparecer y a los que antes de salir dijo, muy inspirado: «Ara torno». Arnau Vilardebó, compañero de Els Joglars, lo esperaba en la escalera y caminando unos metros por delante lo condujo hasta la calle. En la esquina de Provenza la mujer de Ovidi Montllor tenía el coche en marcha, lista para dejarlo en casa de la actriz Carlota Soldevila. Allí le abrió la propia Dolors y el abrazo fue tan largo que le dio tiempo a contarle una a una las costillas mientras meditaba sobre la somatización de una temporada tan amarga: «Pero un amor que no hacer perder peso tampoco merecería mucha confianza», escribiría años después. Se fueron pronto a la cama. Aunque no recuerdo que lo haya escrito, es un hecho incontrovertible que el motor de la arriesgadísima fuga fueron las insoportables ganas de follar con aquella mujer con la que poco tiempo antes había intercambiado la confesión seminal: «El meu fill es diu Sergi» «El meu es diu Bernat».
El hombre sonreía divertido.
–Mire, Boadella, hace cuarenta años usted estaba en la cárcel. Y yo también. Aunque yo… yo estaba por dedicarme a otras cosas. Un día nos cogió usted a unos cuantos y dijo: «Os apuesto una botella de whisky a que me fugo de la cárcel en unas pocas semanas». Pero entonces no hubo forma de que le pagara su apuesta.
Cualquier youtuber se habría hecho saltar las lágrimas. Pero Boadella es un hombre antiguo, más brasa que llama. Cogió la botella y le preguntó:
–Hummm… Oígame, ¿y ahora a qué se dedica usted?
–No, no se preocupe. Cambié de oficio.